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Gilan dijo pensativo:

—También hay otro aspecto. Aquellos dos hombres fueron fundamentales en su derrota la última vez. Está destruyendo nuestra estructura de mando y vengándose al mismo tiempo.

Halt asintió.

—Eso es cierto, por supuesto. Y para una mente retorcida como la de Morgarath la venganza es un motivo poderoso.

—Entonces, ¿piensas que habrá más asesinatos? —preguntó Will, y Halt le miró a los ojos con firmeza.

—Creo que habrá más intentos. Morgarath los ha enviado dos veces con objetivos y han tenido éxito. No veo la razón por la cual no fueran a ir a por otros. Morgarath tiene motivos para odiar a mucha gente en el reino. El propio rey, quizás. O puede ser el barón Arald, él le infligió a Morgarath mucho daño en la última guerra.

«Igual que tú», pensó Will, con un súbito destello de temor por su profesor. Estaba a punto de dar voz al pensamiento de que Halt podía ser un objetivo cuando advirtió que probablemente el mismo Halt se encontraba de por sí al tanto. Gilan le estaba haciendo otra pregunta al montaraz mayor.

—Hay una cosa que no entiendo. ¿Por qué siguen regresando los kalkara a su escondite? ¿Por qué no van después de una víctima a por la siguiente?

—Supongo que ésa es una de las pocas ventajas que tenemos —les contó Halt—. Son salvajes e inmisericordes y más inteligentes que los wargals. Pero no son humanos. Tienen una mente absolutamente simple. Muéstrales una víctima y la perseguirán y la matarán o morirán ellos en el intento. Sin embargo, sólo son capaces de seguirle la pista a una víctima cada vez. Entre los asesinatos, vuelven a su guarida. Luego Morgarath, o uno de sus subordinados, les revelará su siguiente víctima y ellos partirán de nuevo. Nuestra mayor esperanza consiste en interceptarlos en su marcha si es que les han dado un nuevo objetivo, o, si no, matarlos en su guarida.

Will miró por milésima vez a la monótona llanura de hierba que se extendía ante ellos. En algún sitio ahí fuera, las dos criaturas aterradoras esperaban, quizás con alguna víctima nueva en mente. La voz de Halt interrumpió el hilo de sus pensamientos.

—El sol se está poniendo —dijo—. También podemos acampar aquí.

Desmontaron con rigidez de las sillas y aflojaron las cinchas para que sus caballos estuvieran más cómodos.

—Eso es algo que tiene este maldito sitio —dijo Gilan mirando a su alrededor—. Cualquier sitio es tan bueno como otro. O tan malo.

Will se despertó de una cabezada sin sueños al toque de la mano de Halt en su hombro. Se sacudió la capa, miró a la luna entrecubierta por las nubes que el viento empujaba encima de su cabeza y torció el gesto. No había sido capaz de dormir durante más de una hora. Comenzó a decírselo a Halt pero éste le detuvo indicándole con un dedo en los labios que guardara silencio. Will miró en derredor y se percató de que Gilan ya estaba despierto, en pie, con la cabeza vuelta hacia el noreste, hacia el camino de donde venían, escuchando.

Will se puso de pie, moviéndose con cuidado para evitar hacer cualquier ruido indebido. Sus manos se habían dirigido automáticamente hacia sus armas pero se relajó en cuanto se dio cuenta de que no había una amenaza inmediata. Los otros dos escuchaban atentamente. Acto seguido, Halt levantó una mano y señaló hacia el norte.

—Ahí está otra vez —dijo en voz baja.

Entonces Will lo oyó, por encima del quejido de las Flautas de Piedra y el murmullo del viento entre la hierba, y se le heló la sangre en las venas. Era un brutal aullido agudo que ululaba y elevaba su tono. Un sonido inhumano que el viento les traía desde la garganta de un monstruo.

Segundos más tarde, otro aullido respondió al primero. De tono ligeramente más grave, parecía venir de una situación un poco a la izquierda del primero. Sin necesidad de que se lo contaran, Will supo lo que significaban aquellos sonidos.

—Son los kalkara —dijo Halt con seriedad—. Tienen un nuevo objetivo y van de caza.

Capítulo 27

Los tres compañeros pasaron una noche insomne mientras los gritos de caza de los kalkara disminuían hacia el norte. Cuando oyeron los sonidos por vez primera, Gilan fue a ensillar a Blaze. La yegua zaina resoplaba nerviosa ante el aullido aterrador de las dos bestias. Halt, sin embargo, le hizo un gesto para que se detuviese.

—No voy a ir detrás de esas cosas en la oscuridad —dijo lacónicamente—. Esperaremos hasta las primeras luces, entonces buscaremos sus huellas.

Encontrar las huellas era bastante fácil, ya que resultaba obvio que los kalkara no intentaban ocultar su paso. Los dos cuerpos pesados habían aplastado la hierba alta, dejando un claro sendero que apuntaba al este-noreste. Halt halló el sendero que había dejado el primero de los dos monstruos, y unos minutos después, Gilan encontró el segundo, alrededor de un cuarto de kilómetro a la izquierda y discurriendo paralelo, lo suficientemente cerca para proporcionar apoyo en caso de un ataque, pero a la distancia necesaria para evitar cualquier trampa preparada para su hermano.

Halt valoró la situación por unos momentos, luego tomó una decisión.

—Tú te quedas con el segundo —le dijo a Gilan—. Will y yo seguiremos a éste. Quiero asegurarme de que ambos van en la misma dirección. No quiero que uno de ellos dé media vuelta y nos venga por detrás.

—¿Crees que saben que estamos aquí? —preguntó Will, haciendo un gran esfuerzo para que su voz sonara firme y desinteresada.

—Podrían. Ha habido tiempo para que ese llanero que vimos los avisara. O quizás es sólo una coincidencia y están saliendo en su siguiente misión —observó el sendero de hierba aplastada, que se movía de forma irrevocable en una dirección constante—. Desde luego, parece que tienen una motivación —se volvió de nuevo a Gilan—. En cualquier caso, mantén los ojos abiertos y presta mucha atención a Blaze. Los caballos sentirán a esas bestias antes que nosotros. No queremos meternos en una emboscada.

Gilan asintió y desvió a Blaze de regreso al segundo sendero. A una señal de Halt, los tres montaraces iniciaron el avance siguiendo la dirección que habían tomado los kalkara.

—Yo miraré el sendero —le dijo Halt a Will—, tú échale un ojo a Gilan por si acaso.

Will centró su atención en el montaraz alto, a unos doscientos metros de distancia, que mantenía su paso. A Blaze sólo se la veía de hombros para arriba, su mitad inferior quedaba oculta por la hierba alta. De vez en cuando las ondulaciones del terreno entre ellos ocultaban tanto a la yegua como al jinete del alcance de su vista, y la primera vez que esto sucedió, Will reaccionó con un grito de alarma al tiempo que Gilan, simplemente, parecía desaparecer en el interior del suelo. Halt se giró veloz, una flecha ya a medio tensar, pero en ese mismo momento Gilan y Blaze reaparecieron, en apariencia inconscientes del momento de pánico que habían provocado.

—Lo siento —masculló Will, molesto por haber dejado que le vencieran los nervios.

Halt le contempló con astucia.

—Está bien —dijo con voz firme—. Prefiero que me lo hagas saber cada vez que siquiera pienses que hay algún problema —Halt sabía muy bien que, tras haber dado una falsa alarma, a Will podía costarle reaccionar en la siguiente ocasión, y eso podía resultar fatal para todos ellos—. Cada vez que pierdas de vista a Gilan, cuéntamelo. Y me lo dices también cuando reaparezca —dijo.