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"Mavi Guevara" fue la primera inmobiliaria manejada por alguien que conocía realmente La Cascada. Y a quien nosotros conocíamos. María Virginia Guevara. Virginia; nosotros nunca la llamábamos ni por el nombre completo ni por el abreviado, como si eso marcara una diferencia, porque el María Virginia correspondía a un pasado que desconocíamos y el Mavi era un nombre impuesto para los negocios. Antes de que Virginia apareciera oficialmente en el rubro, las casas las vendíamos y comprábamos por intermedio de inmobiliarias de San Isidro, Martínez, incluso de Capital, con un manejo impersonal, donde nadie conocía a nadie y los agentes nos mostraban los inmuebles como si fueran separables del piso en el que estaban plantados. Virginia instaló un estilo distinto. Nadie como ella sabía de los tesoros que guardaba cada casa. Ni de los defectos. Sabía que acá las calles no son rectas paralelas como en la ciudad, que su trazado no responde a patrones establecidos. Después de mostrar tres casas, el empleado de una inmobiliaria cualquiera podía confundir el este con el oeste, y terminar llamando a la guardia porque Altos de la Cascada se le convertía en un laberinto del que no podía salir ni siquiera volviendo sobre sus propios pasos. Como al Hansel del cuento que los pájaros le comieron las miguitas de pan, a los forasteros La Cascada les devora el sentido de orientación, los atrapa en su trazado de caminos donde todo parece igual y diferente al mismo tiempo. Virginia podría salir con los ojos cerrados. Cualquiera de nosotros podría. Sabemos de memoria detrás de qué arboleda sale el sol. Detrás de la casa de quién se pone. En verano o en invierno, que no es lo mismo. A qué hora canta el primer pájaro, por dónde pueden cruzarse un murciélago o una comadreja. Ese era uno de los puntos que más tenía en cuenta Virginia a la hora de mostrar un inmueble: los murciélagos y las comadrejas. Potenciales vecinos, desprevenidos, pueden creer que al llegar a Los Altos llegaron al Paraíso, y si se les cruza un animal de ese estilo, sin haber sido advertidos previamente, no se reponen del susto. A murciélagos o comadrejas no los detienen ninguna de las tres barreras, ni los alambrados perimetrales. Después uno se acostumbra, hasta les tomas simpatía, pero el primer impacto es fuerte, como una desilusión. Los que venimos de la ciudad traemos muchas fantasías, pero también muchos miedos. "Y para el negocio inmobiliario es bueno que mantengan las fantasías y que se saquen los miedos", tiene escrito Virginia en su libretita de apuntes en el capítulo dedicado a "Murciélagos, comadrejas, y otros bichos de La Cas cada". "Al menos hasta el día de la escritura", agregó entre paréntesis. Una libretita roja, con espiral, una especie de bitácora de su aprendizaje del negocio inmobiliario que llevaba a todas partes. Una liebre, en cambio, sí que estaba bien conceptuada al momento de mostrar una casa, sobre todo a una familia con chicos, "esa suele ser la parte de la naturaleza que les gusta ver".

Su libreta roja fue ganando valor con los años y la experiencia. De alguna manera se convirtió en leyenda en el barrio. Formaba parte del mito de Mavi Guevara. Todos sabíamos que existía pero, aunque algunos aseguraban que sí, nadie la había leído. Temíamos haber sido incluidos, pero también haber sido ignorados. Y sospechábamos, equivocadamente, que entre todos podíamos armar oralmente un rompecabezas parecido al que en ella se escondía, juntando frases aisladas que le fuimos escuchando a lo largo de los años e inventando adecuadamente otras. Repitiendo sentencias tal como nos las acordábamos, fuimos armando entre todos una libreta roja imaginaria y oral que dábamos como cierta. Y Virginia no nos contradecía. "Pórtate bien que te anoto en mi libreta roja", amenazaba, y se reía. Ella decía que apuntaba todo, aunque no estuviera segura acerca de la utilidad de algunas de sus anotaciones. Hacia dónde desagotan las zanjas. Qué parque se inunda. Cuál es el mejor electricista de la zona. Y el mejor cerrajero. Qué vecino es intratable. Quién no se ocupa como corresponde de su mascota. Quién no se ocupa de sus hijos. Algunos dicen que anota hasta quién engaña a su mujer o quién no le paga a su empleada. Pero deben ser todas habladurías, porque eso qué importa a la hora de comprar o vender una casa. Y además de la libreta roja llevaba un fichero alfabético de fichas rayadas blancas. Los Insúa. Los Masotta. Los Scaglia. Los Urovich. Tenía todas las casas fichadas, las que estaban a la venta y las que no. Agregó las que no estaban a la venta poco después de enterarse de que en algunos diarios ya tienen escritos los obituarios de ciertos personajes famosos antes de que mueran. "Trabajo adelantado", decía, "menos macabro el mío que el de ellos". Y a pesar de que algunos se quejaron de estar incluidos en su fichero pre-mortem, el paso de los años le fue dando la razón. Distintas crisis de distinto tipo hicieron que casas que habían sido pensadas para toda la vida dejaran de serlo. El dinero que puede pagar la vida en un lugar así cambia de manos con las épocas. Y Mavi no lo hacía ni de agorera ni de envidiosa, como le gritó un día en la cara Leticia Hurtado, poco después de que le remataron la casa. Lo hacía porque se había dado cuenta antes que todos de qué se trataba la cosa, tanto, que hasta tenía fichada su propia casa.

En casi todos los inmuebles que se vendieron o alquilaron en Altos de la Cascada los últimos años hubo un cartel de "Mavi Guevara. Inmobiliaria". Nadie pudo nunca competir con ella en servicio al cliente. Virginia no aceptaba terminar una cita de trabajo sin haber tomado un café con los clientes, sin haber charlado de cualquier otra cosa con ellos, o sin tener al menos una vaga idea de quién era ese que firmaba los papeles detrás de su escritorio. "Sería incapaz de venderle la casa de un amigo a cualquiera. En Altos de la Cascada todas las casas son o fueron de un amigo. Y todos los nuevos que llegan son potenciales amigos", dicen que tenía anotado en las primeras hojas de su libreta. Se lo mostró una tarde a Carmen Insúa, dicen, cuando Carmen ya no era quien había sido. "Cada punto de la transacción inmobiliaria, se concrete o no, tiene que ser muy claro. Nadie se puede dar el lujo de quedar mal con nadie, porque, tarde o temprano, los caminos de La Cascada los van a cruzar." Y después de una pelea con Carlos Rodríguez Alonso, que se negó a pagarle la comisión estipulada por la venta de su casa, alegando que ellos eran amigos y que él pensó que le pasaba el dato "de onda", dicen que agregó a un costado de la nota anterior: "¿Se puede llegar a ser verdaderamente amigo de alguien a quien uno conoce a través de su bolsillo?". Y respondió ella misma a pie de página: "Por el bolsillo pasan todas las miserias".

9

Romina ya había salido para el colegio. La llevaba un remís. A Mariana la ponía de mal humor levantarse tan temprano, y si lo hacía, se aseguraba una mañana cruzada. Tampoco Romina amanecía de mejor talante. Cuando tuviera que llevar a Pedro sí que se levantaría, pero hasta para la nena, ahora su hija, Romina, era más agradable viajar en remís con Antonia que aguantar su fastidio matutino, pensaba. Mariana entró en la ducha y se quedó bajo el chorro de agua hasta que la modorra empezó a ceder. Cuando salió del baño, envuelta en una toalla, Antonia ya había regresado del colegio, había hecho su cuarto, dejado una bandeja con su desayuno sobre la mesa de luz, y estaba juntando la ropa abollada al pie de la cama. Evidentemente estas mujeres tienen otro biorritmo, pensó Mariana, son mulas de carga. Y se tiró otros cinco minutos sobre la cama. Antonia se agachó a levantar del piso la remera de spandex y piedritas brillantes que Mariana había usado la noche anterior y notó que tenía un pequeño agujero. "Señora, ¿usted vio esto?" Mariana se acercó e inspeccionó la remera. "Parece una chispa", dijo Antonia. "Esto fue el cigarrillo de algún pelotudo. Cien dólares chamuscados en una postura…" Mariana devolvió la remera al bollo de ropa sucia que llevaba Antonia y se empezó a desenredar el pelo. Antonia inspeccionó el pequeño agujero debajo de la axila. "¿Quiere que trate de zurcirla?", dijo con timidez. Mariana la miró. "¿Alguna vez me viste usar algo zurcido?"