Le acarició las pantorrillas con gentileza y Jane cerró los ojos e intentó recordar su determinación y erigir las barreras que la habían protegido de sus deseos.
– No tienes que hacer nada -contestó con voz débil.
– Quiero hacerlo, dime lo que quieres que haga.
Ella gimió interiormente, sabedora de que su respuesta no tendría nada que ver con las plantas. ¿Por qué lo combatía tanto? Por una vez en su vida tenía ocasión de conocer la auténtica pasión, de estar con un hombre que encarnaba su fantasía sexual por excelencia. Y no podía decidirse a hacer el primer movimiento, a poner sus necesidades y deseos por encima del código de conducta estricto que le había inculcado su madre. Quería que volviera a besarla y no parara en mucho rato. Y tampoco le importaría que acabaran arrancándose la ropa y haciendo el amor.
– ¿Jane?
Ella parpadeó y se sorprendió mirando fijamente la boca de él.
– ¿Qué?
Will se enderezó y le tendió la mano.
– Vamos -tiró de ella por el pasillo en dirección a su dormitorio-. Tienes que alejarte de ahí -se sentó con ella en el borde de la cama-. Ahora dime lo que puedo hacer para salvar tus plantas.
– Pue… puedes ponerlas en agua – murmuró ella-. O envolverlas en toallas de papel mojadas. Yo traeré tierra para replantarlas.
– ¿Por qué no te tumbas y te relajas mientras me ocupo de eso? Puedo traerte tierra del jardín del vecino.
– No es la tierra que necesito.
– ¿Hay más de un tipo de tierra? -preguntó él.
Jane asintió.
La del jardín tiene muchos microbios y enfermedades de hongos. Y no transpira bien y.
Will le puso un dedo en los labios.
– Nada de tierra del jardín -dijo-. Vuelvo enseguida.
De pronto, se sentía cansada, como si el deseo y la indecisión hubieran agotado sus últimas reservas de energía. Se acurrucó en la cama y cerró los ojos. ¿Por qué había firmado aquel contrato? Porque esperaba que un día él volviera a ella como un caballero de brillante armadura, agitando el contrato en la mano y declarándole amor eterno. Y aunque la fantasía parecía ahora una tontería, una parte de su corazón aún quería que fuera verdad, quería el final de cuento de hadas.
Cerró los ojos para apartar aquella idea ridícula de su mente. Había hecho un plan encaminado a proteger su corazón de los encantos de Will, pero cuando lo hizo, no esperaba que fuera tan difícil cumplirlo.
– Si esto sigue así, tendrán que ingresarme en una institución mental antes de los tres meses -susurró.
Oyó a Will moverse por el pasillo y pensó levantarse a ayudarlo, pero su cama era muy cómoda y todavía no estaba preparada para verlo y fingir que no sentía nada. Permaneció inmóvil, con los ojos cerrados, esforzándose por reconstruir las barreras que usaba para protegerse.
– He limpiado ese desastre.
La voz de él era suave y tan cercana, que sentía el cosquilleo de su aliento en la mejilla. Jane abrió los ojos despacio y lo descubrió arrodillado al lado de la cama.
– Aunque algunas heridas son graves, creo que sobrevivirán todos los pacientes. Los he devuelto a las macetas y les he echado agua; están en la bañera, con la puerta del baño cerrada. También le he echado un buen sermón a Thurgood y ha prometido no volver a cenarse tus plantas.
Jane sonrió débilmente.
– Gracias.
Will estiró el brazo y le pasó un dedo por el labio inferior.
– Eso está mejor. No me gusta verte llorar. Sé que amas tus plantas y si alguna…
– No lloraba por eso -murmuró ella-. Sólo son plantas.
El hombre frunció el ceño y le acarició la mejilla.
– ¿He hecho algo malo?
Jane respiró con fuerza, dividida entre el deseo de decir la verdad y el de guardar sus sentimientos para sí misma. Acabó optando por la verdad.
– Me he esforzado mucho para que no me gustes.
Will sonrió y la miró a los ojos.
– Lo he notado. ¿Y cómo te va en ese sentido?
– No muy bien -admitió ella, con ojos otra vez llenos de lágrimas-. No esperaba que fueras tan bueno conmigo.
– No es difícil ser bueno contigo -la besó en los labios y ella cerró los ojos y se permitió disfrutar del momento sin vacilar; pero terminó demasiado pronto.
Will apoyó su frente en la de ella, que sintió que se le aceleraba el pulso. ¿Cómo era posible que un beso de él provocara más pasión que una seducción completa de otro hombre? Controlaba ya su corazón y ahora asumía también el control de su cuerpo. Sus labios estaban muy cerca, invitándola a perderse en otro beso más.
– ¿Ahora estás bien? -preguntó él.
Jane negó con la cabeza.
– ¿Qué ocurre? -preguntó Will.
Ella tragó saliva con fuerza. Tardó un momento en hablar.
– Bésame otra vez.
Will pareció sorprendido por la petición, pero obedeció en el acto. Jane reprimió un gemido y se abrazó a su cuello.
Él se dejó caer de rodillas a su lado y ella supo que era eso lo que quería y lo que necesitaba. No podía pensar en remordimientos ni en nada de lo que pudiera ocurrir en el futuro. El presente estaba tumbado a su lado y quería disfrutarlo mientras durara.
Will le besó los ojos, la nariz y la barbilla e introdujo los dedos en su pelo. Jane se regodeó en el tumulto de sensaciones que inundaban su cuerpo y cada vez que él volvía a su boca lo besaba más profundamente en un acto mudo de ofrecimiento.
Se arqueó en dirección a sus manos, que empezaron a bajar por su cuerpo. Se sacó la blusa de los vaqueros y Will de inmediato deslizó sus manos en el interior de la prenda y la arrastró encima de él.
Su contacto con la piel de ella era eléctrico y le calentaba la sangre. Jane le acarició el pecho y llevó las manos a su corbata. Tiró de la seda, pero no pudo desatar el nudo y Will la colocó de espaldas y se puso de rodillas a su lado.
Sus ojos azules examinaban el rostro de ella. Se quitó la corbata y Jane buscó la camisa y empezó a abrirle los botones. Él la ayudo a retirar la prenda y un segundo después volvía a tumbarse encima de ella, con el calor de su cuerpo atravesando la delgada blusa femenina.
Jane lo había visto casi desnudo la primera noche, cuando se asomó a su dormitorio, pero mirarlo a distancia no se podía comparar a tocarlo. Piel suave, músculos duros… todo aquello era suyo para explorar y valorar. Fue depositando besos desde el cuello hasta el pecho y él se estremeció cuando le rozó el pezón. Will deslizó las manos en el pelo de ella y la besó con pasión renovada.
Su lengua entraba y salía de la boca de ella en un preludio seductor de lo que podían compartir juntos. Jane no quería que quedaran dudas en cuanto a sus deseos. Encontró la hebilla del cinturón de él y la desabrochó, consciente de que su acción sólo podía interpretarse de un modo: quería que le hiciera el amor. Abrió el botón y tiró de la cremallera, pero Will le sujetó la mano y se apartó.
La joven lo miró a los ojos, sobresaltada por su expresión. Tenía la mandíbula tensa y los ojos vidriosos de deseo.
– ¿Qué quieres? -susurró contra el cuello de ella.
– Quiero… hacer el amor.
En cuanto lo hubo dicho, deseó retirarlo. No porque hubiera cambiado de idea, sino porque no lo había dicho bien. ¿Lo suyo sería hacer el amor o satisfacer una necesidad física? Suspiró para sí. ¿Había alguna diferencia? Si la había, quizá debería salir de su cama y de su vida en aquel mismo instante.
– Quiero sexo -corrigió.
– ¿Estás segura? -murmuró él.
Jane se levantó de la cama y permaneció de pie al lado. Se sacó la blusa por la cabeza, sin desabrocharla y buscó el botón de los pantalones con dedos temblorosos, pero él la detuvo y se colocó de pie a su lado. La abrazó sin decir nada y bajó las manos por su piel desnuda.
Fueron desnudándose mutuamente atrapados en un beso interminable, con Jane volviéndose más osada con cada prenda de ropa que apartaban. Contuvo el aliento cuando él le bajó los vaqueros por las piernas y la ayudó a salir de ellos. Bajó las manos por los brazos de él. Su cuerpo era más hermoso de lo que habría podido soñar, de miembros largos y músculos finos, pura simetría masculina. Pero sus manos eran perfectas, de dedos largos e impacientes por acariciar.