—Mmm —dijo pensativo—. Ésta es una que no te había mostrado aún. No se ven muchas así en estos tiempos, así que mírala bien, Will.
Se bajó con facilidad de la silla y caminó con la nieve hasta la rodilla en dirección a la nieve revuelta. Will le siguió.
—¿De qué es? —preguntó el muchacho.
—Jabalí —dijo Halt con brevedad—. Y uno grande.
Will miró nervioso en derredor. Podía no saber cómo eran las huellas de un jabalí en la nieve, pero conocía lo suficiente de aquellos animales para saber que eran muy, muy peligrosos.
Halt notó su mirada e hizo un movimiento tranquilizador con la mano.
—Relájate —dijo—. No está cerca de nosotros.
—¿Eres capaz de decirlo por las huellas? —preguntó Will.
Observaba la nieve fascinado. Los surcos profundos los había hecho, obviamente, un animal muy grande. Y tenían pinta de ser de un animal muy grande y muy enfadado.
—No —dijo Halt sin alterarse—. Puedo decirlo por nuestros caballos. Si un jabalí de ese tamaño estuviera en alguna parte dentro de esta zona, esos dos estarían bufando, piafando y relinchando tan fuerte que no seríamos capaces de oír nuestros propios pensamientos.
—Ah —dijo Will, sintiéndose un poco idiota.
Relajó la fuerza con que había agarrado su arco. Sin embargo a pesar de las aseveraciones del montaraz, no pudo evitar echar un vistazo más a su alrededor. Y cuando lo hizo, su corazón comenzó a latir más y más rápido.
La espesa maleza del otro lado del camino se estaba moviendo con la mayor ligereza. Normalmente, le habría quitado importancia al atribuirlo a la brisa, pero su entrenamiento con Halt había elevado su razonamiento y su observación. En ese momento no había brisa. Ni el más mínimo soplo.
Aun así, los arbustos seguían moviéndose.
La mano de Will se dirigió lentamente al carcaj. Tan lentamente como para evitar que el animal que se movía entre los arbustos se sobresaltase. Extrajo una flecha y la situó en la cuerda del arco.
—¿Halt? —intentó mantener la voz baja pero no pudo evitar que le temblara un poco. Se preguntaba si su arco detendría un jabalí a la carga. Pensó que no lo haría.
Halt levantó la vista, se fijó en la flecha engarzada en la cuerda del arco de Will y notó la dirección en la que éste miraba.
—Espero que no estés pensando en dispararle al pobre viejo granjero que está escondido detrás de aquellos arbustos —dijo muy serio. Sin embargo, había levantado la voz tanto que llegó de forma clara hasta el espeso macizo arbóreo del otro lado del camino.
Al instante, se produjo un movimiento rápido desde el arbusto y Will oyó una voz nerviosa que gritaba:
—¡No dispare, buen señor! ¡Por favor, no dispare! ¡Sólo soy yo!
Los arbustos se abrieron conforme un viejo asustado y despeinado se ponía en pie de forma apresurada y avanzaba corriendo. Su apuro fue su perdición, sin embargo, pues metió uno de sus pies en un enredo de maleza y se despatarró por la nieve. Se incorporó con torpeza, con las manos en alto y mostrando las palmas para que vieran que no portaba armas. Según venía, prosiguió con un sinfín de balbuceos:
—¡Sólo yo, señor! ¡No hace falta que dispare, señor! ¡Sólo yo, lo juro, y no soy un peligro para los que son como ustedes!
Avanzó deprisa hasta el centro del camino, sus ojos fijos en el arco en manos de Will y en la reluciente y afilada punta de la flecha. Lentamente, Will aflojó la tensión de la cuerda y bajó el arco según vio más de cerca al intruso. Era delgado en extremo. Vestido con un andrajoso y sucio blusón de granjero, tenía unos brazos y piernas largos y poco elegantes, y codos y rodillas huesudos. Su barba era gris y se estaba quedando calvo por la parte superior de la cabeza.
El hombre se detuvo a unos pocos metros de ellos y sonrió nervioso a las dos figuras en capa.
—Sólo yo —repitió una última vez.
Capítulo 18
Will no podía evitar sonreír. No podía imaginar nada menos parecido a un feroz jabalí a la carga.
—¿Cómo sabías que estaba ahí? —preguntó a Halt en voz baja.
El montaraz se encogió de hombros.
—Le vi hace unos minutos. Acabarás aprendiendo a sentir cuándo te vigila alguien. Después, sabes cómo buscarlos.
Will movió la cabeza, admirado. La capacidad de observación de Halt era increíble. Nadie del castillo, por milagroso que fuera, le había asombrado tanto.
—Entonces —dijo Halt con seriedad—, ¿por qué andas merodeando? ¿Quién te ha dicho que nos espíes?
El viejo juntó las manos con nerviosismo, sus ojos en un vaivén entre la expresión imponente de Halt y la punta de la flecha, entonces abajo pero aún engarzada en la cuerda del arco de Will.
—¡Espiando no, señor! ¡No, no! ¡Espiando no! ¡Les oí llegar y pensé que era ese puerco monstruoso que volvía!
Las cejas de Halt se juntaron.
—¿Pensaste que yo era un jabalí? —preguntó.
Otra vez, el granjero negó con la cabeza.
—No. No. No —balbució—. ¡Por lo menos, no desde el momento en que les vi! Pero después no estuve muy seguro de quiénes podían ser. Podía tratarse de bandidos, o algo así.
—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó Halt—. No eres de estos parajes, ¿verdad?
El granjero, ansioso por agradar, sacudió la cabeza una vez más.
—¡Vengo de Willowtree Creek, sí señor! —dijo—. Siguiéndole los pasos al puerco y con la esperanza de encontrar a alguien que lo transformase en panceta.
De pronto, Halt mostró un gran interés. Abandonó el burlesco tono severo en el que había estado hablando.
—¿Has visto al jabalí, entonces? —preguntó, y el granjero juntó las manos de nuevo y, nervioso, miró alrededor, como si temiese que el puerco pudiera aparecer de entre los árboles en cualquier momento.
—Lo he visto. Lo he oído. No lo quiero ver más. Es malo, señor, ya lo verá.
Halt volvió a observar las huellas.
—Desde luego que es grande, al menos —se dijo.
—¡Y malvado, señor! —continuó el granjero—. Ése tiene un verdadero demonio por carácter. ¡Vaya, si es capaz de descuartizar a un hombre o un caballo como el que se toma el desayuno, sí señor!
—¿Y qué tenías pensado hacer con él? —preguntó Halt, y después añadió—: ¿Cómo te llamas, por cierto?
El granjero hizo una reverencia con la cabeza y se tocó con los nudillos en la frente a modo de saludo.
—Peter, señor. Peter Sal, me llaman, a cuenta de que me gusta echarle un poco de sal a la carne, sí señor.
Halt asintió.
—Estoy seguro de ello —dijo con paciencia—. Pero ¿qué esperabas hacer con ese jabalí?
Peter Sal se rascó la cabeza y pareció un poco perdido.
—No lo sé muy bien. Esperaba quizás encontrarme con un soldado o un guerrero o un caballero para librarme de él. O quizás un montaraz —añadió como una ocurrencia de último momento.
Will sonrió. Halt se levantó de donde había estado apoyado sobre una rodilla para examinar las huellas. Se sacudió un poco de nieve de la rodilla y caminó de vuelta hasta donde permanecía Peter Sal, cambiando nervioso su apoyo de un pie a otro.
—¿Ha estado creando muchos problemas? —preguntó el montaraz, y el viejo granjero asintió rápidamente varias veces.
—¡Sí que lo ha hecho, señor! ¡Sí que lo ha hecho! Ha matado a tres perros, destrozado campos y vallas, sí señor. Y casi mata a mi yerno cuando trató de detenerle. ¡Como dije, señor, es malo!
Halt se frotó la barbilla, pensativo.
—Mmm —dijo—. Bien, no cabe duda de que sería mejor que hiciéramos algo al respecto —levantó la mirada hacia el sol, que descendía sobre el horizonte en el cielo del oeste, después se volvió hacia el chico—. ¿Cuánto tiempo de luz dirías que nos queda, Will?