– Creo que sí.
– No quiero que me interpretes mal. Estoy segura de que os irá muy bien juntos, es sólo que a ella le ha llevado mucho tiempo llegar a este punto de su vida.
– Sólo tiene veinticinco años -repuso él-. No es una solterona.
– Gracias a ti -Selma le dio una palmadita en el brazo-. Le has hecho olvidar a aquel chico horrible de su pasado.
– ¿Qué chico?
– No lo sé. En algún momento de sus dos primeros años en Northwestern se enamoró, pero nunca lo trajo a casa y lo llevo muy en secreto. Creo que debió ser un amor no correspondido.
– ¿Ella le habló de ese chico? -preguntó Will.
Selma se ruborizó.
– No, lo leí en su diario. En Navidad lo dejó un día fuera y le eché un vistazo. Ya sé que soy una mala madre, pero me preocupaba verla tan distante y ensimismada. Creía que podía estar tomando drogas.
– ¿Y qué averiguó? -preguntó Will con curiosidad.
– Siempre lo llamaba por sus iniciales, P.C. Pero seguro que no tienes nada que temer. Eso fue hace años y probablemente se habrá olvidado de él.
Pensar en Jane locamente enamorada de otro hombre le produjo un golpe de celos que Will no se molestó en ignorar.
– Tiene razón. Después de todo, ¿por qué iba a casarse conmigo si siguiera pensando en otro hombre? -se puso en pie-. Tengo que irme a trabajar. Esta mañana hay una reunión y…
Selma levantó una mano.
– No digas más. Yo tengo una cita con la organizadora de bodas, vamos a elegir invitaciones, pero quiero pedirte algo antes de irme -lo miró con seriedad-. Me gustaría que usaras tu influencia con Jane para que participe más activamente en los planes de su boda.
– Lo intentaré.
Will la acompañó a la puerta. Cuando la cerró detrás de ella, se pasó una mano por el pelo. Había estado inseguro de los sentimientos de Jane desde el comienzo, pero ahora conocía el motivo. Había perdido al hombre que amaba y ahora se había visto obligada a recurrir a él como segunda opción.
Él había vivido debajo de ella en aquella época y ni siquiera había sabido que saliera con alguien; claro que entonces estaba tan ocupado con su vida social, que no tenía tiempo de interesarse por la de Jane. Aun así, ¿cómo podía haberse perdido algo tan importante como que ella se enamorara?
Lanzó una maldición y subió las escaleras hasta su cuarto. Thurgood dormía profundamente delante del armario y Will dobló con cuidado la ropa de Jane y la colocó al final de la cama; luego recogió su chaqueta y pantalones y vació los bolsillos.
Cerró los dedos en torno a la cajita de terciopelo. Seguramente sería una pérdida de dinero, teniendo en cuenta lo improbable que era aún todo; pero había elegido el optimismo sobre el sentido común y creía que al fin había encontrado una mujer a la que valía la pena amar.
Se sentó en la cama y se puso el anillo en el extremo del dedo índice. El diamante refulgía y parecía burlarse de su estupidez. Quizá lo mejor fuera dárselo a Jane, y descubrir qué sentía exactamente. Después de lo de la noche pasada, tenía que creer que había esperanza para ellos. ¿O había sido todo sexo y nada de amor?
Suspiró. Se había pasado la vida persiguiendo sexo sin ataduras y huyendo del amor y el compromiso. Y ahora que al fin daba un paso para iniciar una relación de verdad, le preocupaba que a la mujer en cuestión sólo le interesara su cuerpo.
Devolvió el anillo a la caja y la dejó en la mesilla de noche. Tendría que vivir el presente y, cuando llegara el momento apropiado, le daría el anillo. Pero antes procuraría estar seguro de que lo fuera a aceptar.
Cuando Jane llegó del trabajo, la casa estaba en silencio. Thurgood apenas levantó la cabeza de su lugar en el sofá. La joven deseaba estar un rato a solas antes de ver a Will, pues no sabía bien cómo estaban las cosas entre ellos después de la noche pasada.
Había dormido muy poco, prefiriendo contemplar a Will a la luz nocturna que entraba por la ventana. ¿Cuántas veces había fantaseado con una situación así? Y sus fantasías siempre habían estado llenas de romanticismo, palabras elocuentes y gestos galantes, pero en la realidad había sido todo pasión… lujuria desinhibida.
Por primera vez en su vida, se había rendido por entero y dejado que un hombre la llevar a lugares a los que había tenido miedo de ir en el pasado. La mera idea de lo que habían hecho bastaba para ruborizarla. El modo en que se habían tocado y besado… No se habían dicho palabras bonitas ni declaraciones, pero habían compartido una conexión que no se podía negar.
De camino a su cuarto, se sacó el suéter por la cabeza. El día había sido agotador, sobre todo por la falta de sueño. Fue a mirar el reloj, pero no lo llevaba en la muñeca. Se lo había quitado la noche anterior en el cuarto de Will y había olvidado ponérselo esa mañana. Calculaba que tendría una hora o así hasta que él volviera.
– Una siesta o un baño -murmuró.
Optó por la siesta. Se quedó en ropa interior y apartó la sábana, pero cuando iba a meterse, decidió recuperar el reloj y la ropa que había dejado en el cuarto de Will.
Cruzó el pasillo. La cama estaba como la habían dejado, con la ropa revuelta. Imágenes de lo sucedido la noche anterior cruzaron por su mente. Subió a la cama con una sonrisa y enterró el rostro en la almohada.
Cerró los ojos y dejó vagar sus pensamientos, llenando su mente de recuerdos: la sensación de la piel de él bajo los dedos, el sonido de su voz, el olor de su pelo, húmedo en la nuca. Se colocó boca abajo con un gemido y tendió la mano para buscar su reloj en la mesilla, pero sus dedos tropezaron con una cajita.
La tomó y se incorporó sobre los codos. La abrió con curiosidad y dio un respingo. En el terciopelo negro había un diamante enorme montado en platino, el mismo anillo que ella había señalado en Bloomingdale's. Cerró la caja y volvió a dejarla en la mesilla, pero no pudo resistir la tentación de echar un segundo vistazo.
El anillo era exquisito. Aunque lo había elegido en un capricho, tenía que admitir que era el anillo más hermoso del mundo. ¿Pensaría dárselo Will? De no ser así, no tendría sentido que lo hubiera comprado. ¿Y qué diría ella si se lo ofrecía? Se lo colocó en el dedo. Definitivamente, no era una joya que pasara desapercibida.
– Sí, estamos prometidos -dijo a una persona invisible-. Y éste es mi prometido extendió la mano ante ella y suspiró.
Aun suponiendo que se lo ofreciera, no podría aceptarlo. Lo guardó en la caja y la devolvió a la mesilla. Will había dejado claro que, de no ser por las presiones de su padre, no habría pensado en el matrimonio. Para él era un buen negocio conseguir la compañía de su padre a cambio de una esposa, pero Jane quería ser algo más que el medio para conseguir un fin. Quería ser el premio que vale la pena ganar, no un ascenso laboral.
No podía confiar en que la amara y no podía permitirse amarlo.
– ¿Por qué, entonces, seguir con esto?
– murmuró al salir de la cama-. Márchate ya, antes de que sea tarde.
Fue a su cuarto, se puso los vaqueros y un jersey y bajó a la planta baja. Había llevado consigo tierra y decidió replantar sus plantas. Cuando estaba limpiando la cocina después de terminar, oyó abrirse la puerta de atrás y Thurgood se incorporó y salió a recibir a Will. Jane se quedó un momento sin habla al verlo. Aunque iba completamente vestido, con traje y corbata, ella sólo veía al hombre con el que había hecho el amor la noche anterior.
– Hola -murmuró.
Will le sonrió.
– Hola -se acercó y le dio un beso en los labios-. Esta mañana te he echado de menos.
– Tenía que madrugar -mintió ella-. ¿Qué tal tu día?
– Largo. Desde que he llegado al despacho, sólo he podido pensar en volver a casa.
– ¿Y eso por qué? -pregunto Jane. Sacó una botella de vino del frigorífico.
Will le masajeó los hombros con gentileza y le besó el cuello.