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Al instante, ambos caballos vacilaron en su zancada. Pareció que se saltaban un paso, después continuaron con su ritmo regular.

Pero la vacilación cambió el patrón del sonido de sus cascos por un segundo, Will pudo oír otro conjunto de cascos equinos detrás de ellos, como un eco ligeramente retrasado. Entonces el otro caballo también cambió el paso para igualar el suyo propio y el sonido desapareció.

—Caballo de montaraz —dijo Halt en voz baja—. Será Gilan, seguro.

—¿Cómo puedes saberlo? —preguntó Will.

—Sólo un caballo de montaraz puede cambiar el paso tan rápido. Y será Gilan porque siempre es Gilan. Le encanta intentar sorprenderme.

—¿Por qué? —preguntó Will, y Halt le miró con severidad.

—Porque fue mi último aprendiz —le explicó—. Y por alguna razón, a los antiguos aprendices les encanta pillar a sus antiguos maestros con los pantalones bajados —miró a su actual aprendiz de forma acusadora.

Will estaba a punto de protestar porque él nunca se comportaría de tal modo después de graduarse y entonces se dio cuenta de que probablemente lo haría, y en la primera oportunidad. La protesta murió sin ser formulada.

Halt hizo un gesto pidiendo silencio y oteó el camino delante de ellos. Entonces señaló.

—Aquel de ahí es el punto —dijo—. ¿Listo?

Había un árbol alto cerca del borde del camino con ramas que colgaban justo por encima de la altura de la cabeza. Will lo estudió un momento, después asintió. Tirón y Abelard continuaron con su paso regular hacia el árbol. Según se acercaron, Will sacó los pies de los estribos y se subió, agachado, sobre la grupa de Tirón. El caballo no varió el ritmo mientras su amo cambiaba de posición.

Cuando pasaron bajo las ramas, Will se irguió, asió la más baja y se subió a ella. En el momento en que su peso abandonó la grupa de Tirón, el pequeño caballo comenzó a pisar con mayor vigor, forzando los cascos contra el suelo a cada paso para no dar al perseguidor que venía por detrás ningún signo de que su carga se había aligerado de manera repentina.

En silencio, Will trepó más alto por el árbol hasta que encontró un punto donde tenía una buena sujeción y una vista clara. Podía ver a Halt y a los dos caballos desplazándose despacio por el camino.

Cuando alcanzaron el siguiente recodo, Halt espoleó a Tirón para que continuase, luego detuvo a Abelard y desmontó de la silla. Se arrodilló como si estudiara la tierra en busca de señales de huellas.

Ahora Will podía oír el otro caballo detrás de ellos. Miró hacia atrás por el camino por el que había venido pero otro recodo ocultaba a su perseguidor de la vista.

Entonces cesó el sonido de cascos.

Will tenía la boca seca y su corazón latía más y más rápido en su tórax. Estaba convencido de que le resultaría audible a cualquiera en un radio de cincuenta metros por lo menos. Pero su entrenamiento se impuso sobre él y permaneció inmóvil sobre la rama del árbol, entre las hojas y las sombras veteadas, vigilando el camino tras ellos.

¡Un movimiento!

Lo vio con el rabillo del ojo y ya no estaba. Observó minuciosamente el punto durante uno o dos segundos y entonces recordó las lecciones de Halt. «No concentres tu atención en un punto. Mantén un enfoque amplio todo el rato y sigue escrutando. Lo que verás de él será un movimiento, no una figura. Recuerda, él también es un montaraz y ha sido entrenado en el arte de no ser visto».

Will amplió su enfoque y escudriñó el bosque a su espalda. En el transcurso de unos segundos, se vio premiado con otro signo de movimiento. Una rama se balanceó de vuelta a su sitio, mientras una figura oculta pasaba silenciosa.

Después, diez metros más allá, un arbusto se sacudió ligeramente. Entonces vio un manojo de hierba alta que se erguía despacio de vuelta a su posición en el lugar donde un pie que pasaba lo había aplastado por un momento.

Will permaneció inmóvil. Se maravilló del hecho de que su perseguidor fuera capaz de moverse a través del bosque sin que él pudiera verlo. Obviamente, el otro montaraz había dejado atrás su caballo y acechaba a Halt a pie. Los ojos de Will se giraron para echar un rápido vistazo a Halt. Su profesor aún parecía estar preocupado con alguna señal en el suelo.

Se produjo otro movimiento en el bosque. El montaraz oculto acababa de pasar de largo el escondite de Will y se desplazaba de vuelta al camino, en un intento de sorprender a Halt por detrás.

De pronto, una silueta alta envuelta en una capa gris y verde pareció emerger del suelo en mitad del camino, unos veinte metros por detrás de la figura arrodillada de Halt. Will parpadeó. La silueta no estaba ahí, y al momento siguiente pareció haberse materializado por arte de magia. La mano de Will comenzó a moverse hacia el carcaj de flechas que colgaba a su espalda y entonces la detuvo. Halt le había dicho la noche anterior: «Espera hasta que estemos hablando. Si él no está hablando, oirá el movimiento más leve que hagas».

Will tragó saliva con la esperanza de que el personaje alto no hubiera oído el movimiento de su mano hacia el carcaj. Pero parecía que lo había detenido a tiempo. Oyó una voz alegre gritar a sus pies.

—¡Halt, Halt!

Halt se giró y se puso lentamente en pie, al tiempo que sacudía el polvo de sus rodillas al hacerlo. Inclinó la cabeza a un lado y examinó al personaje en medio del camino, que se apoyaba con facilidad en un arco largo idéntico al de Halt.

—Vaya, Gilan —le gritó—. Veo que sigues gastando esa vieja broma.

El alto montaraz se encogió de hombros y le respondió con alegría.

—Parece que este año la broma te la he gastado yo a ti, Halt.

Mientras Gilan hablaba, la mano de Will se movió con rapidez, pero en silencio, hasta el carcaj y escogió una flecha, dejándola preparada en la cuerda. Halt estaba hablando de nuevo.

—¿En serio, Gilan? ¿Y qué broma es ésa, me pregunto yo?

El asombro era evidente en la voz de Gilan al responder a su viejo maestro.

—Vamos, Halt. Admítelo. Por una vez te he vencido, y ya sabes cuántos años lo he estado intentando.

Halt se pasó una mano por la barba canosa, pensativo.

—La verdad, Gilan, me supera el porqué sigues intentándolo.

Gilan se rió.

—Deberías saber cuánto placer le proporciona a un antiguo aprendiz vencer a su maestro, Halt. Venga, vamos. Admítelo. Este año gano yo.

Mientras el personaje alto hablaba, Will tiró hacia atrás de la flecha y apuntó al tronco de un árbol a unos dos metros a la izquierda de Gilan. Las instrucciones de Halt resonaban en sus oídos: «Escoge un blanco lo suficientemente cerca como para asustarle cuando tires. Pero, por lo que más quieras, no demasiado cerca. ¡Si se mueve, no quiero que le atravieses con una flecha!».

Halt no se había movido de su posición en el centro del camino. Gilan cambiaba ahora incómodo el apoyo del peso de su cuerpo de un pie al otro. El comportamiento imperturbable de Halt empezaba a molestarle. Tenía la apariencia, de repente, de no estar del todo seguro de que Halt estuviese intentando simplemente salir de la trampa con un cuento.

Las siguientes palabras de Halt incrementaron sus sospechas.

—Ah sí… aprendices y maestros. Son una combinación extraña, sí. Pero dime, Gilan, mi viejo aprendiz, ¿no se te está olvidando algo este año?

Quizás fue la forma en que Halt hizo hincapié en la palabra «aprendiz», pero de pronto Gilan se dio cuenta de que había cometido un error. Comenzó a volver la cabeza, buscando al aprendiz de quien se había olvidado.

Según empezó a moverse, Will liberó su flecha.