Выбрать главу

Su mundo únicamente consistía en dos formas negras: la isla que tenía delante y el casco del barco que tenía debajo. Entre ambos solo había una extensión plana de agua temblorosa y torturadoramente brillante iluminada por el sol, que revoloteaba y burbujeaba de forma hipnótica. Apenas podía ver ningún detalle en aquella superficie.

De vez en cuando distinguía un coral a flor de agua. Aparecían como breves manchas negras en el cegador brillo blanco.

Otras veces, durante los momentos de calma entre las ráfagas de viento, tenía una imagen momentánea de remolinos y corrientes, que hacían girar la pauta uniforme de destellos.

En otros momentos, en cambio, el agua se volvía opaca, de un plateado cegador. Lazue guió el barco a través de la superficie centelleante totalmente de memoria; había grabado en su cabeza la posición del agua poco profunda, las cabezas de coral y los bancos de arena hacía más de media hora, cuando el barco estaba más lejos de la costa y el agua frente a ella era transparente. Se había trazado una imagen mental detallada utilizando puntos de referencia en la costa y en el agua.

Observando el agua transparente en las proximidades de la zona mediana del barco y confrontando sus observaciones con la imagen mental, Lazue podía determinar la posición de El Trinidad. En profundidad, en el lado de babor, vio desfilar la cabeza redonda de un coral cerebro, parecido a una gigantesca coliflor. Sabía que en aquel punto debían apuntar al norte, así que sacó el brazo derecho y miró cómo viraba el morro de proa, hasta que se alineó con el tronco de una palmera muerta que se encontraba en la playa. En ese momento dejó caer la mano y Enders siguió el nuevo rumbo.

Lazue entornó los ojos. Vio el coral a flor de agua, marcando los lados del canal. Apuntaban directamente al pasaje. Recordaba que, justo antes de entrar, debían virar ligeramente a estribor para esquivar otra cabeza de coral. Extendió la mano derecha y Enders efectuó la corrección.

Lazue miró directamente abajo. La segunda cabeza de coral pasó, peligrosamente cerca del casco; el barco se estremeció al rozar el afloramiento, pero volvió a calmarse.

Extendió el brazo izquierdo y Enders cambió el curso otra vez. Volvió a alinearse con la palmera muerta y esperó.

Enders se había quedado paralizado tras oír el sonido de la cabeza de coral en el casco; sus nervios, tan tensos que escucharon con toda precisión aquel sonido terrorífico, estaban a flor de piel; se sobresaltó ante el timón, pero mientras el frotamiento continuaba, una ligera vibración de proa a popa le indicó que solo rozarían el coral. Soltó un profundo suspiro.

A popa, sintió la vibración que se acercaba a él por toda la longitud del barco. En el último momento, soltó el timón, sabiendo que la quilla era la parte más vulnerable del barco bajo el agua. Un afloramiento tan grande, capaz apenas de rascar los percebes del casco, podía romper la quilla si el timón estaba tenso; y por esto aflojó. Después, cogió el timón de nuevo y siguió las instrucciones de Lazue.

– Esta mujer podría partirle la espalda a una serpiente -murmuró, mientras El Trinidad se retorcía y viraba hacia la bahía del Mono.

– ¡Menos de cuatro! -gritó el sondeador.

Hunter, a proa, con los sondeadores a cada lado, observaba el agua brillante frente a ellos. No veía absolutamente nada delante; mirando a un lado, vio formaciones coralinas aterradora- mente cercanas a la superficie, pero por suerte El Trinidad las esquivó.

– Trois et demi!

Apretó los dientes. Seis o siete metros de profundidad. Estaban prácticamente al límite. Mientras formulaba este pensamiento, el barco esquivó otra colonia de corales, esta vez con un ruido seco y breve, y después nada.

– ¡Tres y uno!

Habían perdido profundidad. El barco siguió avanzando por aquel mar reluciente.

– Merde! -gritó el segundo sondeador, y empezó a correr hacia popa. Hunter sabía qué había sucedido; su sonda se había enredado en el coral, y él intentaba liberarla.

– ¡Tres completos!

Hunter frunció el ceño; ya deberían estar embarrancados, según lo que les habían contado los prisioneros españoles. Habían jurado que El Trinidad tenía tres brazos de calado. Evidentemente se equivocaban; ya que el barco seguía avanzando suavemente hacia la isla. Maldijo en silencio a los marineros españoles.

De todos modos sabía que el calado del barco no podía ser muy inferior a tres brazos; un barco de ese tamaño debía tener un calado de ese calibre.

– ¡Tres completos!

Seguían moviéndose. Y entonces, de forma repentina y aterradora, vio el hueco en el arrecife, un paso angustiosamente estrecho con coral a flor de agua en ambos lados. El Trinidad estaba justo en el centro del paso y debían considerarse muy afortunados porque no había más de cinco metros de margen a cada lado.

Miró a popa, hacia Enders, que también había visto el coral. Enders estaba haciendo la señal de la cruz.

– ¡Cinco completos! -gritó el sondeador ásperamente.

La tripulación soltó un grito de júbilo. Estaban dentro del arrecife, en aguas más profundas y avanzaban hacia el norte, hacia la cala protegida entre la costa de la isla y el dedo curvo de tierra montañosa que rodeaba el lado de la cala más cercano a mar abierto.

Ahora, Hunter podía ver toda la extensión de la bahía del Mono. A primera vista no parecía un puerto ideal para sus barcos. El agua era profunda en la boca de la bahía, pero se volvía rápidamente menos honda en áreas más protegidas. Tendría que fondear el galeón en unas aguas que estaban expuestas al océano y, por varias razones, esta perspectiva no le hacía muy feliz.

Mirando hacia atrás vio que el Cassandra cruzaba el paso sin incidentes, siguiendo el barco de Hunter tan de cerca que el capitán podía ver la expresión preocupada en la cara del son- deador de proa. Detrás del Cassandra iba el barco de guerra español, a no más de un par de millas de distancia.

Pero el sol estaba bajando. El barco de guerra no podría entrar en la bahía del Mono antes del anochecer. Y si Bosquet decidía entrar al alba, Hunter estaría preparado para recibirlo.

– ¡Lanzad el ancla! -gritó Enders-. ¡Rápido!

El Trinidad se detuvo, estremeciéndose a la media luz. El Cassandra se deslizó a su lado, adentrándose más en la cala; gracias a su menor calado, el velero podía situarse en aguas menos hondas y más alejadas. Poco después, el ancla lanzada por Sanson se hundió en el agua y los dos barcos quedaron asegurados.

Estaban a salvo, al menos por el momento.

28

Tras la tensión del paso por el arrecife, las tripulaciones de ambos barcos estaban jubilosas; gritaron y rieron, se felicitaron y se insultaron jocosamente durante todo el atardecer. Hunter no participó en la celebración general. Permaneció en el castillo de popa de su galeón y observó cómo avanzaba el navio de guerra español hacia ellos, a pesar de la creciente oscuridad.

El barco español estaba a media milla de la bahía; justo a la entrada del arrecife. Bosquet se había arriesgado mucho, pensó, por acercarse tanto con tan escasa visibilidad. Estaba corriendo un peligro considerable e innecesario.

Enders, que también observaba, formuló la pregunta que el capitán no había verbalizado.

– ¿Por qué?

Hunter sacudió la cabeza. Vio que el barco de guerra lanzaba el ancla, que cayó levantando mucha agua.

La embarcación enemiga estaba tan cerca que Hunter podía oír las órdenes que se gritaban en español; llegaban por encima del agua. Había mucha actividad en la popa de la nave; lanzaron una segunda ancla.