– ¿Y qué crees que siente él por ti?
– Dice que le gusto. También creo que necesita casarse y que eso tiene mucho que ver con lo que siente.
– ¿Y qué crees que haría si le dices que te casarás con él?
– Ya lo he probado. Y creo que está dispuesto a casarse, pero no por las razones que importan. Will está acostumbrado a salirse con la suya.
– Bueno, si quieres casarte con él, yo te aconsejo que esperes a ver lo que ocurre. Si no quieres, díselo. Lo peor que puede hacer es llevarte a juicio, pero te apuesto lo que quieras a que no lo hace. Es un abogado listo y tiene que saber que tiene pocas posibilidades.
– ¿O sea que la decisión es mía?
– Sí. Y, si necesitas mi ayuda, llámame – Andrea se puso en pie-. Pero estoy segura de que puedes resolver este problema sola.
Jane le estrechó la mano, le dio las gracias y salió del despacho, sorprendida de que todos sus problemas se hubieran resuelto en menos de cinco minutos. Pero aunque tenía las respuestas, no estaba segura de su decisión. Podía marcharse de casa de Will y seguramente él no la obligaría a volver. ¿Pero deseaba hacerlo? ¿O seguía albergando la fantasía secreta de que los dos estaban destinados a estar juntos?
Caminó hacia donde había dejado aparcada la camioneta. ¿Por qué había tenido que aceptar su oferta? Andaba mal de dinero, sí, sin embargo podía haber dormido en el sofá de Lisa o haber ido a casa de sus padres. Pero no, había caído en la misma trampa antigua con la esperanza de que esa vez Will pudiera ser el hombre que siempre había querido que fuera.
Entró en la camioneta, pero no puso el motor en marcha inmediatamente. ¡Era tan amable y considerado! Tal vez había dejado atrás su fase de playboy.
– No -murmuró.
Los hombres como Will no cambiaban nunca. Además, la había forzado a aceptar aquel acuerdo. No la amaba, sólo la necesitaba para conseguir lo que quería.
– Me marcharé -dijo.
Giró la llave de contacto. Después de añadir a Lisa y Roy a la lista, tenía que preparar una comida de Acción de Gracias para doce personas. Cuando todos se marcharan, se sentaría a hablar con Will y le diría que quería irse.
Y luego seguiría adelante con su vida.
– ¿Qué hora es?
Will miró el reflejo de Jane en el espejo del cuarto de baño.
– Dos minutos más tarde que la última vez -contestó-. Tienes tiempo de sobra. No llegarán hasta dentro de quince o veinte minutos.
– ¿Y cómo voy a prepararme contigo mirándome así?
– No te miro -echó la cabeza a un lado y pasó la cuchilla por su mejilla-. Me estoy afeitando -llevaba toda la mañana intentando animarla, pero sin resultado-. Podemos anular esto. Cuando lleguen, les diré que se marchen.
– ¿Tú harías eso? -sonrió ella.
Will empezó a aclarar la cuchilla.
– Haría cualquier cosa por verte sonreír -repuso, con su sonrisa más seductora.
Jane puso los ojos en blanco y tomó el pintalabios. Will se lo quitó de las manos con gentileza.
– No necesitas eso. Eres muy hermosa al natural.
Jane se lo arrebató y lo dejó en la encimera.
– Quieres animarme a base de halagos, ¿verdad?
Will la abrazó por la cintura y la atrajo hacia sí.
– No, tengo motivos ocultos. Cuando te beso, no quiero que nada se interponga entre nosotros, sobre todo pintalabios.
La sentó en la encimera y la besó. Comprobó con alivio que la indiferencia de ella desaparecía en cuanto sus labios se encontraban. Las manos femeninas apartaron la camisa y rozaron su pecho desnudo.
En los últimos días, había llegado a la conclusión de que no podía vivir sin Jane y aún no se había acostumbrado a esa revelación. Cuando decidió usar el contrato, no tenía intención de enamorarse y, ahora que había ocurrido, no sabía qué hacer. ¿Cómo revelar sus sentimientos sin espantarla? ¿Y cómo conseguir que ella le correspondiera?
Le besó el cuello, desabrochó su blusa y depositó una serie de besos en su hombro. Su olor hacía que le diera vueltas la cabeza. Apoyó los muslos de ella en sus caderas y la falda se subió y dejó al descubierto las piernas. Bajó con las manos hasta los tobillos y volvió a subir, sin dejar de besarla en la boca.
– No deberíamos hacer esto -murmuró ella-. No tenemos…
Will subió más las manos y le bajó el tanga, que sacó por los pies.
– … tiempo -terminó ella.
– Tenemos tiempo de sobra -deslizó las manos por los muslos de ella y empezó a acariciar su pubis húmedo. Jane lanzó un gemido y se arqueó sobre sus dedos.
¿Por qué era tan sencillo poseer su cuerpo y tan difícil atrapar su corazón? Cuando la besaba y acariciaba, había siempre un rincón de su corazón que no podía tocar.
– Dime que quieres que pare -susurró. Se inclinó para besarle el interior de los muslos-. Dímelo. Pararé si quieres.
– No -repuso ella sin aliento-. No pares.
Will la sujetó por la cintura y la acercó al borde de la encimera, donde le subió la falda hasta las caderas. Bajó la cabeza y prosiguió su asalto, ahora con la boca y la lengua.
Oyó acelerarse su respiración y notó que su cuerpo se tensaba. La deseaba, pero se centró en el placer de ella, complaciéndose en los gemidos y súplicas que precedían siempre a su clímax.
Jane se movió encima de él y Will levantó la vista hacia ella. Tenía los ojos cerrados y se mordía el labio inferior. Le introdujo la lengua y ella gritó de placer.
En ese momento, sonó el timbre de la puerta. Jane abrió mucho los ojos y su cuerpo se puso tenso. Bajó las manos para colocarse la falda, pero Will se las apartó.
– Déjame terminar.
– Están en la puerta.
Que esperen.
– No -ella lo empujó por los hombros y saltó al suelo.
Will se sentó en los talones y la observó poner su ropa en orden.
– Seguiremos más tarde -dijo.
Ella lo miró un momento. Movió la cabeza y salió del baño. Will se miró al espejo.
– ¿Qué demonios haces? -preguntó a su imagen-. No puedes obligarla a quererte. Si no te ama, tienes que dejarla marchar.
Se abrochó la camisa y terminó de vestirse. A continuación se echó agua fría en la cara y bajó las escaleras.
Jane había abierto la puerta. Sus padres y el padre de Will estaban en el umbral. La expresión de sus rostros indicaba que se habían conocido antes de entrar y que el encuentro no había ido bien. Selma ya estaba llorando.
Jane los invitó a entrar y lanzó una sonrisa temblorosa a Will. Tenías las mejillas sonrojadas y el pelo revuelto.
– ¿Quieres hacer las presentaciones? – preguntó.
Selma hizo caso omiso a su hija y continuó la conversación iniciada fuera.
– Yo sólo digo que tendrá usted que recortar su lista de invitados. En el salón de recepciones sólo caben trescientos y yo ya tengo doscientos cincuenta.
Jim lanzó una mirada de agravio a su hijo y se volvió hacia Jane. Will se apresuró a presentársela y su padre estrechó con firmeza la mano de la joven antes de seguir a Selma a la sala de estar.
– Tengo relaciones de trabajo, amigos y familia a los que no puedo dejar de invitar. Cincuenta es muy poco. Sugiero que busque un salón más grande. Si el problema es el dinero…
– El dinero no es problema -contestó la mujer-. Pero ese salón es perfecto. Es grande pero íntimo. Siempre he soñado que Jane celebraría su boda en nuestro club de campo.
La joven se acercó a Will.
– Tienes que impedir que mi madre hable de la boda -dijo-. Entra ahí y cambia el tema.
Will le dio un beso rápido en la mejilla.
– Y de paso envío mi solicitud de santidad, porque para hacer eso necesitaré un milagro -susurró.
Jane, ruborizada, besó a su padre y se fue a la cocina. Su padre soltó una risita y tendió la mano a Will.