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—¿Señor? —dijo con inquietud, sin entender la pregunta.

El cadete veterano continuó.

—No estás siguiendo la pauta. Sigue la orden de sir Karel, ¿entendido?

Rodney, que vigilaba con detenimiento, estaba convencido de que la perplejidad de Horace era auténtica. El alto muchacho hizo un leve movimiento de hombros, casi encogiéndolos pero sin llegar a hacerlo. Se encontraba ahora en posición de firmes, con la espada descansando sobre su hombro derecho y el escudo elevado, en postura de formación.

—¿Señor? —dijo de nuevo, inseguro.

El cadete mayor se estaba enfadando. No había visto por sí mismo los movimientos extra de Horace y resultaba obvio que había supuesto que el muchacho más joven simplemente seguía una secuencia aleatoria de su invención. Se inclinó hacia delante, con la cara sólo a unos centímetros de la de Horace y dijo, en una voz exageradamente alta para tan pequeña separación:

—¡Sir Karel ordena la secuencia que desea que se ejecute! ¡Tú la ejecutas! ¿Entendido?

—Señor, yo… lo he hecho —respondió Horace con la cara muy roja. Sabía que era una equivocación discutir con un instructor, pero también sabía que había ejecutado cada uno de los golpes que Karel había ordenado.

Rodney vio que el cadete veterano se encontraba en desventaja. En realidad, él no había visto lo que Horace había hecho. Cubrió su inseguridad con una bravuconada.

—Ah, lo has hecho, ¿sí? Bueno, podrás repetirme quizás la última secuencia. ¿Qué secuencia ha ordenado sir Karel?

Sin dudar, Horace respondió:

—Secuencia cinco, señor. Estocada. Golpe lateral. Revés lateral. Descendente. Revés descendente.

El cadete mayor vaciló. Había dado por hecho que Horace estaba simplemente soñando, dándole tajos al poste según le parecía. Pero, hasta donde él recordaba, Horace acababa de repetir a la perfección la secuencia anterior. Al menos, creyó que lo había hecho. Ni él mismo estaba seguro ahora de la secuencia, pero el aprendiz había respondido sin dudar lo más mínimo. Era consciente de que todos los demás aprendices miraban con un considerable interés. Los aprendices siempre disfrutan al ver que a otro se le reprende por un error. Solía distraer la atención de sus propias deficiencias.

—¿Qué está pasando aquí, Paul?

Sir Morton, el instructor ayudante, no sonaba muy complacido con toda aquella discusión. En un principio había ordenado al cadete veterano que reprendiera al novato por su falta de atención. A estas alturas, la reprimenda ya debería haberse echado y tema zanjado. En cambio, se estaba interrumpiendo la clase. El cadete veterano Paul se puso firme.

—Señor, el aprendiz dice que ha ejecutado la secuencia —respondió.

Horace fue a contestar a la obvia implicación en el énfasis que el cadete mayor había puesto en el «dice», pero lo pensó mejor y permaneció con la boca firmemente cerrada.

—Un momento.

Paul y sir Morton no habían visto aproximarse a sir Rodney. Alrededor de ellos, los demás aprendices también prestaban una tensa atención. Todos los miembros de la Escuela de Combate sentían un respeto reverencial por sir Rodney, en particular los más nuevos. Morton no se puso firme pero sí se irguió un poco, se puso derecho.

Horace se mordió el labio en plena angustia por la preocupación. Podía apreciar cómo ante sí surgía la posibilidad de la expulsión de la Escuela de Combate. En primer lugar, se había distanciado de los tres cadetes de segundo año que le estaban haciendo la vida imposible. Después atrajo la atención no deseada del cadete veterano Paul y sir Morton. Ahora esto: el mismísimo maestro de combate. Y para empeorar las cosas, no tenía la menor idea de lo que había hecho mal. Buscó en su memoria y pudo recordar con nitidez que había ejecutado la secuencia tal y como se ordenó.

—¿Recuerdas la secuencia, cadete Horace? —preguntó el maestro.

El cadete asintió categóricamente y, cuando se dio cuenta de que aquello no se consideraba una respuesta aceptable a una pregunta de un oficial superior, dijo:

—Sí, señor. Secuencia cinco, señor.

Rodney advirtió que aquélla era la segunda vez que había identificado la secuencia. Habría estado dispuesto a apostar a que ninguno de los demás cadetes hubiera sido capaz de decir qué secuencia del manual acababan de completar. Dudó que los cadetes veteranos estuvieran mejor informados. Sir Morton fue a decir algo, pero Rodney levantó una mano para detenerle.

—Quizás podrías repetirla para nosotros ahora —dijo, ocultando en su voz adusta cualquier rastro del creciente interés que sentía por el recluta. Hizo un gesto hacia el poste de entrenamiento—. Ponte en posición. Marca el ritmo… ¡Comienza!

Horace ejecutó la secuencia de manera intachable, nombrando los golpes según los daba.

—¡Estocada! ¡Golpe lateral! ¡Revés lateral! ¡Descendente! ¡Revés descendente!

La espada de instrucción daba tajos en el acolchado de cuero en estricta sincronización. El ritmo era perfecto. La ejecución de los golpes, impecable. Pero esta vez, se fijó Rodney, no hubo ningún golpe adicional. No hizo acto de presencia el velocísimo revés lateral. Pensó que conocía el porqué. Horace se concentraba esta vez en desarrollar la secuencia correcta. Anteriormente había estado actuando de forma instintiva.

Sir Karel, atraído por la intervención de sir Rodney en una sesión normal de instrucción, fue paseando a través de las filas de aprendices, en pie junto a sus postes de entrenamiento. Sus cejas se arquearon interrogando a sir Rodney. Como caballero de alta graduación, estaba autorizado para tal informalidad. El maestro de combate levantó la mano de nuevo. En ese momento no quería que nada distrajera la atención de Horace. Pero se alegraba de que Karel se encontrara allí para ser testigo de lo que él estaba seguro que estaba a punto de pasar.

—¡Otra vez! —dijo con la misma voz severa, y una vez más Horace realizó la secuencia. Según terminó, la voz de Rodney restalló como un látigo—: ¡Otra vez!

Y Horace ejecutó de nuevo la quinta secuencia. En esta ocasión, según acabó, Rodney dijo con brusquedad:

—¡Secuencia tres!

—¡Estocada! ¡Estocada! ¡Paso atrás! ¡Parada cruzada! ¡Escudo! ¡Lateral! —gritaba Horace al ejecutar los movimientos.

Rodney podía ver que el muchacho se movía ligero sobre los dedos de los pies, la espada como una lengua ondulante que bailaba dentro, fuera y de un lado a otro. Y sin darse cuenta, Horace iba cantando la cadencia de los movimientos casi el doble de rápido que el maestro instructor.

Karel llamó la atención de Rodney. Asintió de forma apreciable. Pero Rodney no había terminado aún. Antes de que Horace tuviera tiempo para pensar, le ordenó la quinta secuencia otra vez y el muchacho respondió:

—¡Estocada! ¡Golpe lateral! ¡Revés lateral! ¡Descendente! ¡Revés descendente!

—¡Revés lateral! —soltó sir Rodney al instante, y en respuesta, casi con voluntad propia, la espada de Horace osciló en aquel movimiento mortal.

Sir Rodney oyó los murmullos de sorpresa de Morton y Karel. Se percataron de la importancia de lo que habían visto. El cadete veterano Paul, quizás de forma comprensible, no fue ni mucho menos tan rápido en captarlo. En lo que a él se refería, el aprendiz había respondido a una orden adicional del maestro. Lo había hecho bien, tenía que admitirlo, y con certeza sabía distinguir un extremo de la espada del otro. Pero eso era todo cuanto había apreciado el cadete.

—¡Descanso! —ordenó sir Rodney, y Horace dejó caer la punta de la espada a la arena, la mano en el pomo, de pie con las piernas un poco abiertas, con la empuñadura centrada sobre la hebilla de su cinto, en la postura de descanso en formación.

—Entonces, Horace —dijo el maestro en voz más baja—, ¿recuerdas haber añadido ese golpe de revés lateral a la secuencia la primera vez?