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Incluso desde donde se encontraban sentados en sus caballos, podían distinguir un cierto aire de urgencia y actividad por todo el campamento. En el centro de la línea de tiendas se asentaba un pabellón más grande, de unos cuatro metros por otros cuatro y con la suficiente altura para albergar a un hombre alto en pie. Los laterales estaban abiertos en ese momento y Will pudo ver a un grupo de hombres ataviados de verde y gris, de pie en torno a una mesa, sumidos aparentemente en una conversación. Mientras observaban, uno se separó del grupo y fue corriendo hasta un caballo que aguardaba justo a la puerta. Montó, hizo girar al caballo sobre las patas traseras y partió al galope atravesando el campamento en dirección a la estrecha vereda entre los árboles del lado opuesto.

Apenas había desaparecido en las profundas sombras bajo los árboles cuando otro jinete surgió por la dirección opuesta, galopando entre las líneas y deteniéndose fuera de la tienda grande. Su caballo casi no se había parado antes de que desmontase y se dirigiese adentro para unirse al grupo.

—¿Qué pasa? —preguntó Will.

Con el gesto torcido, se percató de que muchos de los propietarios de las pequeñas tiendas las estaban desmontando y enrollando.

—No estoy seguro —respondió Halt. Hizo un gesto hacia las filas de tiendas—. Mira a ver si nos puedes encontrar un sitio decente para acampar. Yo trataré de averiguar qué está pasando —espoleó a Abelard hacia delante, después se volvió y gritó—: No montes las tiendas aún. Por el aspecto de la situación, es posible que no las vayamos a necesitar —acto seguido, los cascos de Abelard golpearon el césped mientras galopaba hacia el centro del campamento.

Will y Gilan encontraron un sitio para acampar bajo un árbol grande, razonablemente cerca de la zona central de reunión. Luego, sin la certeza de lo que deberían hacer a continuación, se sentaron en un tronco, en espera del regreso de Halt. Como montaraz veterano en el Cuerpo, Halt tenía acceso al pabellón grande: Gilan le había explicado que se trataba de la tienda de mando. El comandante del Cuerpo, un montaraz llamado Crowley, se reunía allí con su personal a diario para organizar las actividades y recopilar y evaluar la información que cada uno de los montaraces traía a la Congregación.

La mayoría de las tiendas próximas a los dos jóvenes montaraces estaban desocupadas, pero había un montaraz flaco y desgarbado en el exterior de una de ellas, paseando impaciente de un lado a otro con el mismo aspecto confuso que tenían Gilan y Will. Al verlos en el tronco, se acercó para unirse a ellos.

—¿Alguna novedad? —dijo de inmediato, y su rostro se hundió con la respuesta de Gilan.

—Estábamos a punto de hacerte la misma pregunta —le tendió su mano para saludarle—. Eres Merron, ¿verdad? —dijo, y estrecharon sus manos.

—Así es. Y tú eres Gilan si no recuerdo mal.

Gilan le presentó a Will y el recién llegado, que aparentaba estar en los treinta y pocos, le miró al tiempo que hacía sus conjeturas.

—Entonces tú eres el nuevo aprendiz de Halt —dijo—. Nos preguntábamos cómo serías. Yo iba a ser uno de tus examinadores, ya sabes.

—¿Ibas a ser? —preguntó Gilan con rapidez, y Merron le miró.

—Sí, dudo que continuemos con la Congregación ahora —vaciló y después añadió—: ¿Quieres decir que no habéis oído nada?

Los dos recién llegados negaron con la cabeza.

—Morgarath está tramando algo de nuevo —dijo con discreción, y Will sintió cómo un escalofrío de miedo le ascendía por la espina dorsal ante la mención del malvado nombre.

—¿Qué ha pasado? —preguntó Gilan mientras entrecerraba los ojos.

Merron meneó la cabeza a la vez que con la punta de la bota removía la tierra delante de él en un gesto de frustración.

—No hay noticias muy claras que digamos. Sólo informes confusos. Pero según parece un grupo de wargals ha escapado del Paso de los Tres Escalones hace unos días. Superaron a los centinelas y se dirigieron al norte.

—¿Estaba Morgarath con ellos? —preguntó Gilan.

Will permanecía con los ojos como platos y en silencio. No era capaz de volver en sí para plantear ninguna pregunta, en realidad no podía volver en sí para mencionar el nombre de Morgarath.

Merron se encogió de hombros en respuesta.

—No lo sabemos. No lo creemos a estas alturas, pero Crowley ha estado enviando exploradores durante los dos últimos días. Tal vez sólo sea pillaje. Pero si es algo más que eso, podría significar el inicio de otra guerra. Y si es así, es un mal momento para perder a lord Lorriac.

Gilan levantó la vista, con la preocupación en su voz.

—¿Lorriac está muerto? —preguntó, y Merron asintió.

—Un derrame cerebral, en apariencia. O el corazón. Le encontraron muerto hace unos días. Sin un arañazo. Mirando al frente. Bien muerto.

—¡Pero si estaba en su mejor forma! —dijo Gilan—. Le vi hace sólo un mes y estaba sano como un toro.

Merron se encogió de hombros. No podía darle una explicación. El únicamente conocía los hechos.

—Supongo que le puede pasar a cualquiera —dijo—. Nunca se sabe.

—¿Quién es lord Lorriac? —preguntó Will discretamente a Gilan.

El joven montaraz hizo un gesto con la cabeza, pensativo, mientras contestaba.

—Lorriac de Steden. Era el líder de la caballería pesada. Probablemente, nuestro mejor comandante de caballería. Como ha dicho Merron, si entramos en guerra, le echaremos muchísimo de menos.

La fría garra del miedo se aferró al corazón de Will. Durante toda su vida, la gente había hablado de Morgarath en susurros, si es que se llegaba a hablar de él. El Gran Enemigo casi había alcanzado las proporciones de un mito —una leyenda de los días antiguos, oscuros—. Ahora el mito se había hecho realidad una vez más, una realidad desafiante, aterradora. Miró a Gilan en busca de sosiego, pero el bello rostro del joven montaraz no mostraba sino dudas y preocupación por el futuro.

Pasó más de una hora antes de que Halt se les uniera de nuevo. Como ya era pasado el mediodía, Will y Gilan habían preparado una comida a base de pan, carne fría y frutos secos. El montaraz de pelo gris se deslizó de la silla de Abelard y, tras aceptar un plato de Will, empezó a comer a rápidos mordiscos.

—La Congregación ha finalizado —dijo, escueto, entre bocados.

Al ver la llegada del montaraz veterano, Merron se acercó otra vez para unirse a su grupo. Él y Halt se saludaron de forma rápida y acto seguido Merron planteó la cuestión que todos tenían en mente.

—¿Estamos en guerra? —preguntó inquieto, y Halt negó con la cabeza.

—No lo sabemos con certeza. Los últimos informes nos dicen que Morgarath se encuentra aún en las montañas.

—¿Por qué escaparon entonces los wargals? —preguntó Will.

Todos sabían que los wargals cumplían únicamente la voluntad de Morgarath. Nunca habrían llevado a cabo un acto tan radical sin su dirección. El rostro de Halt se mostraba sombrío al responder.

—Son sólo una partida pequeña, quizás cincuenta de ellos. Debían de actuar a modo de distracción. Mientras nuestra guardia se ocupaba de perseguir a los wargals, Crowley piensa que los dos kalkara se escabulleron fuera de las montañas y están escondidos en alguna parte en la Llanura Solitaria.

Gilan soltó un silbido en tono grave. Merron dio incluso un paso atrás por la sorpresa. Los rostros de los dos jóvenes montaraces mostraron su total horror ante las noticias. Will no tenía ni idea de lo que podían ser los kalkara, pero, a juzgar por la expresión de Halt y las reacciones de Gilan y Merron, quedaba claro que no eran buenas noticias.