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– ¡No! -gritó Lazue, mientras se le escapaba el timón de las manos. El galeón se balanceó violentamente-. ¡Nos ataca!

Hunter agarró el timón con ambas manos. Pero una fuerza más poderosa se había apoderado de él y lo controlaba. Cayó hacia atrás contra la regala; se quedó sin respiración y jadeó. Los gritos de Lazue atrajeron a los marineros a cubierta. Se pusieron a gritar «¡Kraken! ¡Kraken!» con voz aterrada.

Hunter se puso de pie justo cuando un tentáculo viscoso se deslizó por encima de la borda y se enrolló en su cintura. Unas ventosas afiladas y cornudas le desgarraron la ropa y le arrastraron hacia la borda. Sintió la frialdad de la carne de la bestia. Se sobrepuso a la repulsión y clavó el puñal en el tentáculo que lo retenía. Una fuerza sobrehumana lo levantó en el aire. Clavó el puñal una y otra vez en la carne. Vio cómo fluía una especie de sangre verde por sus piernas.

Entonces, bruscamente, los tentáculos soltaron la presa y Hunter cayó sobre cubierta. Cuando se puso de pie vio tentáculos por todas partes, deslizándose por la popa del barco y reptando por la cubierta. Un marinero, al que había atrapado y levantado en el aire, se debatió inútilmente hasta que aquella bestia, casi con desprecio, lo echó al mar.

Enders gritó:

– ¡Bajad a las cubiertas inferiores! ¡Cubiertas inferiores!

Hunter oyó salvas de mosquetes que partían del centro del galeón. Algunos marineros disparaban desde el parapeto.

Hunter fue a popa y observó la terrible escena. El cuerpo bulboso de la bestia estaba justo delante de él y sus numerosos tentáculos agarraban el galeón por una docena de lugares, azotándolo, y reptaban por todas partes. El cuerpo del animal parecía aún más fosforescente en la creciente oscuridad. Los tentáculos verdes de la bestia se estaban introduciendo por las ventanas de los camarotes de popa.

De repente, Hunter se acordó de lady Sarah y bajó corriendo. La encontró en su camarote, todavía conmocionada.

– Vamos, señora…

En aquel momento, las ventanas plomadas se rompieron y un enorme tentáculo, grueso como el tronco de un árbol, se introdujo en el camarote. Se enrolló alrededor de un cañón y tiró de él; el cañón se desprendió de sus fijaciones y rodó por la estancia. En los puntos donde las ventosas cornudas de la bestia lo habían tocado, el reluciente metal amarillo estaba profundamente rayado.

Lady Sarah gritó.

Hunter encontró un hacha y atacó el tentáculo en movimiento. Un líquido verdoso sanguinolento y nauseabundo le manchó la cara. El tentáculo se retiró, pero volvió, enrollándose como un látigo verde brillante alrededor de su pierna y lanzándolo contra el suelo. Lo arrastró hacia la ventana. Hunter clavó el hacha en el suelo para tener un punto de apoyo; el hacha se desprendió y lady Sarah gritó otra vez mientras Hunter salió despedido por el cristal ya roto de la ventana, al exterior, sobre la popa del barco.

Estuvo un momento dando vueltas en el aire, adelante y atrás, colgando del tentáculo que le agarraba la pierna, como una muñeca en manos de una niña. Después golpeó contra la popa de El Trinidad, pero logró agarrarse a la barandilla de los camarotes de popa con el brazo dolorido. Con el otro utilizó el hacha para cortar el tentáculo, que finalmente lo soltó.

Hunter quedó libre un momento, muy cerca de la bestia, que se revolvía en el agua por debajo de él. Su tamaño le dejó petrificado. Parecía que estuviera devorando su barco, agarrando la popa con sus múltiples tentáculos. El aire relucía con la luz verdosa que desprendía la bestia.

Justo debajo de él, vio un ojo enorme, de un metro y medio de diámetro, más grande que una mesa. El ojo no parpadeó; no tenía expresión; la pupila negra, rodeada de carne verde y reluciente, parecía vigilar a Hunter con indiferencia. Más a popa, el cuerpo de la bestia tenía la forma de una espada con dos lóbulos planos. Pero fueron los tentáculos los que llamaron la atención del capitán.

Otro tentáculo reptó hacia él; Hunter vio ventosas del tamaño de platos, rodeados de cuernos. Le succionaron la carne, pero él se retorció para esquivarlas, todavía colgado precariamente de la barandilla del camarote de popa.

Por encima de él, los marineros disparaban al animal. Enders gritó:

– ¡No disparéis! ¡Es el capitán!

Entonces, de un plumazo, uno de los gruesos tentáculos obligó a Hunter a soltar la barandilla y le hizo caer al agua, justo encima del animal.

Momentáneamente, se debatió y giró en el agua verde reluciente; después recuperó el equilibrio. ¡Estaba de pie sobre la bestia! Era resbalosa y viscosa; parecía que estuviera pisando una bolsa de agua. La piel del animal, que Hunter tocaba cada vez que caía de cuatro patas, era fría y áspera. La carne de la bestia palpitaba y cambiaba de posición debajo de él.

Hunter se arrastró hacia arriba, salpicando agua, hasta que llegó al ojo. Visto tan de cerca, era un ojo enorme, un amplio agujero en la claridad verdosa.

Hunter no dudó; levantó el hacha y la clavó en el globo protuberante del ojo. El hacha rebotó sobre la superficie convexa; volvió a golpear una vez más, y otra. Por fin, la hoja de metal se hundió. Un chorro de agua clara salió disparado hacia lo alto como un géiser. La carne alrededor del ojo pareció contraerse.

De repente, el mar se volvió de un blanco lechoso. Hunter perdió pie cuando la bestia se sumergió y se encontró nadando libremente en el mar. Pidió ayuda. Le lanzaron un cabo y él lo agarró justo cuando el monstruo volvía a salir a la superficie. El impacto lo catapultó fuera del agua, sobre el líquido blanco y turbio. Volvió a caer como un saco sobre la piel del monstruo.

En aquel momento, Enders y el Moro saltaron por la borda con arpones en la mano. Cuando los hundieron con fuerza en el cuerpo de la bestia, unas columnas de sangre verdosa se elevaron en el aire. El agua succionó con violencia y el animal desapareció. Se sumergió en las profundidades del mar.

Hunter, Enders y el Moro se mantuvieron a flote en el agua agitada.

– Gracias -jadeó Hunter.

– No me deis las gracias -dijo Enders, señalando al Moro con la cabeza-. El bastardo negro me ha empujado.

Bassa sonrió, sin lengua.

Por encima de ellos vieron que El Trinidad viraba para recogerlos.

Una cosa es segura dijo Enders mientras los tres hombres se mantenían a flote-: cuando lleguemos a Port Royal nadie nos creerá.

Les lanzaron cuerdas y los izaron, goteando, tosiendo y agotados, a cubierta.

SEXTA PARTE. Port Royal

34

En las primeras horas de la tarde del 20 de octubre de 1665, el galeón español El Trinidad llegó al canal oriental de Port Royal, frente al islote cubierto de maleza de South Cay, y el capitán Hunter dio la orden de echar el ancla.

A una distancia de un par de millas de Port Royal, Hunter y su tripulación contemplaban la ciudad desde la borda del barco. El puerto estaba tranquilo; nadie había avistado el barco todavía, pero sabían que en pocos momentos oirían disparos y el habitual frenesí de celebración que acompañaba la llegada de un navio sustraído al enemigo. También sabían que, a menudo, la celebración duraba dos días o más.

Sin embargo, transcurrieron las horas y la celebración no empezaba. Por el contrario, la ciudad parecía más tranquila a cada minuto que pasaba. No había disparos, ni hogueras, ni gritos de festejos al otro extremo de las aguas en calma.

Enders frunció el ceño.

– ¿Habrán atacado los españoles?

Hunter negó con la cabeza.

– Imposible.

Port Royal era el asentamiento inglés mejor fortificado del Nuevo Mundo. Tal vez los españoles pudieran atacar St. Kitts, o cualquier otro puesto avanzado, pero no Port Royal.

– Está claro que algo anda mal.

– Pronto lo sabremos -dijo Hunter.