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– ¿Te gustaba tu trabajo?

– ¿Cuál, el de ertzaina?

– Sí, a eso me refería.

– Sí, me gustaba. Tenía sus inconvenientes, pero si lo pienso detenidamente no me queda más remedio que reconocer que me gustaba; de todos modos, no sirve de nada pensar en ello; una de las condenas que recibí en la sentencia fue precisamente la de inhabilitación, así que no merece la pena pensar en lo que pudo haber sido y no fue.

– Lo sé, pero no quería hablarte de la posibilidad de que reingreses en la Ertzaintza, sino de que puedas utilizar de otra manera lo que aprendiste trabajando como policía.

– No entiendo.

– Me refiero a la posibilidad de que trabajes como detective, o investigador privado, si te gusta más esta palabra.

– ¿Trabajar como detective? La verdad es que si lo pienso a fondo la idea me atrae, pero no lo veo factible. No creo que me den nunca la licencia necesaria.

– Escúchame con atención. Sobre la cuestión de la licencia no hay nada que hacer por ahora, aunque no descarto que eso cambie en un futuro no muy lejano, pero te aseguro que no tiene gran importancia. Mira, este bufete se ocupa de un gran número de asuntos no sólo penales, sino civiles, mercantiles y laborales, y a menudo necesitamos recurrir a investigadores privados. ¿Te interesaría trabajar para nosotros?

– No lo entiendo, estoy seguro de que pueden pagar a las mejores agencias de detectives del país. ¿Qué tengo yo que pueda interesarles?

– Experiencia como policía e independencia. Antes has dicho que no posees licencia, y tienes razón, pero eso es un punto a tu favor. Los detectives con licencia suelen andar con miedo a perderla, cosa que no ocurre con los indocumentados.

– Suena como si me estuviera ofreciendo que me haga cargo de los asuntos sucios del bufete.

– No necesariamente, aunque entiendo tus suspicacias; quizá me haya explicado mal. Escucha, cuando te digo que trabajes para nosotros no te estoy ofreciendo un contrato laboral y una nómina, te estoy preguntando si estás dispuesto a aceptar los encargos que te hagamos, tanto directamente como en nombre de nuestros clientes. Se te pagaría por encargo efectuado y no tendrías una relación de dependencia directa en ningún caso. Ya te he dicho que no estarías en nómina, pero puedo asegurarte que tus ingresos serían continuos y generosos.

– Por lo que me está diciendo debo suponer que trabajaría sin red.

– Oficialmente no tendrás nada que ver con nosotros, pero extraoficialmente te apoyaríamos, si fuese necesario, con toda nuestra influencia, y tú ya sabes que éste es uno de los bufetes más importantes de Bilbao. ¿Qué me dices?

– ¿Cuánto tiempo tengo para decidirme?

– No hay tiempo, tengo a un posible cliente esperando en el despacho de al lado si decides aceptar nuestra oferta.

– ¿Significa eso que tengo que aceptar todos los trabajos que se me ofrezcan?

– No necesariamente. Algunos sí, algunos tendrías que aceptarlos sin poner ninguna pega, aquellos que sean de interés directo para el bufete, pero los demás, aquellos en los que actuamos como meros intermediarios de clientes que necesitan un detective para algún asunto personal, ésos eres libre de rechazarlos. Concretamente, el cliente del que te he hablado te necesita para un asunto personal, pero te recomiendo que aceptes. Te pagará bien y empezará de algún modo tu colaboración con nosotros. Tú decides.

– En los largos ratos que pasaba a solas en mi celda nunca pensé que acabaría trabajando como detective, pero qué demonios, he hecho tantas cosas que nunca creí que haría, que por probar una más no va a pasar nada. Hablaré con su cliente.

El abogado le acompañó hasta una espaciosa sala de reuniones donde los esperaba, sentado junto a la cabecera de una mesa tallada en roble capaz de albergar un cónclave cardenalicio y hojeando con cara de aburrimiento un periódico de color salmón, el cliente del que le había hablado.

– Carlos -dijo el abogado nada más llegar-, éste es Iñaki Artetxe, el hombre del que te he hablado. Iñaki, Carlos Arróniz, cliente y amigo, y confío en que, dentro de poco, también cliente tuyo. Bueno, os dejo para que podáis hablar con más tranquilidad. Si queréis algo no tenéis más que llamar por ese timbre -dijo señalando uno que se encontraba disimulado junto al interruptor de la luz- e inmediatamente acudirá uno de los empleados para atenderos.

Cuando se quedaron a solas, Artetxe escudriñó durante unos segundos al hombre que acababa de estrecharle la mano. Al principio había esperado encontrarse con otro tipo de persona, por eso se sorprendió al verle. Sin ser un chiquillo, Carlos Arróniz era un hombre joven. Artetxe no le echaba más allá de treinta años. Debe de ser uno de esos, ¿cómo se llaman?, ah, sí, yuppies, pensó, aunque después de cinco años quizá esa palabra no estuviera ya de moda. Sí, tenía un aspecto juvenil, e incluso mientras le invitaba a tomar asiento en una cómoda silla que había junto a la mesa sonrió de un modo que le hacía parecer un veinteañero. Debe de ser el squash, pensó de nuevo Artetxe. Tendré que hacer caso a mi hermano Andoni y empezar a jugar también. Según parece, obra milagros.

– ¿Señor Artetxe? Encantado de conocerle. El señor Uribe me ha hablado muy bien de usted.

– Gracias, pero supongo que si le ha hablado de mí le habrá contado el motivo de que nos conociéramos. Fue mi abogado en el proceso que tuve por colaboración con banda armada y mientras he estado ingresado en prisión. Precisamente ayer mismo quedé en libertad.

– Lo sé, y no niego que me desconcertó al principio, pero el bufete del señor Uribe nos lleva representando, tanto a mi empresa como a mí personalmente, desde hace muchos años y confío en su buen criterio, así que cuando me dijo que usted era el hombre indicado no dudé ni un segundo en pedirle que concertara una cita.

– Me alegra que las cosas estén claras desde un principio, pero debo avisarle de que aún no me he comprometido a nada, salvo a aceptar reunirme con usted. Por otra parte, el propio señor Uribe me ha comentado que se trata de un asunto personal suyo, no relacionado con nada en lo que estén trabajando él o sus compañeros del bufete.

– Así es, pero por sus palabras deduzco que no le ha contado nada.

– En efecto.

– Casi mejor, porque de ese modo todo lo que tiene que saber lo conocerá de mi propia boca. Señor Artetxe, usted ha sido policía.

– Lo fui, pero me inhabilitaron para el ejercicio de la profesión; supongo que es una de las cosas que le habrá explicado el señor Uribe.

– Tiene usted razón, pero si le he preguntado eso no es por confirmar lo que me contó el abogado, sino por intentar centrarme desde el principio en lo que tengo que decirle. Quiero contratarle en calidad de detective; no, no hace falta que me diga nada -añadió Arróniz al observar que Iñaki Artetxe quería hablar-, ya sé que usted no tiene licencia para actuar como tal, pero eso no tiene para mí la menor importancia. El señor Uribe me ha explicado que era usted muy bueno en lo suyo y que aún conserva la capacidad y los contactos suficientes para llevar a buen puerto una investigación; por eso he decidido contratarle.

– Me halagan sus palabras, pero cinco años son muchos años; el tiempo no pasa en balde.

– En ese caso piense que le estoy dando la oportunidad de recuperar ese tiempo perdido, y hay algo más. Le ofrezco dos millones de pesetas, uno que le pagaría en este instante y otro tras la realización del trabajo.

– ¿Dos millones? Usted está loco -dijo Artetxe removiéndose inquieto en su silla-; nadie tira el dinero de ese modo, y mucho menos para dárselo a alguien que acaba de salir de la cárcel, salvo que quiera matar a una persona. No me gustaría decepcionar al señor Uribe, pero me extraña que estuviera al tanto de esta oferta tan insólita.

– Por favor, le ruego que me conceda unos minutos de su tiempo. Es cierto que he empezado un tanto bruscamente, pero eso se debe a que no estoy acostumbrado a tratar estas situaciones. Puede ser descabellado ofrecerle dos millones de pesetas, pero dirijo una empresa y sé que las cosas, independientemente de su valor intrínseco, valen lo que una persona está dispuesta a pagar por ellas, y yo estoy dispuesto a pagarle ese dinero por hacer algo que ni es ilegal ni es imposible, pero que para mí es de vital importancia. ¿Por qué no me da una oportunidad y escucha con tranquilidad mi historia? Luego, si quiere irse y no volver más, en fin, lo lamentaría, pero está en su derecho.