– Hola. Edward Singleton. Es un placer conocerte por fin.
Will le estrechó la mano con calor.
– Lo mismo digo, señor.
– Llámame Edward. Bien, ¿dónde puedo beber algo? Llevo días oyendo hablar de esa boda y empiezo a sentir un dolor en la espalda que sólo se calma con whisky.
– Tengo justo lo que necesita.
– Bien.
Dejaron a Selma y a Jim discutiendo sobre el tamaño de las mesas y las bandas de música y se dirigieron al comedor.
– La señora Singleton están muy entusiasmada con la boda -comentó Will.
Edward miró la mesa, que Jane había colocado y adornado.
– Llevo casi treinta años casado con esa mujer y todavía no la comprendo. Se emplea a fondo en sus proyectos y no acepta nada que no sea la perfección. Y esa boda la lleva esperando desde que nació Jane – movió la cabeza-. Quiero a esa mujer, pero no la entiendo. Dime una cosa. ¿Tú entiendes a Jane?
– No del todo. No siempre sé lo que está pensando, pero puede que sea mejor así.
– ¿La quieres?
Will no esperaba aquella pregunta, pero se sintió impulsado a responder la verdad.
– Sí. Nunca había estado enamorado, pero estoy seguro de que uno se siente así.
Edward soltó una risita.
– ¿Y cómo te sientes?
– Confuso, frustrado, sin ningún control, pero en el buen sentido. Sé que sólo quiero que Jane sea feliz. Y creo que puedo conseguirlo.
– Espero que así sea. Porque si le haces daño a mi hijita, te perseguiré y te romperé todos los huesos de tu cuerpo.
Will forzó una sonrisa, pero miró a Edward a los ojos y comprendió que hablaba muy en serio.
– Procuraré recordarlo -musitó.
Capítulo 7
Jane abrió la puerta del horno y sacó la bandeja con el pavo, que dejó al lado del fregadero. Lo miró satisfecha; el asado estaba perfecto, lo cual era ya mucho, teniendo en cuenta que todo lo demás estaba resultando un desastre.
Su madre y el padre de Will apenas habían cruzado una palabra civilizada y, después de unos vasos de vino, la atmósfera se había vuelto tensa y emotiva. Cuando no discutían sobre la boda, Selma se encerraba a llorar en el baño y Jim permanecía en un rincón con aire sombrío.
Jane no sabía por qué el padre de Will se portaba así, pero había optado por no entrometerse en el conflicto y afanarse en la cocina. Lisa y Roy habían llegado poco después que la hermana de Will y su familia y se habían ofrecido a ayudarla, mientras Will se esforzaba por distraer a sus sobrinos, dos niñas y un niño, con videojuegos y con la ayuda de Thurgood. Melanie y Ronald conversaban con Edward.
Jane colocó el pavo en una bandeja de plata y puso la sartén en el fuego para la salsa. Miró el reloj. La comida tardaría una hora más por lo menos y, si tenía suerte, todos podían estar fuera de allí a las cuatro.
– Tiene muy buen aspecto -comentó Lisa, animosa.
Jane siguió removiendo la salsa.
– Menos mal que estás aquí. No sé qué habría hecho sin ti. No puedo creer que mi madre esté discutiendo con el padre de Will. Odia los conflictos.
– Tu madre es mucho más dura de lo que tú te crees. Además, quiere una boda perfecta para su hija.
– Antes o después, tendré que decirle que no habrá boda. Se le partirá el corazón.
– Puede que no. No creo que esté deseando pasar más fiestas con la familia de Will. A lo mejor se siente aliviada -Lisa se secó las manos en un paño de cocina-. Y puede que sí haya boda -sonrió-. He llenado los vasos de agua. ¿Qué hago ahora?
– Sujeta ese colador encima de ese cazo. Si sirvo salsa con grumos, mi madre se quedará horrorizada.
– Estoy impresionada -comentó Lisa-. Creía que tu plan era ser mala esposa.
– Cambié de idea.
– ¿Por qué?
– Porque Will descubrió mi plan. Y porque, si no hago esto bien, mi madre me echará la culpa y no quiero darle más motivos para llorar. Si están las ensaladas en la mesa, podemos empezar ya. Diles a todos que se sienten y aleja a mi madre todo lo que puedas del padre de Will.
Lisa la abrazó un instante.
– Lo estás haciendo muy bien.
– Quiero que me prometas que, en cuanto se terminen los postres, os levantaréis para marcharos y os llevaréis a todos. Promételo.
Lisa soltó una risita y empujó a Roy en dirección a la sala.
– Diles a todos que la cena está servida.
Un momento después, entraban los niños en la cocina. Will iba detrás. Se colocó al lado de Jane y le pasó un brazo por la cintura.
– ¿Qué quieres que haga?
– Pégame un tiro. Acaba conmigo de una vez.
– De eso nada.
– Esto es culpa tuya. Si no los hubieras invitado, ahora estaría en una playa de Florida bronceándome y bebiendo cócteles.
– Jane, todo está muy bien. La mesa está preciosa y la comida huele de maravilla. Si no saben apreciar todo lo que has hecho, les diré lo que pienso de ellos antes de servirles el pavo.
– Por favor, no empieces otra discusión -le suplicó ella-. Sólo quiero que la comida transcurra agradablemente. Me da igual que odien al comida siempre que no se odien entre ellos.
Will le besó la frente.
– Prometo que te compensaré por esto. La próxima semana seré tu esclavo. Haré todo lo que me pidas.
– Me conformo con que te encargues de recoger y de los platos.
– Es lo mínimo que puedo hacer. ¿Quieres que me lleve ya el pavo?
– Déjalo aquí. Tiene que descansarantes de que lo trinches.
Will puso la mano de ella en su brazo.
– Vamos allá.
Cuando llegaron al comedor, le apartó la silla y esperó a que se sentara. A continuación, tomó una copa de vino y carraspeó.
– Quiero proponer un brindis -dijo-. Por Jane, que ha trabajado mucho para que hoy sea un día perfecto para todos. Y si todos apreciáis sus esfuerzos la mitad que yo, procuraréis que sea un día perfecto para ella, ¿verdad?
Jane se ruborizó y tomó un sorbo de vino.
Mientras comía la ensalada, escuchaba distraída la conversación. Lisa y Roy intentaban animar la situación, pero su madre estaba muda en un extremo de la mesa y Jim se mostraba sombrío en el otro. Will parecía contento viéndola comer y esmerándose por cambiar de tema cada vez que la conversación amenazaba con acercarse al tema espinoso de la boda.
En cierto momento, Jane fue a buscar el pavo, pero cuando llegó al lugar donde lo había dejado, no estaba. Lo único que quedaba en la bandeja era un charco de grasa. El corazón se le paró y siguió con la vista un rastro de grasa que recorría el suelo de la cocina hasta la sala de estar. Caminó hacia allí y, cuando llegó a la altura del sofá, dio un grito.
Thurgood estaba en el suelo, con lo poco que quedaba del pavo entre las patas delanteras. Jane abrió la boca para buscar aire y la impresión la obligó a sentarse. Unos segundos después, llegaba Will hasta ella.
– ¡Oh, vaya! -exclamó. Se acuclilló y tocó el pavo-. Thurgood, ¿qué has hecho?
Jane no sabía si reír o llorar. Al fin, empezó a reír, al principio con suavidad y luego cada vez más histérica. El día entero había sido un desastre. ¿Qué mejor modo de coronarlo? Sus ojos se llenaron de lágrimas y Will se levantó y la miró preocupado.
– ¿Estás bien? -preguntó.
Jane movió una mano en el aire.
– Sí -dijo entre risas-. Por lo menos alguien ha disfrutado de la comida. Feliz día de Acción de Gracias, Thurgood.
Will la levantó del sofá y la abrazó.
– Es normal que estés disgustada – dijo.
– No lo estoy -le aseguró ella, luchando por respirar-. De verdad.
– Ven, vamos arriba y descansas un rato, ¿de acuerdo? Creo que todo esto ha sido demasiado para ti.
Cuando la guiaba hacia las escaleras, los demás entraban ya en la cocina, curiosos por ver lo que ocurría. Selma palideció al ver el pavo en el suelo, el padre de Will hizo una mueca y riñó al perro. Y el padre de Jane soltó una risa casi tan histérica como la de su hija.