Levantó las manos de él hasta el cierre entre sus pechos. Will desabrochó el sujetador con lentitud y trazó con los dedos un sendero por la piel de ella, rodeando los pezones erguidos antes de apartarse. Jane se sentía mareada de deseo y con el cuerpo cosquilleante de anticipación. Luchó por mantener los ojos abiertos y mirar cómo seguían los labios de él el camino que habían recorrido antes los dedos.
Empezó a impacientarse. Un calor húmedo se había establecido entre sus piernas y el anhelo crecía con cada caricia. Encontró la cinturilla del calzoncillo de él y bajó la mano hasta el pene erecto. Will dio un respingo, terminó de desnudarlos rápidamente a los dos y volvió a tumbarla en la cama.
Encontró el punto húmedo del deseo de ella y empezó a acariciarlo. Jane se retorcía debajo de él, atónita por las sensaciones que atravesaban su cuerpo. Nunca había tenido un orgasmo con un hombre, pero sabía que esa vez estaba a punto. Cuando él deslizó un dedo en su interior, ella gritó:
– Por favor -y se arqueó contra su mano.
Todos los pensamientos y todos los nervios de su cuerpo estaban centrados en la caricia de él. Era a la vez su amante y su torturador, la empujaba en dirección al clímax y luego la apartaba, obligándola a pedirle más. Cuando al fin le dio el preservativo, ella estaba frenética por sentirlo dentro. Ella se lo puso con rapidez y tiró de él encima de ella.
Pero Will dio la vuelta y la colocó a ella a horcajadas sobre él. Jane se movió despacio a lo largo de su erección, acercándose cada vez más al orgasmo. Will la contemplaba con ojos entrecerrados por el deseo y resistiendo claramente su orgasmo para esperarla.
Y de pronto tomó las riendas y fue él el que empezó a moverse, primero con movimientos superficiales y luego más profundos, enterrándose en ella hasta el fondo. Jane se acopló a su ritmo y, cuando él deslizó los dedos entre sus cuerpos y volvió a tocarla, gritó con fuerza.
El orgasmo atravesó su cuerpo y la dejó sin aliento. Tembló alrededor de él, que aumentó el ritmo de sus movimientos. Un instante después, se unió a ella en el clímax murmurando su nombre.
Yacieron juntos largo rato, sin moverse ni hablar. Y luego él encontró su boca y gimió suavemente contra sus labios. Jane suspiró y sonrió, saciada y convencida de que nunca sentiría con otro hombre lo que sentía con él.
– Eres muy hermosa -murmuró él; le apartó el pelo de la frente-. ¿Cómo es que estás en la cama conmigo y no con algún otro tipo con suerte?
– Firmé un contrato hace seis años – dijo ella.
A él se le borró la sonrisa.
– ¿Ése es el único motivo?
– Estoy aquí porque no hay ningún otro sitio donde quiera estar -dijo ella; lo besó en los labios-. Te deseaba tanto como tú a mí. Y el contrato no tiene nada que ver con eso.
Will, complacido con su respuesta, la atrajo hacia sí, con el trasero de ella bien apoyado en su regazo. Le pasó las manos con gentileza por los brazos y los muslos,como si necesitara cerciorarse de que no se iba a marchar.
Jane cerró los ojos y se perdió en sus caricias, consciente de que, si seguía con ellas, volvería a desearlo. En realidad lo había deseado siempre, desde que lo conociera.
Y ahora se había rendido, cambiado su alma por una noche de pasión. Y allí, abrazada a él, no conseguía lamentar su decisión. Al fin había encontrado lo que le faltaba en la vida, un deseo que la inundaba por completo. Y aunque no tuvieran nada más que eso, sería suficiente, le bastaba con saber que una noche especial había amado a Will McCaffrey y él la había amado a su vez.
Will abrió los ojos despacio a la luz de la mañana que entraba por los huecos de las cortinas de su cuarto. Suspiró con suavidad y comenzó a recordar lo ocurrido la noche anterior. Tendió la mano al otro lado de la cama y le sorprendió encontrarlo vacío y frío.
Se tumbó boca abajo y sonrió adormilado. Tal vez a ella le apeteciera largarse a escondidas, pero no siempre sería así. Después de lo que habían compartido, sabía que habría un momento, quizá en un futuro muy cercano, en el que preferiría dormir y despertar en sus brazos.
Acercó la almohada a su cara y respiró hondo. El aroma de ella hizo acudir los recuerdos a su mente. Siempre se había considerado un experto en los deseos de las mujeres, pero Jane era distinta. A veces se mostraba distante y otras le arrancaba la camisa y lo tocaba de modo provocativo.
Su reacción ante ella lo había pillado por sorpresa, aunque sabía que era la mujer más sexy que había conocido. Con Jane había sentido algo diferente, una conexión que hacía que su pasión fuera aún más intensa. No era virgen, desde luego, pero nunca una noche le había parecido tan nueva y tan excitante como con ella.
– ¡Oh, diablos! -exclamó.
Se colocó de espaldas y se tapó los ojos con el brazo. Lo que había empezado como un simple contrato entre amigos había dado paso a una madeja tan complicada que era imposible desliarla, una madeja formada por los sentimientos de ambos, los motivos que los juntaban y los secretos que podían separarlos.
Jane no lo amaba y eso le dolía. Por primera vez en su vida, quería que una mujer se enamorara locamente, que lo mirara como si fuera el único hombre del universo. Pero cada vez que lo miraba a los ojos, leía en ella duda y aprensión.
Maldijo su decisión de utilizar el contrato contra ella. Quizá, si se hubiera esforzado por conquistarla de otro modo, ella podría haber aceptado una cita y, cuando hubiera pasado un tiempo apropiado, habrían decidido irse a vivir juntos. El matrimonio hubiera sido la consecuencia natural de todo ello.
– Matrimonio -musitó.
Unos meses atrás, esa palabra le había dado miedo y, sin embargo, ahora le gustaba la idea. Se imaginaba casado con Jane, construyendo una vida con ella. Los sentimientos que crecían en su interior eran lo bastante fuertes como para ahogar sus dudas sobre un compromiso de por vida. Suspiró. Por primera vez desde el ultimátum de su padre, pensaba que podía tener razón. Tomarse la vida en serio podía ser algo bueno.
Oyó el timbre de la puerta y frunció el ceño. ¿Quién podía ser tan temprano? Se puso unos vaqueros y la camisa del día anterior. Mientras se vestía, vio la ropa de Jane esparcida por el suelo. Se detuvo a recoger el tanga de encaje, lo guardó en el puño y bajó corriendo las escaleras.
– Buenos días -dijo Selma, animosa, en cuanto le abrió la puerta.
Will, que esperaba encontrarse con Jane, la miró sorprendido.
– Hola. Jane se ha ido ya a trabajar.
La expresión de la mujer se hizo más seria.
– Me está evitando -declaró-. La presiono demasiado -sonrió con aire de disculpa-. A veces me dejo llevar por el entusiasmo.
Will cerró la puerta y se dio cuenta de que llevaba el tanga de Jane en la mano. Lo guardó rápidamente en el bolsillo de atrás y siguió a la mujer a la cocina, donde Selma empezó a preparar café en el acto.
– Está muy ocupada en el trabajo.
– ¿Sabes si piensa seguir trabajando cuando os caséis?
Will se encogió de hombros.
– No hemos hablado de eso.
– El matrimonio requiere una gran cantidad de tiempo y de compromiso. Mi marido y yo estamos juntos sólo por un motivo, hemos trabajado mucho nuestra relación. No me interpretes mal, el matrimonio es algo maravilloso. Es como un jardín, lleno de flores hermosas y aromas seductores pero tiene sus estaciones, sus épocas buenas y malas. Y a veces la maleza y los mosquitos lo cubren todo y ya no puedes ver la belleza. Hay que cuidar el jardín, hijo. Arrancar la maleza y fumigar contra los mosquitos. ¿Comprendes lo que digo?
Will frunció el ceño.