En épocas como aquéllas, se percató, un montaraz tenía pocas oportunidades para relajarse, lo cual hizo de aquella noche un entretenimiento tan bien recibido.
El posadero se acercó afanosamente a la mesa con aire de importancia y les puso cuatro jarras de cristal y un jarro de cerveza sin alcohol que había preparado con raíces de jengibre.
—Barra libre toda la noche para esta mesa —dijo—. Es un privilegio tenerle en nuestro establecimiento, montaraz —se alejó y llamó a uno de los muchachos del servicio para que viniera y atendiera la mesa del montaraz—. ¡Y date prisa con eso! —Alyss levantó una ceja con asombro.
—Qué bien estar con una celebridad —dijo—. El viejo Skinner se agarra tan fuerte a una moneda que se asfixia la cara del rey.
Will hizo un gesto de desdén.
—La gente exagera las cosas —dijo.
Pero Horace se inclinó hacia delante con los codos sobre la mesa.
—Bueno, cuéntanos la pelea —dijo, deseando los detalles.
Jenny miraba a Will con los ojos muy abiertos.
—¡Es increíble lo valiente que fuiste! —dijo admirada—. Yo habría estado aterrorizada.
—En realidad, yo estaba petrificado —les dijo Will con una sonrisa compungida—. Los valientes fueron el barón y sir Rodney. Cargaron y se enfrentaron a esas criaturas de cerca. Yo estuve todo el rato a cuarenta o cincuenta metros de distancia.
Relató lo que pasó en el combate, sin entrar en muchos detalles en su descripción de los kalkara. Ahora estaban muertos y habían desaparecido y era mejor olvidarlos lo antes posible. Había algunas cosas en las que no era necesario pensar. Los otros tres escuchaban, Jenny con los ojos muy abiertos y emocionada, Horace deseoso de conocer los detalles de la lucha y Alyss, calmada y digna como siempre, pero absorta por completo en su historia. Mientras describía su solitaria cabalgada en busca de ayuda, Horace movió la cabeza con admiración.
—Esos caballos de los montaraces deben de ser una raza especial —dijo.
Will le sonrió, incapaz de aguantarse la broma.
—El truco es mantenerse sobre ellos —dijo, y le agradó ver una sonrisa pareja extenderse por el rostro de Horace al recordar ambos la escena en la feria del Día de la Cosecha.
Notó, con un pequeño brillo de placer, que su relación con Horace había evolucionado hasta convertirse en una amistad firme en la que cada uno veía en el otro un igual. Impaciente por dejar de ser el centro de atención, le preguntó a Horace por la evolución de las cosas en la Escuela de Combate. La sonrisa en el rostro del grandullón se hizo aún más amplia.
—Mucho mejor ahora, gracias a Halt —dijo, y según Will hábilmente le hacía una pregunta tras otra, le describió la vida que llevaban en la Escuela de Combate, con bromas sobre sus errores y deficiencias, entre risas mientras contaba los detalles de los muchos castigos que se había ganado.
Will vio que Horace, una vez jactancioso y arrogante, era ahora mucho más modesto. Tuvo la sospecha de que a Horace le estaba yendo mejor como aprendiz de guerrero de lo que él había reconocido.
Fue una noche agradable, con más razón aún tras el terror y la tensión de la caza de los kalkara. Cuando los sirvientes recogieron sus platos, Jenny sonrió expectante a los dos muchachos.
—¡Bien! ¿Quién va a bailar conmigo? —dijo con alegría. Will fue demasiado lento en responder y Horace tomó su mano y la llevó a la zona de baile.
Mientras ellos se unían a los demás bailarines, Will miró dubitativo a Alyss. Nunca sabía con seguridad en qué estaba pensando la esbelta chica. Pero consideró que sería de buenos modales preguntarle también si quería bailar. Se aclaró nervioso la garganta.
—Mmm… ¿te gustaría bailar a ti también, Alyss? —dijo torpemente.
Ella le dedicó el escaso rastro de una sonrisa.
—Quizás no, Will. Bailando no soy gran cosa. Parezco todo piernas.
En realidad, era una excelente bailarina, pero, diplomática hasta la médula, tuvo la sensación de que Will se lo había pedido sólo por educación. Él asintió varias veces y se quedaron en silencio, aunque un silencio agradable.
Después de unos minutos, ella se volvió hacia él, apoyando la barbilla en la mano para contemplarle de cerca.
—Mañana es un gran día para ti —dijo, y él se ruborizó.
Había sido convocado para comparecer ante el tribunal del barón al completo al día siguiente.
—No sé de qué va todo eso —masculló.
Alyss le sonrió.
—Es posible que quiera darte las gracias en público —dijo—. Me han dicho que los barones suelen hacer eso con la gente que les ha salvado la vida.
Él comenzó a decir algo pero ella posó una mano suave y fría sobre la suya y se detuvo. Miró aquellos tranquilos y sonrientes ojos grises. Alyss nunca le había parecido guapa. Pero entonces se percató de que su elegancia y gracia y aquellos ojos grises, enmarcados por su fino pelo rubio, creaban una belleza natural que superaba con creces la simple beldad. De forma sorprendente, se inclinó más cerca de él y le susurró:
—Todos estamos orgullosos de ti, Will. Y creo que yo soy la que más orgullosa está de todos.
Y le besó. Los labios de ella sobre los suyos eran de una suavidad increíble, indescriptible.
Horas más tarde, antes de que por fin se durmiera, él aún podía sentirlos.
Capítulo 32
Will se había detenido, paralizado por el miedo escénico, tras franquear las inmensas puertas de entrada al salón de audiencias del barón.
El edificio en sí era enorme. Aquélla era la estancia principal del castillo, la estancia en la que el barón presidía todos los asuntos oficiales con los miembros de su tribunal. El techo parecía alargarse hacia arriba, interminable. Haces de luz caían en el interior de la estancia a través de las ventanas en lo alto de los tremendos muros. En la parte más lejana de la habitación, a lo que aparentaba ser una distancia enorme, estaba sentado el barón, vestido con sus mejores galas, en un sillón elevado, como un trono.
Entre él y Will se encontraba la mayor multitud que el muchacho había visto jamás. Halt propulsó con suavidad a su aprendiz hacia delante con un empujón en la espalda.
—Empieza de una vez —masculló.
Había cientos de personas en el Gran Salón y todas las miradas se volvieron hacia Will. Todos los maestros del barón se encontraban allí con sus vestiduras oficiales. Todos sus caballeros y todas las damas de la Corte, cada uno con sus mejores y más finas galas. Más allá se encontraban los hombres de armas del ejército del barón, los demás aprendices y los maestros artesanos de la villa. Vio un revoloteo de color cuando Jenny, desinhibida como siempre, le ondeó una bufanda. Alyss, de pie junto a ella, fue un poco más prudente. Besó discretamente las yemas de los dedos en su dirección.
Él seguía allí, incómodo, cambiando el peso de su cuerpo de un pie al otro. Pensó que ojalá Halt le hubiera permitido llevar puesta su capa de montaraz, así podría haberse mezclado con el fondo y haber desaparecido.
Halt le empujó de nuevo.
—¡Muévete! —siseó.
Will se giró hacia él.
—¿Es que tú no vienes conmigo? —preguntó.
Halt negó con la cabeza.
—No me han invitado. ¡Andando!
Empujó a Will otra vez más, luego fue cojeando, para no forzar su pierna herida, hasta un asiento. Por fin, al darse cuenta de que no tenía otro camino, comenzó a recorrer el largo pasillo. Oía los cuchicheos a su paso, su nombre susurrado de boca en boca.
Y entonces empezó el aplauso.
Lo inició la dama de un caballero y se extendió veloz por todo el salón según se unió todo el mundo. El aplauso fue el resonar de un rugido ensordecedor, atronador, que continuó hasta que Will alcanzó los pies de la gran silla del barón.