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Se volvió hacia los ascensores, pero Will se quedó atrás a hablar con el dependiente. Poco después, la alcanzó y le pasó el brazo en torno a la cintura.

– No vamos a elegir sábanas rosas chillón dijo-. Me niego.

Jane sonrió para sí.

– Eso no parece una postura muy flexible.

– No tengo por qué ceder hasta que estemos casados -musitó él-. Hasta entonces no habrá nada rosa en mi casa ni más hamburguesas de tofu.

Will abrió la cajita de terciopelo y miró el anillo de diamantes. Hacía dos días que lo llevaba encima, sin decidirse a dárselo a Jane. Seguramente no había sido la mejor compra, teniendo en cuenta que al fin habían salido a la luz los verdaderos motivos de ella. Su juego había terminado y sólo quedaba la realidad de su situación.

Cada vez que se besaban, Will se sumía en un mar de confusión. Lo que había empezado como una sencilla amistad, se había complicado de pronto; el deseo se había mezclado con el sentimiento hasta que ya no sabía lo que quería en realidad.

¿Y qué quería Jane? Cuando la besaba, no tenía la impresión de besar a una mujer empeñada en destruir su tenue relación, sino a una mujer que lo deseaba tanto como él a ella.

Se echó hacia atrás en la silla del despacho y levantó el diamante a la luz. La intimidad entre ellos crecía, los besos se hacían cada vez más intensos. La noche anterior, uno de esos besos había llevado a una sesión erótica en el sofá.

Había decidido no presionarla, pero no sabía si podría aguantar mucho más. Los dos eran adultos normales con necesidades normales.

Una llamada a la puerta lo sacó de sus pensamientos. Levantó la vista y vio a su padre en el umbral.

– Anoche tuve una llamada -dijo.

Will cerró la cajita y la guardó en el bolsillo de la chaqueta.

– ¿Estás esperando que adivine de quién era? -preguntó.

– ¿No lo sabes?

– No -repuso Will-, pero sospecho que me lo vas a decir.

– Me llamó tu futura suegra, quería invitar a la familia en Acción de Gracias. Al principio pensé que sería una loca, pero cuando me dijo que mi hijo, Will McCaffrey, estaba prometido con su hija, Jane Singleton, me vi obligado a pensar que quizá debía ser la verdad. ¿Estás prometido?

Will no sabía qué contestar. Legalmente, podía afirmar que Jane y él tenían un acuerdo de matrimonio, pero hasta que ella le prometiera amor eterno, prefería pensar que estaban «temporalmente unidos» y no prometidos del todo, aunque tampoco tenía por qué contar toda la verdad.

– Eso era lo que querías, ¿no?

Quería que te tomaras tu vida en serio. ¿Vas en serio con lo de ese matrimonio?

– Sí -en cuanto lo hubo dicho, Will comprendió que era verdad. Iba en serio con Jane, no era una mentira para aplacar a su padre. Empezaba a creer que había encontrado a la mujer ideal años atrás y le había llevado todo ese tiempo volver a encontrarla.

– ¿Y no vas a dejar a ésta como a todas las demás?

– No puedo prometerte que no haya momentos difíciles, pero tú tenías razón. Es hora de que empiece a tomarme la vida en serio.

Su padre asintió con la cabeza.

– ¿Y quién es esa chica?

– Se llama Jane Singleton y nos conocimos en la universidad. Ella empezó tres años después que yo, pero vivía en el apartamento encima del mío.

– ¿Qué clase de chica es?

– ¿Qué narices significa eso? -preguntó Will, malhumorado-. ¿Y qué más da? Tú querías que me casara y me voy a casar. Con quién me case no es asunto tuyo.

Su padre lanzó una maldición.

– Yo quiero que te cases con una mujer a la que ames. Quiero que seas feliz,

– Y lo que tú quieres para mí siempre ha sido más importante que lo que quiero yo para mí.

– No vamos a entrar ahora en eso – dijo Jim McCaffrey-. ¿Quieres que acepte la invitación, sí o no?

– No lo sé -Will se levantó y se acercó al sofá, donde tomó el abrigo que había dejado antes allí-. No sé lo que vamos a hacer ese día. Hablaré con mi prometida y te lo diré.

Salió del despacho, resistiendo el impulso de provocar una pelea con su padre y quemar sus frustraciones con la persona responsable de aquella locura. De camino a su coche, intentó averiguar por qué estaba tan enfadado. ¿Por las exigencias de su padre, su manipulación y sus ridículas expectativas? ¿O era que no quería recordar lo que había devuelto a Jane a su vida?

Unas semanas antes, todo parecía muy sencillo. Usaría el contrato para reintroducir a Jane en su vida y probarle a su padre que podía encontrar una chica con la que casarse, aunque no se casara con ella. Pero sus sentimientos crecientes por Jane no tenían nada de sencillo, eran confusos e intensos,.y completamente inesperados.

De camino a su casa intentó poner en orden sus pensamientos. Le gustaba saber que encontraría a alguien en su casa, y ahora que la cocina de Jane había mejorado considerablemente, él había empezado a salir una hora antes del despacho para estar allí cuando ella llegaba a casa.

Pero cuando entró en el garaje, encontró la camioneta de ella ya allí. Salió del coche silbando y entró en la casa. Thurgood salió a recibirlo con un ladrido suave. Will se inclinó a rascarle las orejas y vio algo en su hocico.

– ¿Qué es esto? ¿Has vuelto a escarbar en el barro?

Se incorporó y cruzó la cocina hacia la sala de estar, con el perro trotando detrás.

¿Jane? -la planta baja de la casa estaba en silencio. Subió las escaleras de dos en dos y se acercó al dormitorio de ella-. ¿Jane?

– Márchate -dijo ella.

Su voz sonaba temblorosa. Will llamó a la puerta con los nudillos y la abrió despacio. Miró la escena que tenía ante sí.

– ¿Qué narices ha pasado aquí?

Capítulo 5

Jane se secó las lágrimas de las mejillas con impaciencia y se puso en pie.

– No es nada. Esta mañana olvidé cerrar la puerta de mi cuarto y Thurgood ha entrado aquí. Parece que le gustan las plantas tanto como a mí.

Cuando ella llegó a casa un rato atrás, se encontró con una escena de una película de terror… por lo menos para ella. Sus plantas yacían en el suelo, arrancadas con violencia de las macetas, con las raíces al descubierto y tierra por todas partes. Al principio intentó salvarlas, recogiendo la tierra con las manos, pero luego la emoción pudo con ella y se sentó a llorar en el suelo.

– Las ha mordido todas excepto a Regina -Jane se inclinó y tomó el tallo de la planta. Sus ojos se llenaron de lágrimas nueva Tenía esta planta desde los once años.

Will se la quitó de la mano.

– ¿No se puede hacer nada? -preguntó.

– Sí, puedo replantarlas o tomar esquejes y esperar a que echen raíces.

– ¿Entonces por qué lloras?

Jane se cubrió el rostro con las manos y sollozó.

– No lo sé -y era verdad. Sabía que cada día que pasaba se le hacía más difícil ignorar sus sentimientos por Will, que se había comido sus cenas horribles y tolerado su gusto decorativo cuestionable, que había hecho lo posible por ayudarla a vencer sus malos humores. La conocía mejor que ningún otro hombre del mundo y aun así no podía permitirse amarlo.

Reprimió un sollozo y dejó caer las manos a los costados. Will se arrodilló delante de ella y le miró la cara con la frente arrugada por la preocupación.

– Lo siento, no sabía que Thurgood haría algo así, yo nunca he tenido plantas. Le gusta escarbar fuera y quizá tenía que haber supuesto que lo haría.

Jane le miró la boca y sólo pudo pensar en lo mucho que deseaba que la besara de nuevo. Todo parecía siempre mucho mejor cuando estaba en sus brazos. Tragó saliva con fuerza y se agarró las manos.

– Tenía que hacer cerrado la puerta.

– Dime lo que debo hacer -musitó él.