La oficina del Grupo A se parecía a la suya lo mismo que un mormón de esos que vienen desde Salt Lake City -no se sabe si a convertirnos o a vendernos un cursillo para triunfar en la vida- a otro mormón. Y Luis de Dios se parecía al comisario Manrique como el mormón anterior a su hermano gemelo, con la diferencia de que De Dios era más joven y afectuoso. Le estrechó con fuerza la mano, le palmeó repetidamente la espalda y por último le invitó a sentarse.
– Sí, hombre, Manuel Rojas, naturalmente que sé quién eres, aunque hasta ahora nunca hayamos coincidido. Estás en Homicidios, ¿verdad? Ése sí que es un buen trabajo. Cuando yo era pequeño quería ser poli para descubrir asesinos, como Hércules Poirot. ¿Has leído a Agatha Christie? Yo tengo todas sus novelas. La gente piensa que nosotros no leemos esa cosas porque estamos saturados. Paparruchas. De los únicos crímenes que disfrutamos es precisamente de los que son ficticios, aquellos que leemos en casa con la bata puesta, sentados en un confortable sofá junto a la chimenea, con el perro a nuestros pies y un vaso de buen whisky en la mano, ¿no estás de acuerdo? Pues claro que sí, hombre; mejor eso que tener que patearte la ciudad un día de lluvia, con ocho grados bajo cero, para detener a un tío que muchas veces no sabe ni sorberse los mocos solo. La verdad es que yo no tengo perro ni chimenea, pero lo demás lo disfruto a tope. Aunque ya sabes, yo propongo y el otro Dios dispone. -Se rió de su propio chiste, lo solía contar unas veinte veces al día-. Así que aquí me ves, zambullido de lleno en el mundo de la droga en vez de investigando asesinatos de calidad, como en la novela de John Le Carré. Los de Homicidios sí que vivís bien. Trabajo bonito y la fama para vosotros. Ojo, no te mosquees, la verdad es que me gusta ser estupa. Conoces gente muy interesante y encantadora -volvió a reírse- pero bueno, hombre, perdona que me enrolle así, es mi modo de ser, seguro que te estoy aturdiendo. Dime qué necesitas.
– Se trata del caso en que estoy trabajando. El posible asesinato de un periodista, Andoni Ferrer.
Ante las palabras «posible asesinato» y «Andoni Ferrer», De Dios reaccionó como lo que era: un buen policía. Aparentemente nada había cambiado en su actitud, pero en sus ojos Rojas adivinó que a partir de ese instante su interlocutor iba a olvidarse de la chachara superficial y de las estentóreas risotadas e iba a poner una extremada atención a sus palabras.
– Estoy en un callejón sin salida. Creo que ha habido asesinato, pero no veo el modo de demostrarlo. No se trata ya de encontrar al asesino, sino tan sólo de conseguir que se considere el hecho como asesinato y se me apoye en la investigación.
– Murió al tomar una dosis, ¿no? Podría ser perfectamente asesinato. Una jeringuilla puede ser un arma tan mortal como un hacha o una recortada.
– Sí, con la diferencia de que si encontramos algún día un tipo con un hacha incrustada en mitad del cráneo no habrá juez o comisario que se atreva a aventurar que ha sido un accidente.
– Ése es el problema por lo que veo. La jueza y Manrique creen que no hay asesinato, que lo que tienes entre manos es un accidente.
– Así es.
– ¿Y cuál es tu opinión?
– Al principio creía firmemente que se trataba de un asesinato, como ya te he comentado, pero no sé qué pensar, aunque continúo aferrado a esa idea. Es algo más instintivo que real. En el fondo, Manrique y la jueza tienen razón cuando alegan que no hay pruebas suficientes que avalen el inicio de una investigación, pero me resisto a abandonar, siento en las tripas que no debo abandonar, que ahí tiene que haber algo.
– Las tripas, como tú dices, el instinto, no lo es todo en un policía, incluso a veces puede llevar a resultados erróneos, pero tampoco es desdeñable. Más de una vez en el grupo nos hemos dejado llevar por corazonadas y hemos acertado, aunque también ha habido algún que otro fracaso, sólo que de éstos no hablamos. Pero no estás aquí para oírme fanfarronear sobre nuestros éxitos. ¿En qué puedo ayudarte?
– Por lo que sabemos, Ferrer murió a consecuencia de una sobredosis aparentemente inyectada por él mismo en un estúpido intento de comprobar qué efectos tenía la heroína en su organismo para así ambientar mejor su reportaje sobre el mundo de la droga.
– Es una teoría perfectamente factible.
– Sí, no niego que pueda tener cierta lógica, aunque me siga pareciendo estúpido arriesgarse a jugar con estas cosas, pero ¿y si hubiera algo más? Quiero decir, está escribiendo un reportaje sobre las drogas y aparece muerto. No puede ser una fatal coincidencia o un accidente desgraciado. Tiene que haber algo más y yo quiero saber en qué consiste ese algo más. Necesito saber qué tipo de reportaje estaba haciendo en realidad. Quizá tú puedas ayudarme con eso. Javier Moro me ha comentado que hace unos días Andoni Ferrer estuvo hablando contigo, que te hizo una entrevista.
De Dios miró fijamente a Rojas, intentando penetrar en su interior, queriendo averiguar si había un doble sentido en sus palabras, con esa paranoia que a veces les entra a los policías y les hace desconfiar de todo el mundo. Él sabía que Rojas era un poli honrado, pero no estaba seguro de que Rojas pensara lo mismo acerca de él, trabajando en Estupefacientes. Cuando se es jefe de un grupo antinarcóticos en una época de abundantes escándalos por actuaciones de grupos mafiosos policiales, se establece una doble paranoia. Los ciudadanos desconfían de sus guardianes del orden y éstos se muestran sumamente irritables ante ciertas actitudes de los ciudadanos -o de colegas suyos, como en este caso-, que en otros momentos pudieran considerarse normales e inocentes. En breves segundos dictaminó que podía confiar en Rojas.
– Sí, estuve hablando con él hará unos quince días, aunque no fue una entrevista al uso, para ser publicada, sino una conversación para comentar ideas que él tenía, concretar aspectos técnicos, ese tipo de cosas. Buscaba más asesoramiento que declaraciones espectaculares o noticias.
– Y en el transcurso de esa charla, ¿surgió algo que pudiera estar relacionado con su muerte?
– No. Lamento decírtelo así, pero no hay nada que te pueda ayudar. Y no pienses que es una respuesta precipitada. Al enterarme de su muerte, aunque la investigación os correspondiera a los de Homicidios, intenté fijar mis recuerdos e impresiones por si os servían de algo, pero no encontré nada. Lo siento.
– ¿Qué opinas de la versión aceptada oficialmente? En tu entrevista con Ferrer, ¿sacaste también la misma impresión?
– Sí y no. Me explico. Eso es lo que a mí me contó Ferrer, lo que pasa es que no le creí.
– ¿Por qué no?
– En parte por ese órgano que hemos citado antes, por instinto. Andoni Ferrer era un periodista conocido como investigador, no hacía crónica social, aunque fuera la del submundo de los yonquis. No, no me lo creí. Por otra parte, consideraba totalmente lógico que en el supuesto de que estuviera investigando el tema, no me lo confesara. Sabía que no nos gustan los periodistas con ínfulas de detectives, en gran parte por envidia. -Sonrió al decir esto último-.¿Sabes que algunos de los escándalos más importantes de los últimos tiempos han sido resueltos, para vergüenza nuestra, por periodistas? Y tiene su explicación. Ellos están apoyados por unos directores y editores cuyo fin es, entre otros, por supuesto, vender más ejemplares, mientras que nosotros sufrimos la remora de unos comisarios y unos políticos contemporizadores que nos apremian para que metamos en el talego a pobres desgraciados sin oficio ni beneficio, pero no nos permiten que hinquemos el diente en los negocios de los amigos que suelen salir en las revistas del corazón. Por eso no nos gustan los periodistas, porque hacen el trabajo que nos correspondería hacer a nosotros dejándonos en evidencia. ¡Joder!, hoy me ha dado por filosofar, deben de ser los biorritmos. El asunto es que estaba seguro de que me mentía, aunque ahora tengo mis dudas.