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– Genial -murmuró para sí-. Si no puedo conseguir que venga a tomar un café, ¿cómo voy a conseguir que salga conmigo?

Lanzó una maldición, pero recordó el contrato y se dijo que sólo era cuestión de volver a intentarlo. Y si Jane Singleton seguía resistiéndose a sus encantos y rechazando sus invitaciones, no le quedaría otro remedio que usar el único arma de que disponía: la ley.

– Quizá podamos pedir un aplazamiento del alquiler.

Jane Singleton se llevó las manos a las sienes y miró el programa que aparecía en la pantalla del ordenador, sabedora de que la sugerencia no supondría ninguna diferencia. Las columnas de números pasaban borrosas ante sus ojos y volvió a sorprenderse soñando despierta con su encuentro de la semana anterior con Will.

Estaba igual de guapo e interesante, pero diferente, más sofisticado y mundano. Cuando lo vio parado al lado de su coche, su pulso se aceleró y no supo qué decir.

Abrumada y exasperada por su reacción, escapó lo más deprisa que pudo. Ahora era una mujer y no la chica feúcha que estaba loca por él.

Pero Will no se lo ponía fácil. La había llamado tres veces desde su encuentro y ella había puesto una excusa tras otra. Se sentía tentada, pero sabía que no podía confiar en sí misma cuando estaba con él, que podía hacer que se enamorara de nuevo sólo con una sonrisa.

– Jane.

Levantó la cabeza y puso las manos en la mesa.

– ¿Qué? Estoy escuchando. Las cifras no encajan, ya lo veo. No ganamos lo suficiente para mantener la oficina.

Lisa Harper movió la cabeza.

– De acuerdo, ¿qué te pasa? Llevas toda la mañana distraída. Se que tienes muchas presiones aquí, pero siempre te concentras más. Dime qué te ocurre.

Lisa era amiga suya desde la universidad y socia suya de negocios, pero ya había tenido que oír hablar bastante de Will para que Jane volviera a incluirlo ahora en sus conversaciones.

– No es nada -murmuró.

– Dímelo.

– No te gustará -le advirtió Jane.

– Eres mi mejor amiga, se supone que tienes que contármelo todo. Es parte del trato. Hablamos de cosas muy personales.

– Si te lo digo, me tienes que prometer que no le vas a dar muchas vueltas ni intentar analizarlo una y otra vez.

– Prometido.

– La semana pasada vi a Will McCaffrey.

Lisa la miró con incredulidad.

– ¡Oh, no! ¡Otra vez no! Hace casi dos años que no mencionabas su nombre. No puedes volver a hablar de él. Ese hombre te ha estropeado para todos los demás.

– ¿Por qué?

– Porque en los seis últimos años no has conocido a ninguno al que no hayas comparado con él. Cualquiera diría que era una especie de dios, y sólo es un imbécil que no supo valorarte cuando te tenía cerca.

– Estaba en la acera de enfrente, salía de su coche y me lo encontré así de repente.

Lisa se tapó los oídos con las manos.

– No pienso escucharte. No te oigo.

Jane le quitó las manos de las orejas.

– De acuerdo, no hablaré más de él, volvamos al trabajo -respiró hondo. Estamos en noviembre. Aunque consigamos diez contratos nuevos para la primavera, no nos pagarán antes de abril. Cuando decidimos poner este negocio aquí, conocíamos los riesgos. Sabíamos que los jardines no crecen en invierno.

– ¿Y qué te dijo? -preguntó Lisa.

– Creo que la única alternativa es diversificarse. Haremos decoraciones navideñas. Colocaremos luces exteriores y adornaremos árboles. Podemos llamar a la competencia a ver si les sobra trabajo, tal vez nos subcontraten.

– ¿Sigue siendo tan guapo? -Lisa se giró en la silla-. Antes estaba como un tren y lo sabía. Supongo que es mucho esperar que haya engordado treinta kilos y se le haya llenado la cara de granos.

– Recortamos gastos todo lo posible – continuó Jane-. Dejamos la oficina y trasladamos el teléfono. Tendremos que conservar el garaje para guardar el equipo y llamamos a todos los clientes presentes y futuros para ofrecer nuestros servicios como decoradoras navideñas. Y luego buscamos un sitio que nos haga un descuento en luces de decoración.

Suspiró hondo.

– Pero no creó que pueda ponerme al día con el alquiler. Debo dos meses y tengo menos de cien dólares en mi cuenta.

– ¿Podemos hablar de Will, por favor? -suplicó Lisa.

Jane la miró de hito en hito.

– Has dicho que no querías que te hablara de él.

– Está bien, admito que tengo curiosidad.

Jane no necesitaba que la empujaran mucho para hablar del tema. Llevaba seis días pensando en él y sentía que iba a explotar si no podía poner sus pensamientos en palabras.

– Estaba diferente -dijo-. Guapo y sexy. Y respetable. Llevaba un traje que le hacía los hombros muy anchos, y el pelo más corto. Pero parecía tan seguro de sí mismo y tan encantador como siempre.

– ¿Qué te dijo?

– No lo recuerdo. En cuanto me tocó, me… me puse nerviosa. Me invitó a tomar un café, luego a cenar y después a comer. Y yo le dije que no y me marché antes de que empezara a babear.

– Lo rechazaste.

– Sí. Y no sólo entonces. Esta semana me ha llamado tres veces para invitarme a salir. Pero soy fuerte; he decidido que salir con él sería un gran error. y estoy dispuesta a no volverlo a ver. Fue un encuentro casual y ya ha pasado.

– ¿Y todavía hace que te suden las manos y se te acelere el corazón? -musitó Lisa.

– No -repuso Jane-. Bueno, un poco. Pero ya no soy la chica tonta que llenaba sus diarios con fantasías sobre él y no podía dormir pensando en él. Ya no -mintió-. Además, tengo un novio.

– ¿Te refieres a David?

– Sí. El mes pasado tuvimos dos citas. Me llevó al teatro y la segunda vez al cine y a cenar. Es guapo, amable y educado. Un hombre en el que puedo confiar. Un hombre que no me partirá el corazón.

David Martin era un arquitecto que las había contratado para diseñar un jardín para una casa que construía él. Después de eso habían trabajado juntos en otros seis proyectos y Jane se había hecho amiga suya. Aunque él parecía conformarse con alguna cita ocasional, ella tenía la esperanza de que su relación avanzara a un nivel más íntimo que un beso de despedida en la mejilla.

– Yo sigo pensando que es gay -declaró Lisa.

– No lo es. Sólo viste bien y es muy educado. No todos los hombres que se cuidan son gays.

– ¿No te acuerdas de qué fue lo que os unió? Vuestro amor por Celine Dion y Audrey Hepburn.

– Tenemos intereses comunes. Es tierno, sensible y comprensivo. Y no como Will, que jamás vería dos películas seguidas de Audrey Hepburn.

– Y volvemos a Will -murmuró Lisa.

– Si tuviera que elegir entre los dos, elegiría a David sin dudarlo -le aseguró Jane.

Sonó la campana de la puerta y las dos se volvieron a ver entrar a un mensajero.

– Seguro que este hombre nos trae trabajo -murmuró Lisa-. O a lo mejor un sobre lleno de dinero.

– ¿Es usted Jane Singleton? -preguntó el mensajero.

Lisa señaló a su amiga.

– Es ella.

– Tengo que entregarle esto personalmente y cerciorarme de que lo lea.

Jane tomó el sobre.

– Personal y confidencial -leyó.

– ¿De quién es?

– No hay remite -rompió el sobre y sacó una fotocopia de un documento escrito a mano. En cuanto empezó a leerlo, reconoció la letra. Miró su firma al pie de la página-. ¡Oh, santo cielo!

– ¿Qué es? -preguntó Lisa.

Jane le tendió el contrato y leyó la carta que lo acompañaba.

– En el tema del contrato entre William A. McCaffrey y Jane Singleton, debemos discutir el cumplimiento de los términos lo antes posible. He fijado una reunión en mi despacho para mañana a las 10:00 de la mañana. Sinceramente, William McCaffrey, abogado en ejercicio.

– ¿Vamos a hacer su jardín? Vaya, Jane, estoy impresionada. ¿Has conseguido sacarle un contrato y evitarlo al mismo tiempo?