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Si así eran las cosas, que así fueran, pensó él. Pero se prometió a sí mismo que, en la primera oportunidad que se le presentase, haría que alguien pagase por la humillación a la que le estaban sometiendo.

Mucho más tarde, con la ropa mojada, los brazos doloridos y un sentimiento profundo de resquemor que ardía en su corazón, se arrastró de vuelta a su cuartel. Llegaba demasiado tarde para la cena, pero no le importaba. Llegaba demasiado abatido para comer.

Capítulo 14

—Anda un poco con él —dijo Halt.

Will echó un vistazo al poni lanudo, que le vigilaba con una mirada inteligente.

—Vamos, chico —dijo, y tiró del ronzal.

Al instante, Tirón pisó firmemente con las patas delanteras y se negó a moverse. Will tiró con más fuerza de la cuerda, echándose hacia atrás en su esfuerzo por conseguir que el pequeño poni testarudo se moviese.

El Viejo Bob se carcajeó.

—¡Es más fuerte que tú! —dijo.

Will notó que las orejas se le ponían rojas de vergüenza. Tiró más fuerte. Tirón meneó las orejas y se resistió. Era como tratar de mover una casa.

—No le mires —dijo Halt en voz baja—. Sólo tira de la cuerda y sepárate de él. Te seguirá.

Will lo intentó de esa manera. Le dio la espalda a Tirón, asió la cuerda con firmeza y comenzó a andar. El poni trotó con facilidad detrás de él. Will miró a Halt y sonrió. El montaraz asintió con la cabeza y señaló hacia la valla lejana del prado. Will echó un vistazo y vio una pequeña silla dispuesta sobre el listón más alto de la valla.

—Ensíllalo —dijo el montaraz.

Tirón trotó dócilmente con un sonoro clip-clop hasta la valla. Will enrolló las riendas en el listón y levantó la silla por encima de la grupa del poni. Se agachó para atar las cinchas de la silla.

—¡Tira bien y ponlas tensas! —le aconsejó el Viejo Bob.

La silla se encontraba por fin en posición y firme. Will miró con ansia a Halt.

—¿Puedo montarlo ya? —preguntó.

El montaraz se acarició pensativo la barba irregular antes de responder.

—Si tú crees que es una buena idea, adelante.

Will dudó un instante. La frase le despertó un vago recuerdo. Pero luego el ansia pudo con la precaución y puso un pie en el estribo y se balanceó con agilidad sobre la grupa del poni. Tirón permaneció quieto, inmóvil.

—¡Arre! —dijo Will al tiempo que daba un golpe con sus talones en el costado del poni.

No pasó nada por un momento. Después, Will sintió un pequeño temblor que recorría el cuerpo del animal.

De repente, Tirón arqueó su pequeña y musculosa grupa y salió disparado al aire, elevando del suelo las cuatro patas a la vez. Se giró violentamente hacia un lado, cayó sobre sus patas delanteras y coceó con las traseras al cielo. Will salió despedido de forma brusca por encima de las orejas del poni, dio una voltereta completa en el aire y cayó de espaldas en la tierra. Se levantó él solo, rascándose la espalda.

Tirón se quedó cerca, con las orejas erguidas, mirándole atentamente.

«Y bien, ¿por qué vas y haces una tontería como ésa?», parecían decir sus ojos.

El Viejo Bob se apoyó en la valla, partiéndose de risa. Will miró a Halt.

—¿Qué he hecho mal? —le preguntó.

Halt se agachó bajo los listones de la valla y caminó hacia donde se hallaba Tirón, expectante, mirando a ambos. Le ofreció de nuevo la brida a Will y le puso una mano sobre el hombro.

—Nada, si éste fuera un caballo normal —dijo—. Pero Tirón ha sido entrenado como el caballo de un montaraz…

—¿Cuál es la diferencia? —le interrumpió Will, enfadado, y Halt levantó una mano pidiéndole silencio.

—La diferencia es que al caballo de cada montaraz hay que pedírselo antes de que un jinete pueda montarlo por primera vez —dijo Halt—. Se les entrena así para que no los puedan robar nunca.

Will se rascó la cabeza.

—¡Nunca había oído algo semejante!—dijo.

El Viejo Bob sonreía mientras se acercaba.

—Casi nadie —dijo—. Por eso nunca roban los caballos de los montaraces.

—Vale —dijo Will—. ¿Qué se le dice al caballo de un montaraz antes de montarlo?

Halt se encogió de hombros.

—Varía de un caballo a otro. Cada uno responde a una petición diferente —hizo un gesto hacia el más grande de los dos—. El mío, por ejemplo, responde a las palabras «per-mettez moi».

¿Permettez moi?—repitió Will—. ¿Qué tipo de palabras son?

—Es gálico. Significa «¿me permites?». Sus padres eran de Gálica, ¿entiendes? —le explicó Halt. Entonces se volvió hacia el Viejo Bob—. ¿Cuál es la frase de Tirón, Bob?

Bob apretó los ojos, fingiendo que no era capaz de recordarla. Después se le iluminó la cara.

—¡Ah, sí, ya me acuerdo! —dijo—. A este de aquí hay que preguntarle «¿te importa?» antes de subirte a su grupa.

—¿Te importa? —repitió Will y Bob negó con la cabeza.

—¡No me lo digas a mí, jovencito! ¡Díselo al oído al caballo!

Sintiéndose un poco tonto y sin tener la seguridad de que no estuvieran gastándole una broma, Will avanzó y dijo bajito en la oreja a Tirón:

—¿Te importa?

Tirón lanzó un leve relincho. Will miró a los dos hombres repleto de dudas y Bob le hizo un gesto de ánimo.

—¡Vamos! ¡Súbete ya! ¡El joven Tirón no te va a hacer daño ahora!

Con mucho cuidado, Will se balanceó de nuevo sobre la grupa lanuda del poni. Aún le dolía la espalda del intento anterior. Permaneció sentado un momento. No pasó nada. Entonces, acarició con suavidad las costillas de Tirón con los talones.

—Vamos, chico —le dijo en voz baja.

Las orejas de Tirón se levantaron de golpe y avanzó a un paso tranquilo.

Precavido aún, Will le dejó pasear una o dos veces por el prado, luego le acarició otra vez con los talones. Tirón emprendió un agradable trote. Will se movía con facilidad al ritmo del caballo y la mirada de Halt resultaba aprobadora. El muchacho era un jinete con instinto.

El montaraz liberó la pequeña longitud de cuerda que mantenía cerrada la puerta del prado y la abrió del todo.

—¡Sácalo fuera, Will —le ordenó—, y comprueba qué sabe hacer!

Obediente, Will dirigió el poni hacia la puerta y, según salían a campo abierto, lo acarició una vez más con los talones. Notó que el pequeño cuerpo musculoso se contraía por un momento debajo de él, acto seguido Tirón emprendió un galope rápido.

El viento le zumbaba en los oídos y se echó hacia delante sobre el cuello del poni, alentándole para que fuera a una velocidad incluso mayor. Tirón levantó las orejas en respuesta y fue aún más rápido que antes.

Era como el viento. Sus cortas patas eran un borrón de movimiento mientras transportaban al muchacho a toda velocidad hacia el límite de los árboles. Con suavidad, no muy seguro de cómo reaccionaría el poni, Will aplicó presión sobre la rienda de la mano izquierda.