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Las universidades latinoamericanas forman, en pequeña escala, matemáticos, ingenieros y programadores que de todos modos no encuentran trabajo sino en el exilio: nos damos el lujo de proporcionar a los Estados Unidos nuestros mejores técnicos y los científicos más capaces, que emigran tentados por los altos sueldos y las grandes posibilidades abiertas, en el norte, a la investigación. Por otra parte, cada vez que una universidad o un centro de cultura superior intenta, en América Latina, impulsar las ciencias básicas para echar las bases de una tecnología no copiada de los moldes y los intereses extranjeros, un oportuno golpe de Estado destruye la experiencia bajo el pretexto de que as! se incuba la subversión. Este fue el caso, por ejemplo, de la Universidad de Brasilia, abatida en 1964, y la verdad es que no se equivocan los arcángeles blindados que custodian el orden establecido: la política cultural autónoma requiere y promueve, cuando es auténtica, profundice cambios en todas las estructuras vigentes. La alternativa consiste en descansar en las fuentes ajenas: la copia simiesca de los adelantos que difunden las grandes corporaciones, en cuyas manos es monopolizada la tecnología más moderna, para crear nuevos productos y para mejorar la calidad o reducir el costo de los productos existentes. El cerebro electrónico aplica infalibles métodos de cálculo para estimar costos y beneficios, y así, América Latina importa técnicas de producción diseñadas para economizar mano de obra, aunque le sobra la fuerza de trabajo y los desocupados van en camino de constituir una aplastante mayoría en varios países; así, también, la propia impotencia determina que la región dependa, para su progreso, de la voluntad de los inversionistas extranjeros. Al controlar las palancas de la tecnología, las grandes corporaciones multinacionales manejan también, por obvias razones, otros resortes claves de la economía latinoamericana. Por supuesto, las casas matrices nunca proporcionan a sus filiales las innovaciones más recientes, ni impulsan, tampoco, una independencia que no les convendría. Una encuesta de Business International, realizada por encargo del BID, llegó a la conclusión de que «es evidente que las subsidiarias de las corporaciones internacionales que operan en la región no realizan esfuerzos significativos en materia de 'investigación y desarrollo'. En efecto, la mayoría de ellas carece de un departamento con esa finalidad y en casos muy contados llevan a cabo labores de adaptación de tecnología, en tanto que otra minoría de empresas -situadas casi invariablemente en Argentina, Brasil y México- realiza modestas actividades de investigación». Raúl Prebisch advierte que «las empresas norteamericanas en Europa instalan laboratorios y realizan investigaciones que contribuyen a fortalecer la capacidad científica y técnica de esos países, lo que no ha sucedido en América Latina, y denuncia un hecho muy grave: “La inversión nacional -dice-, por su falta de conocimiento especializado [know – how], realiza la mayor parte de su transferencia de tecnología recibiendo técnicas que son del dominio público" que se importan como licencias de conocimiento especializado…”.

Es altísimo, en varios sentidos, el costo de la dependencia tecnológica: también lo es en dólares constantes y sonantes, aunque las estimaciones no resultan nada fáciles por los múltiples escamoteos que las empresas practican en sus declaraciones de remesas al exterior, Las cifras oficiales indican, no obstante, que el drenaje de dólares por asistencia técnica se multiplicó por quince, en México, entre 1950 y 1964. Y en el mismo período las nuevas inversiones no llegaron siquiera a duplicarse. Las tres cuartas partes del capital extranjero en México aparecen, hoy, destinadas a la industria manufacturera; en 1950, la proporción era de la cuarta parte. Esta concentración de recursos en la industria sólo implica una modernización refleja, con tecnología de segunda mano, que el país paga como si fuera de primerísima. La industria automotriz ha drenado de México mil millones de dólares, de una u otra manera, pero un funcionario del sindicato de los automóviles en Estados Unidos recorrió la nueva planta de la General Motors en Toluca, y escribió después: “Fue peor que arcaico. Peor, porque fue deliberadamente arcaico, con lo obsoleto cuidadosamente planeado… Las plantas mexicanas son equipadas deliberadamente con maquinaria de baja productividad” [84].

¿Qué decir de la gratitud que América Latina debe a la Coca Cola, la Pepsi o la Crush, que cobran carísimas licencias industriales a sus concesionarios para proporcionarles una pasta que se disuelve en agua y se mezcla con azúcar y gas?

LA MARGINACIÓN DE LOS HOMBRES Y LAS REGIONES

Grow with Brazil . Grandes avisos en los diarios de Nueva York exhortan a los empresarios norteamericanos a sumarse al impetuoso crecimiento del gigante de los trópicos. La ciudad de Sao Paulo duerme con los ojos abiertos; aturden sus oídos las crepitaciones del desarrollo; surgen fábricas y rascacielos, puentes y caminos, como brotan, de súbito, ciertas plantas salvajes en las tierras calientes. Pero la traducción correcta de aquel eslogan publicitario sería, bien se sabe: «Crezca a costa del Brasil». El desarrollo es un banquete con escasos invitados, aunque sus resplandores engañen, y los platos principales están reservados a las mandíbulas extranjeras. Brasil tiene ya más de noventa millones de habitantes, y duplicará su población antes del fin del siglo, pero las fábricas modernas ahorran mano de obra y el intacto latifundio también niega, tierra adentro, trabajo. Un niño en harapos contempla, con brillo en la mirada, el túnel más largo del mundo, recién inaugurado en Río de Janeiro. El niño en harapos está orgulloso de su país, y con razón, pero él es analfabeto y roba para comer.

En toda América Latina, la irrupción del capital extranjero en el área manufacturera, recibida con tanto entusiasmo, ha puesto aún más en evidencia las diferencias entre los «modelos clásicos» de industrialización, tal como se leen en la historia -de los países hoy desarrollados, y las características que el proceso muestra en América Latina. El sistema vomita hombres, pero la industria se da el lujo de sacrificar mano de obra en una proporción mayor que la de Europa [85].

No existe ninguna relación coherente entre la mano de obra disponible y la tecnología que se aplica, como no sea la que nace de la conveniencia de usar una de las fuerzas de trabajo más baratas del mundo. Tierras ricas, subsuelos riquísimos, hombres muy pobres en este reino de la abundancia y el desamparo: la inmensa marginación de los trabajadores que el sistema arroja a la vera del camino frustra el desarrollo del mercado interno y abate el nivel de los salarios. La perpetuación del vigente régimen de tenencia de la tierra no sólo agudiza el crónico problema de la baja productividad rural, por el desperdicio de tierra y capital en las grandes haciendas improductivas y el desperdicio de mano de obra en la proliferación de los minifundios, sino que además implica un drenaje caudaloso y creciente de trabajadores desocupados en dirección a las ciudades. El subempleo rural se vuelca en el subempleo urbano. Crecen la burocracia y las poblaciones marginales, donde van a parar, vertedero sin fondo, los hombres despojados del derecho de trabajo. Las fábricas no brindan refugio a la mano de obra excedente, pero la existencia de este vasto ejército de reserva siempre disponible permite pagar salarios varias veces más bajos que los que ganan los obreros norteamericanos o alemanes. Los salarios pueden continuar siendo bajos aunque aumente la productividad, y la productividad aumenta a costa de la disminución de la mano de obra. La industrialización «satelizada» tiene un carácter excluyente: las masas se multiplican a ritmo de vértigo, en esta región que ostenta el más alto índice de crecimiento demográfico del planeta, pero el desarrollo del capitalismo dependiente -un viaje con más náufragos que navegantes- margina mucha más gente que la que es capaz de integrar. La proporción de trabajadores de la industrie manufacturera dentro del total de la población activa latinoamericana disminuye en vez de aumentar: había un 14,5 % de.trabajadores en la década del cincuenta; hoy sólo hay un once y medio por ciento. En Brasil, según un estudio reciente, «el número total de nuevos empleos que deberán crearse promediarán un millón y medio por año durante la próxima década». Pero el total de trabajadores empleados por las fábricas de Brasil, el país más industrializado de América Latina, suma, sin embargo apenas dos millones y medio.

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[84] Leo Fenster, en julio de 1969. Citado por André Gunder Frank, Lumpenburguesía: lumpendesarrollo, Montevideo, 1970.

Las filiales extranjeras resultan de todos modos infinitamente más modernas que las empresas nacionales. En la industria textil, por ejemplo, uno de los últimos reductos del capital nacional, es bajísimo el grado de automatización. Según la CEPAL, en 1962 y 1963 cuatro países de Europa invirtieron en nuevos equipos para su industria textil una suma seis veces mayor que la que invirtió con el mismo fin, en 1964, toda América Latina.

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[85] Las filiales norteamericanas ocupaban en la industria europea, en 1957 -no existen datos recientes-, una proporción de mano de obra, en relación con el capital invertido, más alta que en América Latina. Secretaría general de la OEA, op. cit.