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– Porque nunca tenías comida en el tuyo -contestó ella-. Si no te daba yo de comer, ¿quién iba a hacerlo?

– No siempre iba por la comida. Tu apartamento era muy cálido y acogedor y allí me sentía cómodo -le tomó la mano y entrelazó sus dedos con los de ella-. Aunque la comida era buena, casi siempre iba porque quería estar contigo.

– ¿De verdad? -preguntó ella con voz suave.

Will se llevó la mano femenina a los labios y besó las yemas de los dedos una por una.

– Ya entonces eras buena cocinera, pero eras aún mejor amiga. Y no sé si me había dado cuenta hasta ahora de lo importante que era eso para mí.

Jane miró sus dedos.

– Deberíamos entrar -murmuró-. Empieza a hacer frío.

– De acuerdo -asintió él-. Tengo que empezar con la cena. Estaba pensando en filetes de hígado.

Jane soltó una carcajada y entró con él en la cocina.

– Si no te gustaba mi comida, ¿por qué no lo decías? -preguntó.

Will la abrazó por la cintura y la sujetó contra el borde del mostrador.

– ¿Y de qué iba a quejarme si podía sentarme enfrente de ti?

Jane se soltó del abrazo.

– Tienes que dejar de decir esas cosas o puedo enamorarme de ti.

– ¿Y tan malo sería eso? Además, es la verdad. Me gusta tenerte aquí.

La joven se ruborizó, pero él sospechaba que no lo creía.

– Tengo que hacer la lista de la compra -dijo.

– No deberías cambiar de tema cada vez que intento hablar de nosotros -protestó él.

Jane suspiró.

– ¿Y por qué tenemos que hablar de nosotros? Esto es lo que es -repuso con impaciencia.

– Muy bien, pero yo no sé lo que es. A veces siento que estás aquí conmigo y a veces que te has marchado. Nunca sé qué esperar.

– Si no te gusta, dime que me vaya – contestó ella con frialdad.No es eso lo que quiero; lo que quiero es que te esfuerces -intentó tomarle las manos, pero ella las apartó.

– ¿Quieres que finja que siento algo que no siento? -preguntó.

– ¿Tienes que fingir conmigo? -replicó él, mirándola a los ojos-. No veo que finjas cuando estás en mis brazos por la noche ni cuando me muevo dentro de ti. ¿Finges entonces?

Jane apartó la vista y tardó en contestar.

– No.

– ¿Y qué sientes entonces?

– No sé qué quieres que diga. Eso es sexo y lo que tú pides es amor. Y aunque tus encantos pueden haber llevado mi cuerpo a tu cama, no tienen ningún efecto en mi corazón.

Will la miró fijamente, dolido.

– ¡Vaya! Tuviste que amarlo mucho para estar todavía tan afectada.

Jane parpadeó; frunció el ceño confusa.

– ¿De qué hablas? ¿A quién?

– De ese tipo, de P.C. ¿El que amabas en la universidad? Tuvo que darte muy fuerte.

Ella dio un respingo.

– ¿Qué sabes tú de P.C.?

– Eso no importa, lo que importa es que eso es pasado y tú tienes que pensar en el futuro. Pensar en un hombre al que no puedes tener sólo hará que te cierres al hombre que sí puedes tener.

– ¿Qué sabes tú de él? -repitió ella.

– Tu madre me dijo que te habías enamorado de alguien en Northwestern y que no lo has olvidado nunca.

– ¿Y cómo sabía ella eso? -gimió Jane-. No, no me lo digas. Por mis diarios. Tengo la madre más cotilla del mundo.

– Da igual cómo lo supiera, lo que importa ahora es que él no está aquí y yo sí. Y es hora de que olvides el pasado y sigas con tu vida.

Jane movió la cabeza con lentitud.

– Cuando mi madre y tú encontréis el modo de hacerme olvidar a aquel chico, avísame, porque no es tan fácil. La verdad es que me gustaría olvidarlo, pero no puedo.

Se volvió y Will la observó cruzar la estancia y salir por la puerta de atrás. La oyó entrar en el garaje y poner en marcha la camioneta.

– ¿Cómo demonios voy a hacer funcionar esto? -murmuró.

¿Cómo competir con el recuerdo de una relación perfecta?

Tenía que encontrar el modo. Se estaba enamorando de ella y no estaba dispuesto a perderla por ningún tipo de su pasado. Tenía que mostrarle lo que se perdería si se marchaba. Tenía que conquistarla a cualquier precio.

Tal vez hubiera amado a alguien en el pasado, pero ahora vivían en el presente y eso tenía que contar para algo.

Jane abrió la puerta del pequeño bufete de Wicker Park, donde tenía una cita con Andrea Schaefer, experta en derecho de familia y, con suerte, la respuesta a todos sus problemas.

Pensó en su conversación con Will de la noche anterior e hizo una mueca. Le había gustado la chispa de celos que sorprendió en él y la divirtió pensar que eran celos de sí mismo. P.C. eran las iniciales de Príncipe de Cuento, nombre con el que le gustaba referirse a él en otro tiempo.

Y precisamente porque lo había querido en otro tiempo, lo conocía bien y sabía que era un incapaz de comprometerse con ninguna mujer. Para él ella era un premio que estaba fuera de su alcance, y si alguna vez la tenía, dejaría de desearla.

Respiró hondo y abrió la puerta interior del bufete. Una recepcionista joven y guapa le sonrió.

– Soy Jane Singleton.

– Sí. La señora Schaefer la espera. Es la puerta del medio.

Jane asintió y caminó hacia el despacho. Antes de que llegara a la puerta, salió una rubia alta, vestida con falda a cuadros, jersey púrpura y zapatos de tacón.

– Hola, Jane. Soy Andrea Schaefer. Pasa y siéntate.

Jane obedeció y la abogada se sentó a su vez detrás de su mesa.

– Dices que tienes una disputa por un contrato. ¿Has traído una copia?

Jane asintió y le tendió una fotocopia del documento.

A medida que Andrea lo leía, su rostro iba adoptando una expresión de regocijo.

– Es un contrato de matrimonio; creo que nunca había visto ninguno.

– Lo firmé hace seis años. Sé que fue una estupidez, pero creía que era una broma. Nunca pensé que intentaría obligarme a cumplirlo.

– ¿Ese hombre te dio algo? ¿Dinero o un regalo caro? ¿Te dio algo para validar el contrato?

Jane intentó recordar.

– Sí, me dio cinco dólares. ¿Eso es importante?

Andrea miró el contrato pensativa.

– En esencia, el contrato es legal -explicó-. Aunque no creo que pueda sostenerse en un tribunal. Ningún juez te obligará a casarte con alguien si no quieres, pero si ese hombre insiste en llevar el caso adelante, tendrás que pactar con él -se detuvo de golpe-. ¡Oh, Dios mío! No puedo creerlo. ¿Will McCaffrey? ¿Facultad de Derecho de Nortwestern, promoción del 98?

– Sí.

Andrea soltó una risita y movió la cabeza.

– Me temo que aquí pueda haber un conflicto de intereses. Yo conozco a Will. Se licenció un año antes que yo -hizo una pausa-. Asistimos juntos a algunas clases y a mí me gustaba mucho. Gustaba a casi todas las chicas. Incluso salimos una vez.

Jane la miró fijamente. ¿Estaba destinada a encontrarse con muchas mujeres así por todo Chicago? Sabía que Will había salido con muchas estudiantes de Derecho, pero aquello era mucha coincidencia.

– ¿Cómo está Will? -preguntó Andrea-. Tiene que irle muy mal para que recurra a un contrato para buscar esposa. ¿Qué ha pasado? ¿Se ha quedado calvo? ¿Tiene barriga?

Jane negó con la cabeza.

– No, está casi igual que antes, tal vez más guapo todavía… o más sofisticado.

Andrea suspiró.

– Ese hombre ya era demasiado atractivo para su bien.

– Sí, y lo sigue siendo -admitió Jane con una sonrisa.

– ¿Y por qué no quieres casarte con él? ¿No lo amas?

– No -dijo Jane-. Sí -se miró las manos, que tenía enlazadas en el regazo-. Un poco. O puede que haya sucumbido a su encanto. Me hace olvidar lo que es y creer que puede ser lo que yo quiero que sea. Y cuando estamos juntos, siento que soy la única mujer del mundo que puede hacerle feliz.