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Entonces, de pronto, el jabalí estaba en el claro.

Irrumpió en medio del círculo, entre los puntos en que Will y Halt se encontraban apostados. Con un chillido irritante se liberó de uno de los perros que aún colgaban de él, se detuvo un momento y luego cargó hacia los cazadores a una velocidad deslumbrante.

El joven caballero que estaba justo frente a la carga del jabalí no vaciló. Echó una rodilla al suelo, apuntaló el extremo trasero de su pica en la tierra y presentó la brillante punta al animal a la carga.

El jabalí no tuvo oportunidad de girar. Su propia velocidad le llevó hasta la cabeza de la pica. Corcoveó hacia arriba, chillando de dolor y furia, en un intento por sacarse la hiriente pieza de acero. Pero el joven caballero asió la pica con todas sus fuerzas, la sostenía con firmeza contra el suelo y sin dar al iracundo animal ninguna posibilidad de liberarse.

Will observó con inocente inquietud cómo el asta firme de fresno de la pica se flexionaba como un arco con la fuerza de la velocidad del jabalí, después la punta cuidadosamente afilada penetró hasta el corazón del animal y todo acabó.

Con un último rugido chillón, el enorme jabalí se inclinó hacia un lado y cayó muerto.

El cuerpo moteado era casi tan grande como el de un caballo y cada centímetro era de sólido músculo. Los colmillos inofensivos ahora que estaba muerto, se curvaban hacia atrás sobre su fiero hocico. Se encontraban manchados con la tierra que había levantado en su furia y con la sangre de al menos uno de los perros.

Will miró el tremendo cuerpo y se estremeció. Si aquello era un jabalí, pensó, no tenía ninguna prisa por ver otro.

Capítulo 20

Los demás cazadores se arremolinaron alrededor del joven caballero que le había dado muerte, al tiempo que le felicitaban y le daban palmadas en la espalda. El barón Arald comenzó a cruzar en su dirección, pero se detuvo junto Tirón, levantando la vista mientras le hablaba.

—No verás otro de ese tamaño en mucho tiempo, Will —le dijo con aspereza—. Una lástima que no viniera hacia nosotros. Me hubiera gustado un trofeo como ése para mí —continuó su camino hacia sir Rodney, quien ya se encontraba con el grupo de guerreros alrededor del jabalí muerto.

Como resulta, Will se encontró, por primera vez en algunas semanas, cara a cara con Horace. Se produjo una pausa incómoda, ninguno de los dos muchachos quería dar el primer paso. Horace, emocionado por los sucesos de la mañana, su corazón latiendo aún con la excitación del temor que había sentido al ver aparecer el jabalí por vez primera, ansiaba compartir el momento con Will. A la luz de lo que acababan de ver, su riña de críos parecía insignificante, y ahora se sentía mal por su comportamiento en aquel día seis semanas atrás. Pero no podía encontrar las palabras para expresar sus sentimientos y no vio ningún aliento para hacerlo en los rasgos de Will, así que, con un leve movimiento de hombros, pasó junto a Tirón y se encaminó a felicitar al joven cazador. Cuando lo hizo, Tirón bufó y levantó las orejas con un relincho de aviso.

Will miró hacia atrás, al matorral, y le pareció que la sangre se le helaba en las venas.

Allí, en pie y fuera del refugio de los arbustos, se encontraba otro jabalí, más grande incluso que el que ahora yacía muerto en la nieve.

—¡Cuidado! —gritó mientras el enorme jabalí escarbaba la tierra con los colmillos.

Era una situación desfavorable. Se había deshecho la formación de los cazadores, la mayoría había ido a maravillarse del tamaño del jabalí muerto y a elogiar al que lo había matado. Sólo Will y Horace permanecían en el camino del segundo, principalmente, se percató Will, porque Horace había vacilado durante esos pocos instantes vitales.

Horace se giró con el grito de Will. Le miró y se balanceó para ver el nuevo peligro. El jabalí bajó la cabeza, arañó otra vez el suelo y cargó. Todo ocurrió a una velocidad terrible. Si el enorme animal estaba rascando en el suelo con los colmillos, al momento siguiente iba hacia ellos a toda velocidad. Horace se giró sin dudar para hacerle frente al jabalí, colocándose entre éste y Will, al tiempo que preparaba su pica como el barón y sir Rodney le habían mostrado.

Pero, según lo hacía, el pie se le resbaló sobre una placa de hielo en la nieve y se quedó tendido de costado sin poder hacer nada, perdido el agarre de la pica.

No había un segundo que perder, Horace yacía indefenso ante aquellos colmillos asesinos. Will sacudió los pies de los estribos para liberarlos y desmontó al tiempo que apuntaba y tensaba la cuerda de su arco. Era consciente de que su pequeño arco no tenía ninguna posibilidad de detener la enloquecida carrera del jabalí. Todo cuanto podía tener la esperanza de conseguir era distraer al animal fuera de sí, para alejarlo del indefenso muchacho en el suelo.

Disparó y al instante corrió hacia un lado, lejos del aprendiz caído. Gritó con todas sus fuerzas y tiró de nuevo.

Las flechas sobresalían del grueso costado del jabalí como agujas en un alfiletero. No le produjeron ningún daño serio, pero el dolor que le causaban le quemaba por todo el cuerpo como un cuchillo al rojo vivo. Sus ojos enojados y enrojecidos se centraron en la figura pequeña, encapada, que se hacía a un lado y, furioso, se lanzó tras Will.

No había tiempo para disparar de nuevo. Horace estaba seguro por el momento. Ahora era el propio Will quien se hallaba en peligro. Aceleró hasta el refugio de un árbol y se escondió tras él, ¡justo a tiempo!

La carga enfurecida del jabalí le condujo directo al tronco del árbol. Su enorme cuerpo chocó contra él, sacudiéndolo hasta las raíces, mientras lanzaba cortinas de nieve en cascada hacia abajo desde las ramas más altas.

Increíblemente, al jabalí no parecía haberle afectado el choque. Retrocedió unos pocos pasos y cargó de nuevo contra Will. El muchacho rodeó veloz el tronco del árbol y consiguió evitar por los pelos los cortantes colmillos cuando el jabalí pasó bramando.

Con un chillido de furia, el enorme animal se giró sobre sus huellas, patinando en la nieve, y otra vez fue hacia él. En esta ocasión vino más despacio, sin dejarle a Will la oportunidad de echarse a un lado en el último momento. El jabalí se acercaba al trote, los ojos rojos de furia, los colmillos tajando de lado a lado, su aliento cálido humeando en el frío aire invernal.

Tras él, Will podía oír los gritos de los cazadores, pero sabía que llegarían demasiado tarde para ayudarle. Engarzó otra flecha, conocedor de que no tenía posibilidad de acertar en un punto vital según venía el jabalí de frente hacia él.

Se produjo un ruido sordo de cascos amortiguados sobre la nieve y una pequeña y lanuda silueta se dirigió hacia el monstruo furioso.

—¡No, Tirón! —chilló Will, con un miedo desesperado por su caballo.

Pero el poni cargó contra el enorme jabalí, girándose sobre sus huellas y atacándolo con las patas traseras cuando estuvo a su alcance. Los cascos traseros de Tirón alcanzaron al jabalí en las costillas y, con toda la fuerza de las patas traseras levantadas del poni, lo enviaron rodando de costado por la nieve.

El jabalí se levantó en un instante, todavía más furioso que antes. El poni le había cogido desprevenido, pero la coz no le había causado ningún daño importante. Ahora se sacudía e intentaba alcanzar a Tirón mientras el pequeño poni relinchaba temeroso y saltaba de un lado a otro fuera del alcance de esos colmillos afilados.

¡Tirón!¡Apártate! —chilló Will otra vez.

Tenía el corazón en un puño. Si aquellos colmillos alcanzaban los vulnerables tendones de la parte baja de las patas del caballo, Tirón se quedaría lisiado de por vida. No podía permanecer inmóvil mientras su caballo se ponía en tal peligro por su amo. Tensó y disparó de nuevo y, extrayendo el cuchillo largo de montaraz de su cinto, cargó cruzando la nieve contra el enorme y furioso animal.