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– ¡Ssssssh! -volvió a susurrar Drusilla.

Entretanto, Alicia había pasado al tema de las flores y hacía saber a la embelesada audiencia que cada ramo consistía en docenas de orquídeas de color rosado que vendrían en tren desde Brisbane en cajas refrigeradas.

– ¡Orquídeas! ¡Qué ostentosa vulgaridad! -dijo Missy en voz alta.

– ¡Ssssssh! -soltó Drusilla desesperada.

En aquel momento Alicia se calló, al no tener ya nada más que decir.

– Os preguntaréis por qué está tan contenta de revelar el espectáculo con tanta antelación -dijo Missy sin dirigirse a nadie en particular-, pero supongo que pensará que, si no lo hace así, la mitad de los detalles de los que está tan orgullosa pasarían inadvertidos.

En ese instante, Alicia se dirigía hacia ella riendo, radiante, sintiéndose el centro de la atención, y con un montón de bocetos de vestidos y muestras de tela en la mano.

– Es una lástima que seas tan baja y tan morena, Missy -dijo con mucha distinción-. Me hubiera gustado incluirte, pero tienes que comprender que no encajarías como dama de honor.

– Bueno, creo que es una lástima que no seas morena y baja -dijo Missy con la misma distinción-. Rodeada de damas de tu misma altura y tonalidad, y con toda esa gradación de rosados, vas a quedar diluida en el decorado.

Alicia se quedó de piedra. Drusilla se quedó de piedra. Cornelia se quedó de piedra.

Missy se levantó con gesto pausado y trató de sacudir las arrugas de su falda de lino marrón.

– Ahora creo que me voy -dijo animadamente-. Bonita fiesta, Alicia, pero demasiado vulgar. ¿Por qué todo el mundo se empeña en servir la misma comida? Para variar, hubiera agradecido un buen bocadillo de huevos al curry.

Antes de que su audiencia lograse recuperarse del asombro, se había marchado; cuando se repusieron, Drusilla tuvo que contener una sonrisa y se hizo la sorda deliberadamente cuando Alicia le exigió que fuera a buscar a Missy para que se disculpase. ¡Alicia se lo tenía merecido! ¿Por qué no había sido amable por una vez aunque hubiera estropeado su séquito nupcial con la presencia de Missy? ¡Qué asombroso! El análisis de Missy había dado en el clavo: en efecto, Alicia quedaría diluida en el decorado, o, más bien, en medio de los ramos y ramilletes y telas de colores rosados y blancos con las que pretendía cubrir la iglesia.

Fuera de la puerta principal de Mon Repos, Missy tuvo otra vez un acceso de dolor acompañado de la dificultad para respirar. Decidiendo que prefería morir en decente soledad, Missy se alejó del sendero de gravilla y se precipitó como una flecha a un costado de la casa. Por supuesto, en la idea de jardín de Aurelia Marshall no cabía ni un solo rincón de espesura, por lo que había muy pocos lugares donde Missy pudiera agazapase sin que la vieran. El más cercano era un enorme arbusto de rododendros, situado debajo de una de las ventanas de las planta baja, y hasta allá se arrastró Missy, para tumbarse después semiapoyada en la pared de ladrillo rojo, detrás del arbusto. El dolor era insoportable, pero tenía que soportarlo. Cerró los ojos y deseó no morir hasta que pudiera hacerlo en brazos de John Smith, como la protagonista de Problemas de corazón. ¡Qué sitio más deprimente para que la encontraran dura y rígida, las matas de rododendros de tía Aurelia!

No se murió. Al cabo de un rato, el dolor empezó a disminuir y pudo empezar a moverse. Se oían voces cerca y, como los rododendros estaban muy pelados a consecuencia de la poda de otoño, si aquella gente daba la vuelta a la esquina la iban a ver, cosa que no deseaba. Así que se puso de rodillas e intentó levantarse. En aquel instante se dio cuenta de que las voces procedían de la ventana, justo encima de ella.

– ¿Habías visto alguna vez un sombrero más monstruoso? -preguntaba una voz en la que Missy reconoció a Lavinia, la hija menor de tía Augusta; por supuesto, Lavinia era dama de honor.

– Con demasiada frecuencia. Todos los domingos en la iglesia, para ser exactos -dijo la voz aguda y monótona de Alicia-. Aunque pienso que la persona que lo lleva es mucho más monstruosa.

– Es tan vulgar -soltó una tercera voz, perteneciente a Marcia, la primera dama e hija de tía Antonia-. A decir verdad, Alicia, le estás concediendo demasiada importancia al llamarla monstruosa. Nimia es una palabra mucho más adecuada para describir a Missy Wright, aunque el sombrero, reconozco que es una auténtica monstruosidad.

– Un punto para ti -concedió Alicia, a quien todavía le escocía el inesperado toque de la observación de Missy acerca de quedar diluida en el decorado.

¡Por supuesto que estaba equivocada! Pero aun así, Alicia sabía que el esplendor visual de su boda no volvería a convencerla como antes: Missy le había clavado su irónica espina con más destreza de la que pensaba.

– ¿Acaso nos importa Missy Wright? -preguntó una prima lejana llamada Portia.

– Debido a que su madre es la hermana preferida de mi madre, Portia, me temo que tiene que importarme -declaró Alicia con un retintín-. No sé por qué mamá insiste en compadecer tanto a tía Drusie, pero ya he dejado de creer que se lo podría sacar de la cabeza. Oh, me atrevería a decir que la caridad de mamá es loable, pero puedo deciros que trato de no estar en casa los sábados por la mañana, cuando tía Drusie viene a hartarse de pasteles a casa. ¡Lo que puede llegar a comer! Mamá dice a la cocinera que haga dos docenas de pastelillos glaseados y, para cuando tía Drusie se marcha, han desaparecido todos los pasteles, hasta la última miga. -Alicia soltó una carcajada forzada-. En casa se ríe todo el mundo, incluso los criados.

– Bueno, son espantosamente pobres, ¿verdad? -preguntó Lavinia, que en la escuela había destacado en historia y se dio aires de superioridad añadiendo-: Nunca he entendido por qué la chusma francesa guillotinó a María Antonieta, sólo por decir que si no tenían pan, debían comer pasteles. Me parece a mí que cualquier persona en la miseria estaría encantada de comer un pastel para variar…, quiero decir… ¡Mira tía Drusie!

– Claro que son pobres -dijo Alicia-, y me temo que lo seguirán siendo si su única esperanza está puesta en Missy.

Aquello suscitó una carcajada general.

– Es una lástima que no se pueda confiscar a una persona, de la misma manera en que se confisca una casa -dijo otra voz, una prima en cuarto o quinto grado, de nombre Junia; la decepción por no haber sido elegida dama de honor había concentrado todo su veneno natural en una o dos gotas mortales.

– En esta época somos demasiado buenos para hacer esas cosas, Junia -dijo Alicia-. En consecuencia, tenemos que continuar aguantando a tía Drusie y tía Octie y a la prima Missy y a tía Julie y a tía Cornie y al resto de la brigada de viudas-solteronas. Mira mi boda. ¡La van a estropear! Pero mamá dice con razón que tenemos que invitarlas, y, desde luego, vendrán las primeras y serán las últimas en marcharse. ¿Os habéis dado cuenta de que los granos y las espinillas aparecen cuando menos apetece? Sin embargo, mamá tuvo una idea genial que nos librará de esos horribles trajes marrones. Compró mi ajuar a tía Drusie por doscientas libras. Y reconozco que hacen un trabajo de lo más fino y delicado, es decir, que mamá no malgastó su dinero, gracias a Dios. Fundas de almohada bordadas abrochadas con botoncitos forrados y con un diminuto capullo de rosa bordado en cada uno de ellos. ¡Muy bonito! En cualquier caso, el plan de mamá funcionó, porque tío Herbert le pasó la noticia de que Missy había ido a comprar tres cortes de vestido: lila para tía Drusie y azul para tía Octie. ¿Alguien adivina de qué color para la prima Missy?

– Marrón -dijeron todas a coro y luego hubo una lluvia de carcajadas.

– ¡Tengo una idea! -dijo Lavinia cuando cesó el alboroto-. ¿Por qué no le das a Missy uno de tus trajes viejos en un tono que le vaya bien?

– Antes me muero -dijo Alicia con desdén -. ¿Ver uno de mis bonitos vestidos en esa bolsa de basura con cara sucia? Si te gusta tanto esa idea, mi querida Lavinia, ¿por qué no le regalas uno de los tuyos?