– ¿Y por qué la llamaste Sabrina?
– Por Audrey Hepburn y Humphrey Bogart.
– Ah, sí, esa película -retrocedió para reprimir el impulso de besarla en el cuello-. Supongo que debería enseñarte esto.
Jane se volvió hacia él.
– De acuerdo.
Will salió por la puerta y ella miró a su alrededor con curiosidad. Y él aprovechó la gira para tocarla una y otra vez, colocar la mano en la parte baja de la espalda de ella o tomarla por el codo al guiarla de habitación en habitación. Thurgood los seguía, ansioso por conocer a aquella visitante.
– Compré la casa por los techos altos – explicó Will-. Y por los detalles arquitectónicos. Las escayolas del techo son originales y la chimenea de la sala también. Cuando compré la casa, estaban cubiertas por capas de pintura.
Jane asintió.
– Es hermosa. Pero la decoración es muy moderna.
– Sí, me gustan las líneas limpias. Acero inoxidable, cristal y cuero.
– Muy masculino -murmuró ella.
– Te enseñaré tu dormitorio -le tomó la mano y tiró de ella escaleras arriba-. Ya has visto la cocina y la salita de atrás. Arriba hay tres dormitorios y un baño. El tercer piso es un espacio grande sin terminar Todavía no sé lo que haré con él.
Cuando llegaron al segundo piso, señaló la habitación más pequeña.
– Esa la uso como despacho. Y ésta es mi habitación -abrió una puerta y Jane vio una cama grande con un una cómoda sencilla de estilo danés y un armario.
Will cruzó el pasillo y abrió la puerta del cuarto de invitados.
– Y ésta es la tuya. No es gran cosa, pero seguro que tú tendrás objetos personales que la embellecerán.
Jane entró en la estancia y miró a su alrededor.
– No creo que esto sea buena idea – dijo-. Lo, siento, pero me parece que debería irme.
Will la sujetó por los brazos para cortarle la huida.
– No tienes nada que temer de mí – musitó. Le puso los dedos debajo de la barbilla para obligarla a mirarlo a los ojos-. Aquí estás segura. Te lo juro.
– Lo sé -susurró ella con expresión dudosa.
– Dale una oportunidad a esto -él se inclinó con la mirada clavada en sus labios. Su instinto le decía que no debía, vio la aprensión y la duda que expresaban sus ojos y supo que había cometido un error-. Perdona -murmuró. Voy a subir tus cosas, ¿de acuerdo?
– De acuerdo.
Will bajó corriendo las escaleras y entró en la cocina. Abrió el grifo del agua fría en el fregadero y se frotó el rostro con las manos mojadas. Lanzó una maldición, tomó un paño de cocina y se apoyó en el borde de la encimera con los ojos cerrados y la cara mojada.
Unos segundos más tarde, Thurgood entró en la cocina y se sentó al lado del fregadero.
– ¿Qué te parece? -preguntó el hombre-. Lo sé, lo sé, es una chica. Pero es muy guapa, ¿no crees?
El perro echó la cabeza a un lado y levantó una oreja, como si no aprobara a la nueva invitada.
Will le dio una palmadita en al cabeza.
– Sólo tienes que acostumbrarte a ella alejó el paño en la encimera y volvió al vestíbulo, donde levantó tres cajas para llevarlas al dormitorio.
Encontró a Jane sentada en la cama con Regina o Anya en las manos. Parecía a punto de echarse a llorar y Will dejó las cajas y se arrodilló ante ella.
– ¿Qué te pasa?
Jane forzó una sonrisa y movió la cabeza.
– Nada.
– Vamos, dime qué ocurre.
Ella miró a su alrededor.
– Esto no parece un hogar.
La mujer decidida y segura de sí había desaparecido, sustituida por la chica que había conocido en la universidad, la chica que lloraba al final de las películas románticas, la chica entregada. Si tan desgraciada se sentía con aquel acuerdo, ¿por qué había accedido? Will tuvo la impresión de haberla obligado a hacer algo que no quería.
Se maldijo e intentó pensar en el modo de hacerla sonreír de nuevo.
– Tendrás que arreglar eso -dijo-. Compra cortinas, cuadros o lo que quieras. Puedo conseguirte una televisión de pantalla plana si quieres para que veas películas antiguas aquí.
Jane sonrió y Will respiró aliviado.
– Creo que cambiaré la decoración – declaró ella.
– Hazlo. Qué narices, puedes pintar la casa de rosa si quieres -él se levantó y le tomó las manos-. ¿Qué te parece si termino de subir tus cosas y salimos a cenar?
– ¿Preparar la cena no entra en mis deberes de esposa?
– Sí. Y uno de mis deberes de marido es invitarte a cenar fuera. Me temo que en la cocina sólo hay crema de cacahuete, pan, leche y cerveza. Y no espero que cocines con eso.
– Tengo hambre.
Will sonrió y tiró de ella hacia la puerta. Sabía que la primera noche sería dura, pero él haría lo posible por que estuviera cómoda. La invitaría a cenar, calmaría sus miedos y procuraría contenerse y no besarla cada vez que la mirara.
Capítulo 3
Cuando Jane y Will subieron los escalones delanteros, la casa estaba a oscuras. Will abrió la puerta, entró y desactivó la alarma. Thurgood esperaba, sentado con paciencia cerca de allí. Miró a Jane con expresión alerta y ella dio un rodeo para evitarlo.
No sabía si podía fiarse de él. No había convivido nunca con animales y no las tenía todas consigo.
Will la ayudó a quitarse el abrigo, que colgó en el armario empotrado del vestíbulo.
– Olvidaba darte esto -dijo.
Jane levantó la vista y tomó vacilante la llave que él le ofrecía.
– ¿Para qué es?
– La de la puerta. O mejor dicho, abre todas las puertas.
– Ah, bien -se metió la llave al bolsillo.
Había pensado que la convivencia con él sería difícil y se había preparado mentalmente para un periodo de adaptación. Pero le había sorprendido la facilidad con la que parecían haber reencontrado una pauta familiar, con ella escuchando con atención las cosas que él le contaba y Will logrando que se sintiera la mujer más fascinante del mundo. No era difícil entender por qué se había enamorado de él tantos años atrás y por qué le había costado tanto olvidarlo.
– Y la clave de seguridad es 2-2-3-3 – añadió él-. Cuando vayas a entrar o a salir, pulsas esos números y luego la tecla de instalación.
– Bien -murmuró ella. Se acercó a mirar el teclado de la alarma.
Will pasó la mano por encima de su hombro para señalar la tecla indicada y su brazo rozó el cuerpo de ella, y envió una corriente eléctrica a través de sus miembros. Jane contuvo el aliento y procuró calmar su pulso, pero fue inútil. La proximidad de él bastaba para poner a prueba su determinación. Ansiaba sentir sus manos en la piel, el calor de su hombro contra el de ella o el cosquilleo suave de su aliento en el pelo.
Cerró los ojos y respiró hondo.
– Ha sido un día largo -susurró.
– Debes de estar cansada -musitó él al oído.
Jane se volvió despacio, pero él no se apartó, sino que la retuvo entre su cuerpo y la puerta. Ella clavó la mirada en su pecho, temerosa de levantarla, temerosa de ver deseo en los ojos de él y no saber qué hacer.
Will seguramente asumiría que sería fácil seducirla. Y Jane se apartó de él con una maldición silenciosa. No podía sucumbir. Aquello era un arreglo temporal y, cuando se marchara de allí unos meses después, no podía hacerlo enamorada.
– Me voy a la cama.
– Nos veremos por la mañana -susurró él-. ¿Necesitas algo?
Ella negó con la cabeza.
– No, estoy bien. Gracias por la cena.
– Ha sido divertido -repuso Will-. Había olvidado lo fácil que es hablar contigo.
Jane se ruborizó y se dirigió a las escaleras. Cuando llegó a su cuarto, cerró la puerta con rapidez y se apoyó en ella. Miró su reloj y le sorprendió ver que era casi medianoche. Lisa y ella tenían que estar en un trabajo al amanecer. Aunque pudiera dormirse en el acto, tendría sólo cinco horas de sueño. Y no creía que le fuera a resultar fácil dormirse.