Выбрать главу

Estas doctas palabras tienen la virtud de ensombrecer el humor de Pedro. Hasta el final de la recepción, permanece ceñudo. Ni siquiera durante los fuegos artificiales que clausuran la fiesta concede una mirada a la joven con la que acaba de intercambiar promesas de amor y de confianza eternos. Cuanto más escruta los rostros alegres que le rodean, más tiene la impresión de haber caído en una trampa.

Mientras él se deja baquetear por las intrigas políticas, las mujeres, la bebida y los placeres de la caza, el Alto Consejo secreto dirige, mejor o peor, los asuntos del Estado. Por iniciativa de los sabios y con el aval del zar, se toman medidas para reforzar el control sobre la magistratura, reglamentar la utilización de las letras de cambio, prohibir al clero el uso de prendas laicas y reservar al Senado el conocimiento de los problemas de la Pequeña Rusia. En resumen, pese a la deserción del emperador, el imperio continúa.

Entre tanto, Pedro se ha enterado de que su querido Iván Dolgoruki está pensando en casarse con la pequeña Natalia Sheremétiev. A decir verdad, no tiene ningún inconveniente en ceder su «valido» de otros tiempos a una rival. Así pues, queda convenido que, para afianzar la amistad innata que une a los cuatro jóvenes, las dos bodas se celebren el mismo día. Sin embargo, este arreglo razonable no para de atormentar a Pedro. Todo -cosas y personas- le decepciona y le irrita. En ningún sitio está a gusto y ya no sabe con quién sincerarse. Poco antes de que acabe el año, se presenta sin haber sido anunciado en casa de Isabel, a la que ha descuidado en los últimos meses. La encuentra mal instalada, mal servida, privada de lo esencial, cuando debería ser la primera dama del imperio. Ha ido a quejarse ante ella de su desasosiego y es ella quien se queja ante él de su indigencia. Isabel acusa a los Dolgoruki de haberla humillado y arruinado y de disponerse a ejercer su dominio sobre él a través de la esposa que le han arrojado a los brazos. Conmovido por las quejas de su tía, a la que sigue amando en secreto, replica: «¡Yo no tengo la culpa! ¡No me obedecen, pero pronto encontraré la manera de romper mis cadenas!» [20]

Estas palabras son referidas a los Dolgoruki, que se consultan para elaborar una réplica a la vez respetuosa y eficaz. Además, hay otro problema familiar que es preciso solucionar urgentemente: Iván se ha peleado con su hermana Katia, la cual desde sus esponsales ha perdido todo sentido de la mesura y reclama los diamantes de la difunta gran duquesa Natalia, afirmando que el zar se los había prometido. Esta sórdida disputa en torno a un cofrecillo de joyas puede irritar a Pedro en el momento en que es más necesario que nunca adormecer su desconfianza. Pero ¿cómo hacer entrar en razón a una mujer menos sensible a la lógica masculina que al destello de unas piedras preciosas?

El 6 de enero de 1730, en la tradicional bendición de las aguas del Nevá, Pedro llega tarde a la ceremonia y se queda de pie detrás del trineo descubierto donde está Iekaterina. En el aire gélido, las palabras del sacerdote y el canto del coro tienen una resonancia irreal. El vaho sale de la boca de los cantores al mismo tiempo que su voz. Pedro tirita durante el interminable oficio. Al regresar al palacio, es presa de escalofríos y se mete en la cama. Todos creen que se trata de un resfriado. Por lo demás, el 12 de febrero el zar se encuentra mejor. Sin embargo, cinco días más tarde los médicos descubren en él los síntomas de la viruela. Ante el anuncio de esta enfermedad, con frecuencia mortal en la época, todos los Dolgoruki se reúnen, aterrorizados, en el palacio Golovín. El pánico ensombrece los semblantes. Ya se prevé lo peor y se buscan salidas para la catástrofe. Entre la agitación general, Alexéi Dolgoruki afirma que sólo habría una solución en el caso de que el zar llegara a desaparecer: coronar sin tardanza a la que él ha escogido como esposa, Iekaterina, la pequeña Katia. Pero esta pretensión le parece exorbitante al príncipe Vasili Vladímirovich, que protesta en nombre de toda la familia.

– ¡Ni yo ni ninguno de los míos querremos ser sus súbditos! ¡No está casada!

– ¡Está prometida! -replica Alexéi.

– ¡No es lo mismo!

La discusión sube de tono. El príncipe Sergéi Dolgoruki habla de sublevar a la Guardia para apoyar la causa de la prometida del zar. Mirando al general Vasili Vladímirovich Dolgoruki, dice:

– Iván y tú mandáis el regimiento Preobrazhenski. Vosotros podéis ordenar lo que queráis a vuestros hombres…

– ¡Nos matarían! -contesta el general, y abandona la reunión.

Tras su marcha, otro Dolgoruki, el príncipe Vasili Lukich, miembro del Alto Consejo secreto, se sienta junto a la chimenea donde arde un enorme fuego de leña y, sin pedir la opinión de nadie, redacta un testamento para presentárselo al zar mientras éste todavía tenga fuerzas para leer y firmar un papel oficial. Los demás miembros de la familia se congregan a su alrededor e intervienen sugiriendo una frase o una palabra para redondear el texto. Cuando el príncipe termina de escribir, entre los presentes se alza una voz que expresa el temor de que mentes malintencionadas pongan en duda la autenticidad del documento. Inmediatamente interviene un tercer Dolgoruki, Iván, el valido de Pedro y prometido de Natalia Sheremétiev. ¿Se necesita la firma del zar? ¡Eso es pan comido! Se saca un papel del bolsillo y lo exhibe ante su parentela.

– Ésta es la escritura del zar -dice alegremente-. Y ésta es la mía. Ni siquiera vosotros podríais distinguirlas. Y también sé firmar con su nombre. ¡Lo he hecho muchas veces por diversión!