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Will estudió la posición del sol. Aquellos días, Halt nunca dejaba pasar una oportunidad de enseñarle, o preguntarle, o poner a prueba sus conocimientos y habilidades en desarrollo. Sabía que era mejor valorar cuidadosamente la respuesta antes de darla. Halt prefería las respuestas exactas, no las rápidas.

—¿Un poco más de una hora? —dijo Will.

Vio cómo las cejas de Halt se unían al fruncir el ceño y recordó también que al montaraz le disgustaba que le respondieran con una pregunta.

—¿Me lo estás preguntando o me lo estás diciendo? —dijo Halt.

Will negó con la cabeza, molesto consigo mismo.

—Algo más de una hora —respondió con más confianza, y, esta vez, el montaraz hizo un gesto de acuerdo.

—Correcto —se volvió de nuevo al viejo granjero—. Muy bien, Peter Sal, quiero que lleves un mensaje al barón Arald.

—¿El barón Arald? —preguntó nervioso el granjero.

Halt frunció el ceño otra vez.

—¿Ves lo que has hecho? —le dijo a Will—. ¡Aquí le tienes ahora respondiendo con preguntas a las preguntas!

—Lo siento —farfulló Will, sonriendo sin querer.

Halt meneó la cabeza y continuó hablando a Peter Sal.

—Eso es, el barón Arald, encontrarás su castillo un par de kilómetros más adelante por este camino.

Peter Sal oteó con una mano a modo de visera, al tiempo que miraba por el camino como si pudiera ver ya el castillo.

—¿Un castillo, dice? —articulo, asombrado—. ¡Nunca he visto un castillo!

Halt suspiró impaciente. Mantener la mente del viejo charlatán centrada en el asunto estaba empezando a irritarle.

—Eso es, un castillo. Luego, ve al guardia de la puerta…

—¿Es un castillo grande? —preguntó el viejo.

—¡Es un castillo enorme! —le gruñó Halt.

Peter Sal retrocedió asustado. Su rostro mostraba una mirada herida.

—No hace falta gritar, joven —le dijo malhumorado—. Sólo estaba preguntando, eso es todo.

—Bien, entonces, deja de interrumpirme —dijo el montaraz—. Aquí estamos perdiendo el tiempo. Ahora, ¿me estás escuchando?

Peter Sal asintió.

—Bien —prosiguió Halt—. Ve al guardia de la puerta y dile que tienes un mensaje de Halt para el barón Arald.

Una mirada de reconocimiento se extendió por el rostro del viejo.

—¿Halt? —preguntó—. Pero no el montaraz Halt, ¿no?

—Sí —respondió Halt, cansado—, el montaraz Halt.

—¿El que dirigió la emboscada sobre los wargals de Morgarath? —preguntó Peter Sal.

—El mismo —dijo Halt con una peligrosa voz grave.

Peter Sal miró a su alrededor.

—Bueno —dijo—. ¿Dónde está?

—¡Yo soy Halt! —tronó el montaraz mientras le plantaba la cara a unos pocos centímetros a Peter Sal.

Otra vez, el granjero reculó algunos pasos. Reunió entonces coraje y negó con la cabeza en un gesto de incredulidad.

—No, no, no —dijo sin dudarlo—, usted no puede ser él. Vaya, el montaraz Halt es tan alto y corpulento como dos hombres. ¡Un gigantón, sí señor! Valiente, feroz en la batalla, sí señor. Usted no puede ser él.

Halt se volvió y se alejó en un intento por recuperar la calma. Will no podía evitar que la sonrisa brotase en su rostro de nuevo.

—Yo… soy… Halt —dijo el montaraz espaciando sus palabras para que Peter Sal no pudiera cometer ningún error—. Era más alto de joven, y mucho más ancho. Pero éste es el tamaño que tengo ahora —clavó sus ojos refulgentes en los del granjero y se le quedó mirando—. ¿Entiendes?

—Bueno, si usted lo dice… —concedió Peter Sal. No creía aún al montaraz, pero un brillo muy peligroso en sus ojos le avisó de que no sería inteligente seguir negándolo.

—Bien —dijo Halt con mucha frialdad—. Entonces, le dices al barón que Halt y Will…

Peter Sal abrió la boca para hacer otra pregunta. Halt se la tapó con la mano de inmediato y señaló al lugar donde permanecía Will junto a Tirón.

—Ese de ahí es Will —Peter Sal asintió, sus ojos de par en par sobre la mano que le sujetaba la boca con firmeza para detener ulteriores preguntas e interrupciones. El montaraz continuó—: Dile que Halt y Will están rastreando un jabalí. Cuando encontremos su madriguera, volveremos al castillo. Mientras tanto, el barón deberá organizar a sus hombres para una cacería mañana por la mañana —retiró despacio la mano de la boca del granjero—. ¿Lo has captado todo? —le preguntó el montaraz.

Peter Sal asintió con cuidado.

—Entonces repítemelo.

—Ir al castillo, decirle al guardia de la puerta que tengo un mensaje de usted… Halt… para el barón. Decirle al barón que usted… Halt… y él… Will… están rastreando un jabalí para encontrar su madriguera. Decirle que tenga a sus hombres listos para la cacería mañana.

—Bien —dijo Halt. Le hizo un gesto a Will y se subieron a sus sillas.

Peter Sal permaneció dubitativo en el camino, mirándolos.

—Márchate —le dijo Halt mientras señalaba en la dirección del castillo.

El viejo granjero dio entonces unos pocos pasos y después, cuando juzgó encontrarse a una distancia segura, se volvió y le voceó al montaraz de rostro adusto:

—¿Sabe? ¡No le creo! ¡Nadie mengua y se encoge!

Halt suspiró y giró su caballo hacia el interior del bosque.

Capítulo 19

Cabalgaron despacio a la luz que se desvanecía, inclinándose a los lados en sus sillas para seguir el rastro del jabalí.

No tuvieron ningún problema para hacerlo. El enorme cuerpo había dibujado un profundo surco en la espesa capa de nieve. Incluso sin ella, pensó Will, habría sido fácil. Era obvio que el jabalí estaba de muy mal humor. Había arañado los troncos y los arbustos de alrededor con los colmillos al pasar, trazando un claro sendero de destrucción a través del bosque.

—¿Halt? —probó a decir una vez se adentraron aproximadamente un kilómetro en la densa arboleda.

—¿Mmm? —dijo Halt, un poco distraído.

—¿Por qué molestar al barón? ¿No podríamos sencillamente matar nosotros al jabalí con nuestros arcos?

Halt negó con la cabeza.

—Es grande, Will. Puedes ver el tamaño del rastro que ha dejado. Podríamos necesitar media docena de flechas para matarlo, e incluso entonces, llevaría su tiempo que muriese. Con una bestia como ésta, es mejor asegurarse.

—¿Cómo lo hacemos?

Halt elevó la mirada un instante.

—Supongo que nunca has visto la cacería de un jabalí, ¿no?

Will negó con la cabeza. Halt se detuvo unos pocos segundos para explicárselo y Will condujo a Tirón hasta pararse a su lado.

—Bueno, en primer lugar —dijo el montaraz—, necesitamos perros. Ésa es otra razón por la que no podemos acabar con él con nuestros arcos. Cuando lo encontremos, muy probablemente se habrá escondido en un matorral o entre densos arbustos donde no lo podamos atrapar. Los perros le harán salir y tendremos un cerco de hombres alrededor de la madriguera con picas para matar jabalíes.

—¿Y se las lanzan? —preguntó Will. Halt negó con la cabeza.

—No, si tienen dos dedos de frente —dijo—. La pica de jabalí tiene más de dos metros de largo, una hoja de doble filo y una cruceta tras la hoja. La idea es que el jabalí cargue contra el picador.

Will miró dubitativo.

—Eso suena peligroso.

El montaraz asintió.

—Lo es. Pero al barón y a sir Rodney y a los demás caballeros les encanta. Por nada del mundo se perderían la caza de un jabalí.