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– Esperad un momento -dijo Almont, con un gesto de impaciencia de la mano. Miraba fijamente a Hunter-. ¿Cuáles son vuestras condiciones?

– En primer lugar, a partes iguales -dijo Hunter.

– Mi querido Hunter, las partes iguales no son nada atractivas para la Corona.

– Mi querido gobernador, por menos de esto la expedición no sería nada atractiva para los marineros.

Almont sonrió.

– Por supuesto, reconoceréis que el botín es enorme.

– Lo reconozco. Y también reconozco que la isla es inexpugnable. El año pasado mandasteis a Edmunds con trescientos hombres. Tan solo regresó uno.

– Vos mismo expresasteis la opinión de que Edmunds no era un hombre preparado.

– Pero sin duda Cazalla sí lo es.

– ¡Por supuesto! Y opino que Cazalla es un hombre al que deberíais conocer.

– No a menos que el reparto sea a partes iguales.

– Pero -objetó sir James, sonriendo con despreocupación-, si esperáis que la Corona financie la expedición, ese coste debe devolverse antes de dividir los beneficios. ¿Os parece justo?

– ¡No puedo creerlo! -exclamó Hacklett-. Sir James, ¿estáis negociando con este hombre?

– En absoluto. Estoy cerrando con él un acuerdo entre caballeros.

– ¿Con qué propósito?

– Con el propósito de organizar una expedición corsaria contra el puesto avanzado español de Matanceros.

– ¿Matanceros? -preguntó Morton.

– Así es como se llama la isla por la que pasasteis, capitán Morton. Matanceros. El virrey construyó una fortaleza hace dos años y la dejó al mando de un caballero repugnante llamado Cazalla. Quizá habéis oído hablar de él. ¿No? Bien, goza de una considerable reputación aquí, en las Indias. Se dice que los gritos de sus víctimas agonizantes le parecen relajantes. -Almont miró las caras de sus invitados. La señora Hacklett estaba muy pálida-. Cazalla está al mando de la fortaleza de Matanceros, construida con el único propósito de ser el puesto avanzado más al este del dominio español en la ruta que sigue la flota de Indias para volver a la patria.

Hubo un largo silencio. Los invitados parecían nerviosos.

– Veo que no comprendéis el mecanismo que rige la economía de esta región -dijo Almont-. Cada año, el rey Felipe manda una flota de galeones desde Cádiz. Cruzan hacia Nueva España y atracan un poco más al sur de Jamaica. Allí la flota se dispersa, para viajar a varios puertos -Cartagena, Vera- cruz, Portobello- y recoger los tesoros. La flota se reagrupa en La Habana y de allí vuelve a España. La intención es viajar todas juntas para protegerse de los ataques de los corsarios. ¿Me explico?

Todos asintieron.

– Veamos -siguió Almont-, la flota zarpa a finales de verano, que es cuando empieza la estación de los huracanes. De vez en cuando, alguno de los navios se separaba del convoy al principio del viaje. El virrey quería un puerto fuerte para proteger esas naves, así que construyeron Matanceros con este único objetivo.

– No me parece una razón suficiente -dijo Hacklett-. No puedo imaginar…

– Es una razón más que suficiente -le interrumpió Almont bruscamente-. En fin. La fortuna hizo que dos navios cargados de tesoros se perdieran en la tormenta hace algunas semanas. Lo sabemos porque un navio corsario los avistó y los atacó, aunque sin éxito. Se los vio por última vez huyendo hacia el sur, rumbo a Matanceros. Uno de ellos estaba muy dañado. Lo que vos, capitán Morton, habéis denominado navio de guerra español era obviamente uno de esos galeones del tesoro. De haber sido un auténtico navio de guerra, sin duda os habría dado caza, teniendo en cuenta la poca distancia que os separaba; os habría capturado y ahora estaríais gritando de dolor para diversión de Cazalla. Aquella nave no os persiguió porque no se atrevió a abandonar la protección del puerto.

– ¿Cuánto tiempo permanecerá allí? -preguntó Morton.

– Puede zarpar en cualquier momento. O tal vez espere a que parta la siguiente flota, el año próximo. O quizá espera a que llegue un navio de guerra español para escoltarla a casa.

– ¿Se podría capturar? -preguntó Morton.

– Deseamos pensar que sí. Además, seguramente el cargamento de ese navio tiene un valor de quinientas mil libras.

Los invitados se mantuvieron en un silencio atónito.

– He considerado que esta información podía interesar al capitán Hunter -dijo Almont, divertido.

– ¿Queréis decir que este hombre es un vulgar corsario? -preguntó Hacklett.

– No es vulgar, ni mucho menos -insistió Almont, chasqueando la lengua-. ¿Capitán Hunter?

– No soy vulgar, diría yo.

– ¡Tanta frivolidad es ofensiva!

Cuidad vuestros modales -le amonestó Almont-. El capitán Hunter es el segundo hijo del comandante Edward Hunter de la colonia de la bahía de Massachusetts. De hecho, nació en el Nuevo Mundo y se educó en esa institución que se denomina…

– Harvard -intervino Hunter.

– Así es, Harvard. El capitán Hunter lleva cuatro años con nosotros y, como corsario, ocupa una posición relevante en nuestra comunidad. ¿Os parece un resumen adecuado, capitán Hunter?

– Totalmente adecuado -corroboró Hunter, sonriendo.

– Este hombre es un granuja -dijo Hacklett, pero su esposa estaba mirando a Hunter con interés-. Un vulgar granuja.

– Deberíais medir vuestras palabras -le advirtió Almont con calma-. Los duelos son ilegales en esta isla, pero se producen con monótona regularidad. Temo que es poco lo que puedo hacer para poner fin a esta práctica.

– He oído hablar de este hombre -insistió Hacklett, más agitado si cabe-. No es hijo del comandante Edward Hunter, al menos no un hijo legítimo.

Hunter se rascó la barba.

– ¿De veras?

– He oído decirlo -contestó Hacklett-. Además, se cuenta que es un asesino, un canalla, un putero y un pirata.

Al oír la palabra «pirata», el brazo de Hunter cayó sobre la mesa a una velocidad extraordinaria. Su mano agarró los cabellos de Hacklett y le hundió la cara en el plato de cordero a medio comer. Hunter lo sostuvo en esta posición un buen rato.

– ¡Cielo santo! -exclamó Almont-. Os advertí específicamente sobre esto. Debéis entenderlo, señor Hacklett, ser corsario es una profesión honorable. Los piratas, en cambio, están fuera de la ley. ¿Pretendéis insinuar realmente que el capitán Hunter es un fuera de la ley?

Hacklett emitió un sonido ahogado, con la cara enterrada en la comida.

– No os he oído, señor Hacklett -dijo Almont.

– He dicho que no -insistió Hacklett.

– Entonces, ¿no creéis que como caballero debéis una disculpa al capitán Hunter?

– Mis disculpas, capitán Hunter. No pretendía ofenderos.

Hunter soltó la cabeza del hombre. Hacklett se incorporó y se limpió la salsa de la cara con la servilleta.

– Bien -dijo Almont-. Hemos superado un momento desagradable. ¿Tomamos los postres?

Hunter miró a los invitados. Hacklett todavía se limpiaba la cara. Morton lo observaba totalmente estupefacto. La señora Hacklett miraba a Hunter y, cuando sus ojos se cruzaron, se pasó la lengua por los labios.

Después de cenar, Hunter y Almont se retiraron a la biblioteca para tomar un brandy. Hunter manifestó su conmiseración al gobernador por el nombramiento del nuevo secretario.

– No me hará más fácil la vida -aceptó Almont-, y me temo que será lo mismo para vos.

– ¿Creéis que mandará informes desfavorables a Londres?

– Creo que lo intentará.

– Sin duda el rey sabe lo que sucede en su colonia.

– Yo no estaría tan seguro -dijo Almont, con un gesto.implio-. Pero una cosa es cierta: el apoyo a los corsarios seguirá mientras el rey reciba una compensación generosa.

– Nada menos que un reparto a partes iguales -puntualizó Hunter rápidamente-. Os lo aseguro, no puede ser de otro modo.

– Pero si la Corona equipa vuestros navios, arma a vuestros marineros…