– Ya no soy aquella chica tonta -musitó.
– Y él no es el estudiante guapo que vive abajo. Imagínate esto. Te despiertas por la mañana, entras en el cuarto del baño y te lo encuentras saliendo de la ducha mojado y desnudo. O te levantas por la noche a por un vaso de agua y él está dormido en el sofá en calzoncillos con el pecho desnudo y brillando a la luz de la televisión. Sí, has madurado. Eres una mujer y él, un hombre. Y no me digas que no lo has imaginado desnudo y… excitado – Lisa se llevó una mano al corazón y suspiró-. La cercanía puede destruir hasta las resoluciones más firmes.
– Pero yo tengo un plan -dijo Jane.
– ¿Cuál? ¿Llevar una venda en los ojos y un cinturón de castidad durante tres meses?
– No. Me entregaré a mi papel de esposa y le demostraré que soy la última persona con la que quiere casarse. Tal vez ni siquiera necesite abogado. Después de tres meses, estará más que contento de enseñarme la puerta.
Lisa lanzó un gemido y se cubrió el rostro con las manos.
– Eso no funcionara. Te conozco y sé que serías una esposa excelente -se tumbó de espaldas en la cama y miró el techo-. Sabes cocinar y hornear y eres una buena decoradora. Hasta sabes hacer cortinas. No tengo dudas de que podrás preparar una cena para doce personas con sólo veinticuatro horas de aviso.
– ¿Ves? Todo el tiempo que pasó mi madre entrenándome sirvió para algo -se burló Jane. Se subió a la cama y cruzó las piernas ante sí-. Sé cómo ser la esposa perfecta, pero también sé cómo ser una mala esposa, un esposa horrible y gruñona que no cocina ni limpia y que cree que el rosa chillón es el mejor color para la decoración de interiores.
– ¿Qué? -Lisa frunció el ceño, pero no tardó en comprender lo que tramaba su amiga-. ¡Oh! -se sentó en la cama con una sonrisa-. ¡Oh, eso sí que es un plan!
Jane sonrió.
– Lo sé. Es sencillo y brillante, ¿verdad?
– Hazlo desgraciado y no tendrá más remedio que prescindir de ti. No sabía que fueras tan retorcida.
– Cree que me conoce, pero no es cierto. Seré una prometida infernal, la mujer que le haga la vida imposible. ¿Quieres que hagamos apuestas sobre el tiempo que tarda en echarme?
Lisa dejó de sonreír.
– Eso no es lo que me preocupa -contestó-. Me preocupa que, cuando veas lo que es vivir con Will McCaffrey, tú no quieras irte.
Will deambulaba delante de la puerta, con las manos en los bolsillos y la mirada clavada en el suelo. Esperar a que llegara Jane se había convertido en una agonía. Para pasar el tiempo, había decidido limpiar la casa, pero la tarea no había servido para tranquilizarlo.
Si alguien le hubiera dicho unas semanas atrás que le ocurriría aquello, se habría reído en su cara. Vivir con una mujer alteraría necesariamente sus costumbres, sin tener en cuenta lo que implicaba aceptar estar con la misma persona día tras día.
Sin embargo, estaba deseando tener cerca a Jane. Recordaba sus conversaciones del pasado, lo divertido que era hablar con ella, cómo valoraba sus consejos sensatos. Además, podía ser divertido discutir con ella. En los últimos días había percibido asomos de mal genio y sabía que era una mujer terca y… apasionada.
Apasionada y muy hermosa. Eso tampoco podía olvidarlo. No se cansaba nunca de mirarla. Su belleza no era obra de la química y la cirugía, era una belleza sencilla, natural, de las que mejoraban con el paso del tiempo.
Will estaba delante de la puerta cuando sonó el timbre de seguridad. Thurgood saltó desde el sofá de la sala, donde había estado durmiendo, y empezó a ladrar.
– Silencio -Will se secó las manos sudorosas en la camiseta y respiró hondo-. Y sé bueno con la señorita. No saltes sobre ella ni la chupes.
Hizo una pausa antes de abrir la puerta. Lo natural habría sido que sintiera más temor. Después de todo, la suya era una casa de soltero, cómoda y funcional, y ella querría hacer cambios.
– Por el rosa no pasamos -le dijo al perro-. Si trae algo rosa a esta casa, yo elevo una protesta formal y tú lo destrozas a mordiscos.
La casa tenía todo lo que un hombre podía desear: televisor de pantalla plana, una cadena de música de primera, una máquina de pesas y dos tumbonas de cuero. Y Will estaba dispuesto a añadir algunos toques femeninos… paños de cocina de colores, cortinas, algunos cojines…
– Que no se diga que no soy flexible – musitó.
Thurgood estaba sentado delante de la puerta y golpeaba el suelo con la cola.
El timbre volvió a sonar y Will abrió la puerta frontal. Jane estaba en el umbral con una maceta en la mano. Will la tomó y se hizo a un lado.
– Entra -dijo.
Dejó la palmera en el suelo y miró a la joven, que a pesar de ir vestida con vaqueros y un suéter y llevar el pelo recogido con un pañuelo, estaba extraordinariamente hermosa. Era increíble que hubiera cambiado tanto y siguiera pareciendo al mismo tiempo la chica de diecinueve años que había conocido.
Jane vaciló un momento antes de entrar. Thurgood se colocó ante ella, que lo miró nerviosa. Pero luego avanzó unos pasos y Will respiró aliviado.
– Te enseñaré esto -dijo-. Te presento a Thurgood.
– Es grande -musitó ella-. Muy… grande.
– ¿No te gustan los perros? ¿Nunca tuviste perro de pequeña?
– A mi madre no le gustaban los animales, decía que ensuciaban mucho. Yo tenía plantas -ella forzó un sonrisa y señaló la palmera-. Voy por el resto de mis cosas. Regina es sensible al frío y Anya está envuelta en plástico, pero seguro que sufre el efecto del shock.
– ¿Regina? ¿Anya?
– ¿No te acuerdas de ellas? Regina es una sedum morganíanum y Anya es una pellaea rotundifolia. Conocidas vulgarmente como cola de burro y helecho de botón.
Will le tomó la mano y la apretó con fuerza.
– ¿Sigues poniendo nombre a tus plantas?
– Son las mismas plantas.
Jane salió por la puerta y Will la siguió y bajó corriendo los escalones hasta la calle.
– Te ayudaré. Levantar peso es responsabilidad del marido.
– ¿Insinúas que no puedo llevar mis cosas?
– No. Sólo digo que será un placer hacerlo por ti.
– De acuerdo. Pero no quiero que me creas incapaz de llevar unas plantas y algunas cajas pesadas.
Will sonrió y se colocó delante para cortarle la retirada. Ella chocó con él, que la sujetó por la cintura.
– Creo que eres muy capaz de hacer todo lo que te propongas -por un instante pensó en besarla para romper la tensión, pero no quería espantarla antes de que se instalara en la casa. Tenía tres meses para conquistarla y podía ser paciente.
– Bien, vamos allá -murmuró ella.
Will asintió. Las plantas y las cajas estaban en la parte de atrás de una camioneta que llevaba el nombre de Windy City Gardens y que Jane había aparcado en doble fila delante de la casa. Will la ayudó a llevar todo hasta el vestíbulo y, cuando terminaron, la dejó entrar en casa y él llevó la camioneta a su garaje.
Cuando volvió, encontró a Jane en la cocina regando una planta que parecía algo marchita.
– ¿Se repondrá? -preguntó.
Jane se volvió a mirarlo con un sobresalto.
– Creo que sí. No es una buena época para mover plantas. Se acostumbran a un lugar y a veces se alteran cuando les cambias las condiciones de vida.
Will se colocó detrás de ella y miró la planta.
– ¿Quién es ésa? -preguntó.
– Sabrina. ¿No te acuerdas de ella?
– ¿De la universidad?
Jane asintió con la cabeza.
– Me la regalaste tú cuando te mecanografié un artículo para la revista de leyes. Es vieja, pero todavía está sana. Esta especie no es propensa a insectos o enfermedades y la he transplantado unas cuantas veces.