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El alegre rostro del barón se nubló con un gesto serio.

—Muchacho, no me olvidaré tan rápido —dijo—. ¿Qué pasa con eso?

—Señor, Halt me contó que un montaraz mostró a la caballería un paso secreto a través del Slipsunder, de modo que pudieron atacar la retaguardia del enemigo…

—Es cierto —dijo Arald.

—Me he estado preguntando, señor, ¿cómo se llamaba el montaraz? —concluyó Will sonrojándose por su atrevimiento.

—¿No te lo dijo Halt? —le preguntó el barón.

Will se encogió de hombros.

—Dijo que los nombres no importaban. Dijo que la cena sí importaba, pero que los nombres no.

—Pero tú crees que los nombres sí importan, a pesar de lo que te ha dicho tu maestro, ¿no? —dijo el barón, frunciendo de nuevo el ceño en apariencia.

Will tragó saliva y prosiguió.

—Yo creo que fue el propio Halt, señor —dijo—. Y me pregunto por qué no se le honró o se le condecoró por su destreza.

El barón pensó un instante, después habló de nuevo.

—Bien, tienes razón, Will —dijo—. Fue Halt. Y yo quise honrarle por ello pero no me lo permitió. Dijo que aquéllas no eran las formas de un montaraz.

—Pero… —comenzó Will en un tono de perplejidad, sin embargo la mano levantada del barón le impidió hablar más.

—Vosotros los montaraces tenéis vuestras propias maneras, Will, como estarás aprendiendo, estoy seguro. Los demás a veces no las entienden. Tú sólo escucha a Halt y haz lo que él hace y estoy seguro de que tendrás una vida honorable por delante.

—Sí, señor —Will le saludó de nuevo mientras el barón sacudía las riendas con suavidad sobre el cuello del caballo y se giraba en dirección a la feria.

—Bueno, ya es suficiente —dijo el barón—. No podemos charlar todo el día. Me marcho a la feria. ¡Quizás este año pueda pasar un aro por uno de esos malditos cubiletes!

El barón comenzó a marcharse. Pareció entonces que le asaltaba un pensamiento y tiró de las riendas.

_Will —le llamó.

—¿Sí, señor?

—No le digas a Halt que te he contado que él guió a la caballería. No quiero que se enfade conmigo.

—Sí, señor —dijo Will con una sonrisa.

Mientras el barón se alejaba, se sentó de nuevo a esperar a sus amigos.

Capítulo 16

Jenny, Alyss y George llegaron poco después. Tal y como había prometido, Jenny traía consigo una hornada de pasteles recién hechos envueltos en un paño rojo. Los dejó con cuidado en el suelo bajo el manzano según los demás se arremolinaban a su alrededor. Incluso Alyss, con tanto aplomo y tan digna de forma habitual, parecía ansiosa por ponerle la mano encima a una de las obras maestras de Jenny.

—¡Vamos! —dijo George—. ¡Me muero de hambre!

Jenny negó con la cabeza.

—Deberíamos esperar a Horace —dijo, mientras echaba un vistazo a su alrededor en su busca, pero sin verle entre las multitudes de gente que pasaban.

—¡Venga, vamos! —suplicó George—. ¡He estado toda la mañana trabajando como un esclavo en una petición de última hora del barón!

Alyss elevó los ojos al cielo.

—Quizás deberíamos empezar —dijo—. Si no, comenzará una discusión legal y nos vamos a quedar aquí todo el día. Siempre podemos apartar dos para Horace.

Will sonrió. Ahora George no tenía nada que ver con el muchacho tímido que tartamudeaba durante la Elección. Era obvio que la Escuela de Escribanos le había hecho despuntar. Jenny sirvió dos pasteles a cada uno, dejando dos aparte para Horace.

—Empecemos, entonces —dijo.

Los demás atacaron con entusiasmo y enseguida entonaron sus alabanzas a los pasteles. La reputación de Jenny estaba bien fundada.

—Esto —dijo George de pie ante el resto al tiempo que abría los brazos como si se dirigiera a una corte imaginaria— no puede ser descrito como un simple pastel, su señoría. ¡Describir esto como un pastel sería una burda injusticia, cosa igual jamás vista por esta corte!

Will se volvió a Alyss.

—¿Cuánto tiempo lleva así? —le preguntó.

Ella sonrió.

—Todos se ponen así con unos pocos meses de entrenamiento legal. Estos días, el principal problema con George es conseguir que se calle.

—Venga, George, siéntate —dijo Jenny poniéndose colorada pero no menos encantada—. Eres un completo idiota.

—Quizás, mi querida señorita. Pero ha sido la pura magia de estas obras de arte lo que ha trastocado mi mente. ¡Esto no son pasteles, son sinfonías! —elevó el medio pastel que le quedaba en un brindis burlesco—. Brindo por… ¡la sinfonía de pasteles de miss Jenny!

Alyss y Will se rieron con George, elevaron sus pasteles en respuesta y repitieron el brindis. Después, los cuatro aprendices rompieron a reír a carcajadas.

Fue una pena que Horace escogiera aquel preciso momento para llegar. Sólo él de entre ellos se encontraba abatido en su nueva situación. El trabajo era duro y sin tregua y la disciplina, férrea. Se esperaba aquello, por supuesto, y en circunstancias normales habría sido capaz de manejarlo. Pero ser el objetivo de los rencores de Bryn, Alda y Jerome estaba haciendo de su vida una pesadilla, literalmente. Los tres cadetes de segundo año le despertaban por la noche a todas horas y le arrastraban al exterior a realizar las tareas más humillantes y agotadoras.

La falta de sueño y la preocupación por no saber nunca cuándo podrían aparecer para atormentarle aún más estaban consiguiendo que se retrasase en sus trabajos escolares. Sus compañeros de cuarto, con la sensación de que si mostraban alguna comprensión hacia él pasarían a ser objetivos también ellos, le habían dejado de lado, así que se sentía solo por completo en su abatimiento. La única cosa a la que siempre había aspirado se estaba diluyendo tan rápidamente como un azucarillo en un vaso de agua. Odiaba la Escuela de Combate pero no era capaz de encontrar ninguna forma de salir de su aprieto sin avergonzarse ni humillarse aún más.

Hoy, el único día en que podía escaparse de las restricciones y las tensiones de la Escuela de Combate, llegaba para encontrarse con que sus antiguos compañeros se ocupaban ya de su festín y se sentía enfadado y herido por que no se hubieran preocupado por esperarle. No tenía ni idea de que Jenny había apartado algunos de los pasteles para él. Supuso que ya los había repartido y eso le hacía más daño que cualquier otra cosa. De todos sus antiguos compañeros, ella era de quien más cercano se sentía. Jenny siempre estaba alegre, siempre amistosa, siempre deseosa de escuchar los problemas de los demás. Se percató de que había estado deseando verla hoy de nuevo y ahora sentía que ella le había fallado.

Estaba predispuesto para pensar mal de los otros. Alyss siempre había parecido mantener las distancias con él, como si no fuese lo suficientemente bueno para ella, y Will se había pasado el rato jugándosela y huyendo después a ese árbol inmenso donde Horace no podía seguirle. Al menos, así era como Horace veía las cosas desde su estado vulnerable actual. Había olvidado, de forma conveniente, las veces que le había dado capones a Will o que le había inmovilizado haciéndole una llave en el cuello hasta que el muchacho, más pequeño, se veía obligado a gritar «¡me rindo!».

En lo que a George se refería, Horace nunca le había prestado mucha atención. El chico delgado era estudioso y se dedicaba a sus libros, y Horace siempre le había considerado una persona gris y sin interés. Allí estaba ahora actuando para ellos mientras todos se reían y comían pasteles y a él no le habían dejado nada, y, de pronto, los odiaba a todos.

—Bueno, esto está muy bien, ¿no? —dijo con amargura, y los demás se volvieron hacia él, a la vez que la risa se desvaneció de sus rostros.

Como era inevitable, Jenny fue la primera en recuperarse.