– ¿Y tienes que preguntarlo?
Jane cerró los ojos para disfrutar mejor de su caricia. Sabía que, si se volvía, él estaría allí, dispuesto a darle otro beso apasionado que sólo podía conducir al dormitorio y a una repetición del encuentro de la noche anterior. Pero ya se había rendido una vez al deseo y no podía permitir que volviera a ocurrir.
– ¿Quieres beber algo? -se apartó unos pasos.
– ¿Estás bien? -preguntó él.
Jane se sirvió un vaso de vino y tomó un trago largo.
– Sí. Estaba pensando en…
– ¿Nosotros?
– No, las fiestas. No hay mucho trabajo y creo que me gustaría tomarme unos días de vacaciones por Acción de Gracias. Y quizá también en Navidad.
– Unas vacaciones estarían muy bien – dijo Will-. Podemos ir a algún lugar cálido. ¿Adónde te apetece ir? Hawai puede ser magnífico en esta época del año.
– Yo estaba pensando en ir sola. Creía que te gustaría tener algo de tiempo para ti.
– Jane -dijo él-. Si quisiera estar solo, no te habría pedido que te mudaras aquí.
Creo que, si quieres irte de vacaciones, deberíamos ir juntos, después de las fiestas.
Ella se encogió de hombros.
– Era sólo una idea. Se me ha ocurrido que, si me iba de la ciudad, no tendría que lidiar con mi madre. Ahora que cree que estamos prometidos, querrá celebrar estas fechas a lo grande. Y tengo miedo de que intente darnos una fiesta.
Will suspiró y se pasó una mano por el pelo con aire distraído.
– Esperaba que invitáramos aquí a tu familia y la mía en Acción de Gracias – dijo-. Así tendrían ocasión de conocerse.
Jane lo miró de soslayo y soltó una carcajada.
– Supongo que es una broma.
– No.
– ¿Tienes idea del trabajo que lleva preparar una comida así? Días de planificación, de compras y de cocinar. No sale de la cocina ya preparada y lista para servirse.
– Yo puedo ayudarte -dijo él-. Sólo creo que sería bueno reunir a nuestras familias y el día de Acción de Gracias me parece la oportunidad perfecta. Y no será para tanto. Tus padres, el mío, mi hermana, su marido y sus tres hijos…
Contigo y conmigo, seremos sólo diez personas.
– ¿Por qué te empeñas tanto en esto?
– Y si no quieres cocinar, podemos traer la comida hecha.
– No puedes comprar hecha la comida de Acción de Gracias. No está bien.
– ¿No puedes? -preguntó Will. Apartó la vista.
Jane lo miró largo rato y sintió un nudo en el estómago.
– ¿Qué has hecho? -preguntó.
– Tu madre llamó a mi padre para invitar a nuestra familia a su casa, pero mi padre quería que fuéramos todos a la suya y ninguno de los dos parecía dispuesto a ceder, así que yo he invitado a tu familia y a la mía a venir aquí, a nuestra casa.
Jane soltó un gemido.
– No, no, no, no. No puedes hacer eso. Creí que habías aprendido la lección cuando invitaste a mi madre y a la organizadora de bodas.
– Yo no la invité, se invitó sola. Vamos, Jane. Todo esto forma parte del conocerse mejor, ¿no crees? Tenemos que ver cómo lidiamos con situaciones de presión y estas fechas lo son.
– Estoy segura de que tendremos estrés suficiente la próxima hora, mientras discutimos por qué los prometidos o los maridos o los amigos invitan a diez personas a comer en la casa de los dos sin comentarlo antes con el otro.
– ¿Es imprescindible que tengamos una discusión? ¿No puedes simplemente gritarme un poco y luego nos besamos y hacemos las paces?
– No intentes seducirme, amiguito -le advirtió ella-. No dará resultado.
– Anoche sí funcionó -Will la abrazó por la cintura-. Adelante. Grítame. Estoy preparado.
Jane suspiró. ¿Por qué se molestaba en intentar combatir aquello? Estaba perdida antes de empezar. Sólo tenía que tocarla y su enfado se evaporaba. Su única defensa era mantener las distancias, alejarse de sus manos y sus labios.
– Si vamos a hacer aquí la comida de Acción de Gracias, tengo mucho trabajo – dijo. No tienes cazuelas, sartenes, vajilla, cristalería ni manteles y servilletas. Ni siquiera tienes una mesa de comedor decente. ¿Dónde vamos a dar de comer a toda esa gente?
– Podemos hacer un bufé.
Jane imaginó a diez personas de pie en la cocina con platos y tenedores de plástico y se echó a reír. Si quería probarle a Will lo malísima esposa que sería, tenía la oportunidad perfecta el día de Acción de Gracias.
¿Pero estaba dispuesta a renunciar a él? ¿O en el fondo de su corazón creía todavía que era, y sería siempre, el hombre perfecto para ella?
Capítulo 6
Will terminó de introducir el último tornillo y colgó la barra de cortinas encima de la ventana. Retrocedió un paso y la miró con aire crítico. Estaba un poco torcida, pero, cuando Jane hiciera lo que quiera que pensara hacer con ella, no se notaría.
Sujetó el taladrador como si fuera una pistola y sonrió.
– Estoy hecho todo un manitas.
En la última semana, Jane se había convertido en una mujer obsesionada, que pasaba los días de compras y las tardes convirtiendo la casa en un hogar cálido y acogedor. Había renunciado al rosa e introducido colores que reflejaban su amor por el aire libre.
A Will le gustaba la nueva decoración, sencilla y cómoda. Había añadido cojines suaves a los sofás de cuero de la sala, comprado lámparas y sustituido la pequeña mesa cuadrada de él por una mesa de comedor gigantesca.
Pero lo mejor de todo eran las noches. De algún modo, tenía que eliminar toda la tensión que acumulaba durante el día, y lo hacía en la cama con él, atrapados los dos en un río de pasión tal, que cada vez se volvía más desinhibida.
Sin embargo, Jane no había eliminado todavía todas sus reservas. Todas las noches empezaban en camas separadas hasta que uno u otro cedía y se presentaba en silencio en el cuarto del otro. A veces dormían en la cama de él y a veces en la suya, pero, para satisfacción de Will, ella despertaba siempre en sus brazos.
Miró su reloj, dejó el taladrador en la mesa y se acercó a la puerta. Jane seguía donde la había dejado una hora atrás, trabajando en el pequeño jardín entre la acera y la casa. Bajó los escalones y se acuclilló a su lado.
_-¿Qué vas a plantar? -preguntó.
– Bulbos de invierno para animar un poco el día de Acción de Gracias -repuso ella-. Y también voy a plantar ya jacintos, que florecerán en primavera.
Will miró un momento los bulbos. Iba a plantar flores para la primavera, aunque no sabía si entonces estaría allí. Le hubiera gustado tomar eso como una señal esperanzadora, pero sabía que no debía hacerse ilusiones. Los sentimientos de ella parecían cambiar dependiendo de que saliera el sol o se pusiera.
Durante el día, apenas reconocía que fueran amantes y Will sentía la necesidad casi patológica de tocarla y besarla. Tenían pasión, pero quería algo más. Quería saber que los sentimientos que crecían en su interior tenían reciprocidad también en ella.
– Empieza a hacer frío dijo-. He encendido la chimenea. ¿Por qué no entras a calentarte mientras preparo la cena? -le levantó y le tendió la mano.
Jane se dejó levantar y recogió los útiles de jardinería, que Will se apresuró a quitarle de las manos.
– Tengo que recoger las copas de vino y pasar por la tienda a encargar el pavo – dijo ella-. Y necesito repasar las recetas para hacer la lista de la compra y…
Will la abrazó con un gemido y detuvo sus palabras con un beso.
– ¿Por qué haces esto? -preguntó cuando se apartó.
– ¿Besarte?
– No, todo este trabajo.
– Quiero que el día de Acción de Gracias resulte agradable -repuso ella-. Si vas a hacer algo, es mejor hacerlo bien – sonrió-. ¡Vaya! Me estoy convirtiendo en mi madre, ¿verdad?
Will cerró los ojos y le besó la frente.
– En absoluto -repuso-. Y a mí no tienes que probarme nada, sé lo que sientes. Si no fuera por nuestro acuerdo, pasarías ese día en otra parte -le apartó un mechón de pelo de la mejilla-. ¿Recuerdas las cenas que me preparabas en la universidad? Siempre me encantaba ir a tu apartamento.