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Horace torció el gesto y después el entendimiento apareció en sus ojos. No estaba seguro, pero ahora que el maestro de combate le había refrescado la memoria, pensó que era posible que lo hubiera hecho.

—Uh… sí, señor. Creo que sí. Lo siento, señor. No quería hacerlo. Fue sólo que… pasó.

Rodney miró rápidamente a sus instructores. Pudo ver que entendían la importancia de lo que había pasado allí. Les hizo un gesto de asentimiento que encerraba un mensaje silencioso: no quería que hicieran nada al respecto… todavía.

—Bueno, no ha sido nada. Pero presta atención en lo que queda y ejecuta sólo los golpes que sir Karel ordene, ¿de acuerdo?

Horace se puso firme.

—Sí, señor —dirigió bruscamente la mirada al maestro instructor—. ¡Lo siento, señor! —añadió, y Karel zanjó el tema con una sacudida de la mano.

—Presta más atención en el futuro —Karel asintió a sir Rodney con la sensación de que el maestro quería marcharse—. Gracias, señor. ¿Permiso para continuar?

Sir Rodney dio su aprobación.

—Continúe, maestro instructor —comenzó a marcharse cuando, como si hubiera recordado algo más, se giró y añadió de manera informal—: Ah, por cierto, ¿podría verle en mis habitaciones cuando concluyan esta tarde las clases?

—Por supuesto, señor —dijo Karel, igualmente informal, conocedor de que sir Rodney quería discutir el fenomenal suceso, pero no deseaba que Horace fuese consciente de su interés.

Sir Rodney se alejó paseando lentamente de vuelta al edificio principal de la Escuela de Combate. Detrás de él, oyó las órdenes preparatorias de Karel y, después, el repetitivo zac, zac, zac-zac-zac de la madera contra el acolchado de cuero, que comenzó una vez más.

Capítulo 12

Halt examinó la diana a la que Will había estado tirando.

—No está nada mal —dijo—. Tu tiro va mejorando, sin duda.

Will no pudo evitar una sonrisa. Aquello sí que era un gran elogio por parte de Halt. Éste vio la expresión e inmediatamente añadió:

—Con más práctica, mucha más práctica, podrías incluso llegar a ser mediocre.

Will no estaba absolutamente seguro de lo que significaba ser mediocre, pero tuvo la sensación de que no era bueno. La sonrisa se desvaneció y Halt dejó el tema con un movimiento de la mano.

—Ya es bastante tiro por el momento. Vámonos —dijo, y empezó descender a grandes zancadas por un angostó sendero a través del bosque.

—¿Adonde vamos? —preguntó Will a medio correr para mantener el paso de las zancadas más largas del montaraz.

Halt levantó la mirada hacia los árboles.

—¿Por qué hace tantas preguntas este chico? —interrogó a los árboles.

Naturalmente, no le respondieron.

Anduvieron durante una hora antes de llegar a un conjunto de construcciones escondido en la profundidad del bosque.

Will se moría por hacer más preguntas, pero a aquellas alturas ya había aprendido que Halt no iba a responderlas, así que contuvo la lengua y aguardó su momento. Sabía que más tarde o más temprano se enteraría de por qué habían ido allí.

Halt le precedió en el camino de ascenso hacia la más grande de las destartaladas chozas, luego se detuvo al tiempo que indicaba a Will que hiciera lo mismo.

—¡Hola, Viejo Bob! —voceó.

Will oyó a alguien moverse dentro de la cabaña y acto seguido un personaje encorvado, lleno de arrugas, apareció en la puerta. Su barba enmarañada era larga y de un sucio color blanco. Estaba casi completamente calvo. Cuando se desplazó hacia ellos, sonriendo, mientras saludaba a Halt con la cabeza, Will contuvo la respiración. El Viejo Bob olía como un establo. Y no como uno muy limpio que digamos.

—¡A los buenos días, montaraz! —dijo el Viejo Bob—. ¿Quién es este que te has traído para verme?

Miró con entusiasmo a Will. Sus ojos eran brillantes y muy despiertos, a pesar de su apariencia descuidada y sucia.

—Éste es Will, mi nuevo aprendiz —dijo Halt—. Will, éste es el Viejo Bob.

—Buenos días, señor —dijo Will con educación.

El viejo se rió.

—¡Me llama señor! ¿Has oído eso, montaraz? ¡Me llama señor! ¡Un excelente montaraz, éste lo será!

Will le sonrió. Por sucio que estuviese, había algo agradable en el Viejo Bob, quizás fuera el hecho de que no parecía intimidado ante Halt. Will no podía recordar haber visto antes a nadie hablar al montaraz de rostro adusto en un tono tan familiar. Halt gruñó con impaciencia.

—¿Están listos? —preguntó.

El viejo volvió a reír y asintió varias veces.

—¡Listos están, ya lo creo! —dijo—. Ven por aquí y los verás.

Los guió a la parte trasera de la cabaña, donde un pequeño prado estaba separado con una cerca. En la zona más distante se hallaba un cobertizo. Tan sólo un tejado y unos postes que lo soportaban. Sin paredes. El Viejo Bob soltó un silbido muy agudo que hizo saltar a Will.

—Ahí están, ¿ves? —dijo mientras señalaba el cobertizo.

Will miró y vio dos caballos pequeños que cruzaban el patio al trote para saludar al viejo. Según se acercaron logró distinguir que uno era un caballo; el otro, un poni. Pero ambos eran animales pequeños, lanudos, nada parecidos a los fieros y elegantes caballos de combate sobre los que el barón y sus caballeros cabalgaban hacia la batalla.

El más grande de los dos trotó de inmediato hasta llegar al lado de Halt. Le dio al caballo unas palmaditas en el cuello y le ofreció una manzana de un cubo cercano a la valla. El caballo la ronzó agradecido. Halt se inclinó y le dijo unas pocas palabras en la oreja. El caballo movió bruscamente la cabeza y relinchó, como si estuviera compartiendo algún chiste con el montaraz.

El poni esperó junto al Viejo Bob hasta que le dio también una manzana. Después le dedicó una larga e inteligente mirada a Will.

—Éste se llama Tirón —dijo el viejo—. Parece de tu talla, ¿no?

Le pasó la brida a Will, que la cogió y miró a los ojos al caballo. Se trataba de una pequeña bestia lanuda. Sus patas eran cortas, pero robustas. Su cuerpo tenía forma de tonel. Su crin y su cola estaban desgreñadas y sin cepillar. En general, para tratarse de un caballo, no parecía una visión demasiado impresionante, pensó Will.

Siempre había soñado con el caballo que algún día cabalgaría hacia la batalla: en esos sueños el animal era alto y majestuoso. Era fiero y de color negro azabache, peinado y cepillado hasta brillar como una armadura negra.

Este caballo casi parecía sentir lo que estaba pensando y le dio un simpático topetazo en el hombro.

«Puede que no sea muy grande», parecían decir sus ojos, «pero te puedo sorprender».

—Bien —dijo Halt—. ¿Qué piensas de él? —estaba acariciando el suave morro del otro caballo. Obviamente eran viejos amigos.

Will vaciló. No quería ofender a nadie.

—Es un poco… pequeño —dijo por fin.

—Tú también —señaló Halt.

A Will no se le ocurrió ninguna respuesta para aquello. El Viejo Bob resollaba de la risa.

—No es un caballo de combate, ¿eh, chico? —preguntó.

—Bueno… no, no lo es —dijo Will, incómodo.

Le gustaba Bob y sintió que podría tomarse cualquier crítica hacia el poni a título personal. Pero el Viejo Bob simplemente volvió a reír.

—¡Pero tumbará a cualquiera de esos preciosos y elegantes caballos de combate! —dijo con orgullo—. ¿Éste? Éste es fuerte. Seguirá todo el día, mucho después de que esos caballos tan monos estén por los suelos y hayan muerto.

Will miró dubitativo al pequeño animal lanudo.

—Estoy seguro de que lo hará —dijo educadamente.