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Jane gimió y volvió a sentarse en los escalones, con las manos en las sienes. Ya tenía bastantes problemas para manejar aquella situación sin tener que lidiar además con su madre. Selma Singleton era inmisericorde en lo referente a los temas amorosos de su hija. En la graduación del instituto, se había mostrado tan desesperada por que Jane tuviera una cita, que había llegado a pagar a un chico para que la invitara.

– Y está dentro -añadió Will.

– ¿Le has dicho dónde vivías? -gritó Jane.

– Tesoro, es tu madre. ¿No crees que tiene derecho a saberlo?

Jane lo apuntó con un dedo acusador.

– No me llames «tesoro». Y no se te ocurra aliarte con mi madre. Está esperando que me case desde que cumplí los dieciocho. Sueña con planear una boda a lo grande; tiene álbumes llenos de vestidos de novia, tartas y flores. Se ha suscrito a tres revistas de novias distintas desde que entré en el instituto y todos los años reserva el salón de baile de su club de campo para la segunda semana de junio. Está obsesionada.

– Hablas como si hubiera desatado las furias del infierno -dijo Will.

Jane se puso en pie y subió hasta la puerta de entrada.

– Comparado con Selma Singleton, Belcebú es la madre Teresa de Calcuta.

La puerta se abrió antes de que la empujara.

– ¡Querida! -su madre salió por ella vestida con su traje rosa favorito de Chanel y sus perlas y la abrazó con fuerza-. ¡Oh, Jane! ¿Por qué no me habías dicho nada? Imagínate mi sorpresa cuando he tenido que conocer a tu prometido por teléfono.

– No es mi prometido, mamá.

– ¿No lo soy? -preguntó Will.

– No digas tonterías -comentó Selma-. Claro que lo es -pasó un brazo por la cintura de Will y estrechó a los dos en un abrazo grupal-. Vamos a entrar a hablar de la boda.

Los miró a los dos y se emocionó de pronto.

– Lo siento -musitó-. ¡He esperado tanto tiempo este momento! Mi niñita ha encontrado al hombre de sus sueños. Es como un cuento de hadas hecho realidad -tomó las manos de los dos y tiró de ellos hacia la casa.

Jane miró a Will y le dedicó una sonrisa de disculpa no exenta de miedo. -Tenemos unos minutos para hablar antes de que llegue Margaret Delancy – dijo Selma. Los condujo a la sala de estar y se sentó en el borde del sofá-. Quiero que me contéis todos los detalles. ¿En qué trabajas, Will? ¿De dónde es tu familia? ¿Cómo os conocisteis? ¿Y por qué no lleva mi hija anillo de compromiso?

Will rió con suavidad.

– Me temo que aún no lo hemos comprado.

Jane se sentó en una butaca cerca del sofá y Will permaneció de pie a su lado, con una mano en el hombro de ella.

– Mamá, ¿quién es Margaret Delancy?

– Esta casa es encantadora -musitó Salma-. Con mucho espacio -miró a su hija-. Aquí hay sitio de sobra para niños -se llevó una mano a los labios como si fuera a echarse a llorar.

Jane se sentó a su lado y le dio una palmadita en la mano.

– ¿Quién es Margaret Delancy? -preguntó de nuevo.

– Es una mujer que planea bodas. En cuanto me he enterado de la noticia, la he llamado y ha dicho que vendría a hablar con nosotros. Llegará en cualquier momento.

– ¿Le has dicho que venga aquí?

– Es bueno estar organizada, querida. Nos ayudará con los detalles. Quiero que tu día especial sea perfecto, ¿tú no? -tomó el rostro de su hija entre sus manos-. Serás una novia guapísima, ¿verdad que sí, Will? Oh, creo que voy a llorar otra vez. Will, pásame un pañuelo, ¿quieres? Nunca llevo uno cuando lo necesito.

Jane miró con temor la expresión extasiada de su madre y la sonrisa divertida de Will. Aquello no iba según lo planeado. La llegada de su madre había añadido una complicación imprevista. Indicó la cocina con la cabeza.

– Mamá, si nos disculpas, quiero hablar un momento con mi prometido.

Tomó a Will del brazo y lo arrastró fuera de la sala.

– ¿Qué? -murmuró él.

– ¿Por qué no le dices algo?

– ¿Qué? Por si no te has dado cuenta, es difícil hablar. Siempre que me mira, se echa a llorar. ¿Y qué quieres que le diga? Parece empeñada en los planes de boda.

– Dile que se marche y se lleve a la planificadora de bodas con ella. Will se encogió de hombros.

– Quizá debamos escucharla. Tengo entendido que planear una boda puede ser agotador. Y tú trabajas muchas horas.

Jane soltó un respingo y le dio un golpe en el hombro.

– No voy a empezar a planear nuestra boda. Aún no llevamos una semana juntos y mucho menos tres meses. Y no he dicho que me vaya a casar contigo, esto es sólo un ensayo de compromiso, ni siquiera es aún un compromiso.

Will la miró a los ojos.

– ¿Ni siquiera quieres considerar la posibilidad de que lo nuestro pueda funcionar? -preguntó.

Jane abrió la boca, pero volvió a cerrarla.

– ¿Tú sí?

– Yo quiero darle una oportunidad – repuso él.

Ella tragó saliva con fuerza.

– ¿En serio?

– Por supuesto. Creía que tú también. ¿Qué daño puede hacer? Habla con ella. Y procura evitar que llore.

Sonó el timbre de la puerta y Jane dio un salto. Will le tomó una mano y la llevó a su pecho. La joven percibía los latidos de su corazón bajo los dedos y cerró los ojos. Cada día parecía que se debilitaban un poco más sus defensas, lo que la llevaba a preguntarse si tal vez podrían crear algo especial juntos.

Will le puso un dedo debajo de la barbilla y le levantó la cabeza para mirarla a los ojos. Bajó la cabeza despacio y le dio un beso tan cálido y dulce, que ella pensó que se iba a derretir allí mismo. Suspiró con suavidad y él le pasó los brazos por la cintura y la besó con pasión.

– ¡Oh! ¿Ha visto eso?

Jane se apartó rápidamente y se tocó los labios con dedos temblorosos. Selma y otra mujer sonreían encantadas en la entrada de la cocina.

– Lo siento -murmuró Jane.

– ¿Verdad que son una pareja muy atractiva? -preguntó Selma-. Mis nietos van a ser muy guapos. Venid. Vamos a sentarnos y hablar de la boda.

Su madre abordaba siempre todos sus proyectos con un entusiasmo sin límites; ya fuera la creación de su rosaleda o su determinación de aprender a jugar al golf, no se rendía nunca hasta que lograba la perfección. Y en cierto sentido, Jane tenía la sensación de que podía hacer realidad uno de sus sueños. Disfrutaría eligiendo las flores más apropiadas y el vestido perfecto, las invitaciones y la comida, y se sumergiría de lleno en la magia de la boda perfecta.

¿Pero qué pasaría cuando se enterara de que no habría boda? Jane abrió la boca, dispuesta a decir la verdad, decidida a cortar a por lo sano. Pero Will se le adelantó.

– Señora Singleton…

– Selma -insistió la mujer-. O «madre», si lo prefieres -apretó los labios para combatir otro ataque emotivo-. Puedes llamarme «madre».

– Selma está bien -dijo Will-. Si no le importa, creo que tendremos que dejar esto para otro momento. Jane acaba de llegar del trabajo y ha tenido un día duro. ¿Por qué no nos llamamos mañana y fijamos una reunión? -se acercó a la mujer, le pasó un brazo por los hombros y la guió hacia la puerta-. Veo que esto va a requerir mucha energía y Jane tiene que estar descansada, ¿no le parece?

– Por supuesto -musitó Selma con tono de disculpa-. ¿Pero no podríamos empezar por unos detalles sencillos? ¿Cuáles son tus flores predilectas, cariño?

– Sus flores predilectas son las rosas inglesas -contestó Will-. A ser posible amarillas o blanco crema.

– ¿Y los vestidos de las damas de honor? -preguntó la planificadora de bodas-. Tenemos que decidir algo en ese sentido. ¿Y la tarta?

– Jane querrá vestidos sencillos pero elegantes, sin muchos adornos. Y su tarta favorita llevaría chocolate, aunque también le gusta con plátano -se volvió a mirarla-. ¿Verdad?