– Estupendo -dijo Jane.
– Sí -asintió Lisa-. ¿Pero por qué quieres irte de Chicago? ¿No echarás de menos…? -vio que los dos la miraban-. Voy a terminar en el dormitorio.
– O sea que has conseguido todo lo que querías -murmuró Jane.
Will se apoyó en la pared del pasillo.
– Casi todo.
– Yo también estoy pensando en mudarme -anunció ella.
– ¿Sí?
– Es difícil aguantar un negocio como el nuestro con este clima, así que debería irme a un lugar cálido, Florida o California. Aunque allí las plantas serán diferentes y habrá otros insectos y… -se interrumpió.
– Los dos nos movemos -dijo él-.
Eso está bien.
– Muy bien.
– ¿Dónde te alojas ahora? -¿Por qué?
– Por nada, por si te dejas algo y necesito contactar contigo.
– Estoy en casa de Roy y Lisa, en Wicker Park -buscó algo más que decir, pero no se le ocurrió-. Bueno, creo que debo irme.
Will le tomó una mano.
– Me alegro de verte. Es agradable tenerte de nuevo aquí aunque sólo sea un rato.
Jane asintió con la cabeza y volvió al dormitorio. Antes de entrar, miró hacia atrás, pero Will había desaparecido ya escaleras abajo.
– ¿Y bien? -susurró Lisa-. ¿Qué tal?
– Guarda las plantas y vámonos -musitó Jane con voz temblorosa-. Ha dicho que me enviará el resto de las cosas.
Tomó una de ellas y avanzó hacia las escaleras. Esperó a Lisa en la acera, envuelta en una nube de emociones distintas e impaciente por alejarse de allí. Cuando vio salir a su amiga, corrió hacia la camioneta.
– ¡Espera! -gritó Lisa.
– ¿Has visto eso? Está frío y distante. Y anoche se acostó tarde. ¿Qué crees que significa eso?
– No sé. ¿Qué?
Que estuvo con una mujer. ¿No te has dado cuenta de lo satisfecho que parecía?
– Parecía dormido, como si acabara de salir de la cama.
– Exacto -Jane movió la cabeza-. Es evidente que ya ha olvidado todo lo que tuvimos juntos y seguido adelante.
– Eso no lo sabes. A lo mejor estuvo trabajando o viendo una película.
– ¿Por qué lo defiendes?
Lisa levantó las manos en un acto de rendición.
– No lo defiendo. Sólo digo que no debes sacar conclusiones precipitadas. He visto cómo te ha mirado.
– ¿Y cómo me ha mirado?
– No te quitaba los ojos de encima, Jane. Te mira como un hombre enamorado.
Jane se volvió y siguió andando por la acera.
– No digas eso, no puedo dejarme llevar otra vez por esa fantasía. Tengo que seguir con mi vida y él tiene que seguir con la suya.
– ¡Eh! ¿Adónde vas? El coche está aquí.
Jane se detuvo y volvió hacia el coche de su amiga.
– No quiero oír nada más, ¿entendido?
Se hizo la firma promesa de dejar de pensar en Will en aquel mismo momento.
– ¿Te vas a pasar el resto de tu vida en ese sofá? -preguntó Lisa.
Jane levantó la vista.
– No. Sólo un mes o dos más más, hasta que se anime el trabajo.
Llevaba ya dos meses viviendo en casa de su amiga y durmiendo en el sofá. Los fines de semana iba a casa de sus padres para dejar intimidad a Roy y Lisa, pero no podía soportar más de dos noches con su madre y solía a acabar de nuevo en el sofá el lunes por la noche.
– Si se anima -Lisa se dejó caer en un sillón y puso los pies en la mesa de café-. Tenemos, que hablar de eso.
Jane se incor¢oró en el sofá.
– Lo sé. Empiezo a pensar que un negocio como el nuestro no puede sobrevivir sin trabajo de invierno.
– Supongo que podríamos colocarnos de dependientas -dijo su amiga-. O yo puedo trabajar en la empresa de Roy.
– ¿Qué?
– La administrativa acaba de irse y Roy me ha pedido que ocupe su puesto. El sueldo no está mal -Lisa se mordió el labio inferior-. Pero si no quieres, no aceptaré. Windy City Gardens era nuestro sueño y no quiero dejarlo hasta que no lo dejes tú.
– No -Jane apretó la mano a su amiga-. Ya es hora. Además, yo estaba pensando en irme hacia el sur a empezar de nuevo, buscar un sitio donde las plantas crezcan doce meses al año.
– ¿Y Will? -preguntó Lisa.
– ¿Qué pasa con él?
– Todavía lo quieres. Creo que siempre lo has querido.
– Eso no significa que tenga que seguir queriéndolo.
Lisa miró su reloj.
– ¿Llegas tarde a algún sitio? -preguntó Jane.
– No, es sólo…
Sonó el timbre de la puerta y Lisa se puso en pie.
– Creo que debes peinarte y sacudirte esas migas del pijama -dijo.
– ¿Por qué?
– Porque Will está aquí.
– ¿Qué?
– No te enfades. Llamó el otro día para decir que quería devolverte unas cosas y yo le dije que podía pasarse.
El timbre de la puerta volvió a sonar y Jane se puso en pie de un salto.
– No le dejes entrar.
– Yo creo que está enamorado de ti – dijo Lisa-. Y sé que a ti te pasa lo mismo, pero los dos sois demasiado testarudos como para admitirlo.
– Tú lo conoces tan bien como yo y sabes que no es capaz de amar.
– ¿Cómo lo sabes? Tú viviste un mes con él. ¿Se iba con otras mujeres o se quedaba toda la noche por ahí con sus amigos? ¿Te hizo sentir alguna vez que no podías confiar en él?
– No, pero eso no significa…
– ¿Qué? Porque yo veo a un hombre que ha madurado mucho en seis años y puede estar preparado para aceptar un compromiso. Sugiero que entres al baño a peinarte y pintarte los labios mientras le abro.
Jane soltó un grito y sacó unos vaqueros y un jersey de la maleta que había en un rincón. Entró en el cuarto de baño, donde se lavó la cara y pasó los dedos por el pelo revuelto.
El corazón le latía con violencia, pero se esforzó por mantener la compostura. Hacía casi un mes que no veía a Will, pero eso no le había impedido pensar en él.
Se vistió y se puso perfume en el cuello y las muñecas. Se sentó un momento en el borde de la bañera para tranquilizarse.
Lisa llamó a la puerta con los nudillos y entró.
– ¿Te vas a quedar aquí toda la noche?
– ¿Qué aspecto tiene? ¿Parece con ganas de pelear o parece contento?
– Está muy guapo -declaró su amiga-. Si yo no estuviera casada, intentaría algo con él. Y parece ansioso por verte, así que sal ahí y habla con él. Y procura ser amable -Lisa la empujó hacia la puerta.
Jane respiró hondo y entró en la sala de estar. Will estaba cerca del sofá, de espaldas a ella.
– Hola.
Él se volvió al oírla. -Hola.
Ella cruzó la estancia hasta el sofá, donde se sentaron los dos en silencio. -¿Cómo estás? -preguntó Jane.
Will estiró el brazo y le tomó la mano. -Bien, ocupado con el trabajo. -Yo también. Muy ocupada. Will respiró hondo.
– Te echo de menos, Jane. Creo que me acostumbré a tenerte en casa.
– ¿Por mis maravillosas comidas y mi gran gusto para la decoración?
– Claro -declaró él-. Por eso y muchas más cosas. Y Thurgood también te echa de menos -le soltó la mano y tomó una bolsa que había dejado en la mesa de café-. Te he traído esto. Es tu cinta de Desayuno con diamantes. Estaba dentro del vídeo.
– Gracias. No la había echado de menos.
– Tengo algo más -dijo él-. Una especie de regalo de Navidad retrasado, aunque, como casi estamos en San Valentín, también puede ser por eso -le pasó la bolsa.
Jane miró en su interior, donde había un DVD de Desayuno con diamantes, otro de Vacaciones en Roma y otro de Sabrina.
– Recuerdo que te gustaban mucho las películas de Audrey Hepburn -dijo él-. También te he comprado un reproductor de DVD, está en el coche.
Jane le dio un beso en la mejilla.
– Gracias. Audrey Hepburn es mi favorita.