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Mi horror a las mujeres reales que tienen sexo es el camino por el que he ido a tu encuentro. A las de la tierra, que para ser (…) tienen que soportar el peso movedizo de un hombre, ¿quién las puede amar sin que se le deshoje el amor en la antevisión del placer que sirve [413] al sexo […]? ¿Quién puede respetar a la Esposa sin tener que pensar que es una mujer en otra posición de cópula?… ¿Quién no se enoja de tener madre por haber sido tan vulgar en su origen, tan repulsivamente parido? Qué asco de nosotros no estimula [414] la idea del origen carnal de nuestra alma -de ese inquieto (…) corpóreo donde nuestra carne nace y, por bella que sea, se afea de origen y se nos nausea de nata.

Los idealistas falsos de la vida-real hacen versos a la Esposa, se arrodillan ante la idea de Madre… Su idealismo es una veste que tapa, no es un sueño que cree.

Pura sólo tú, Señora de los Sueños, que yo puedo concebir amante sin concebir mancha, porque eres irreal. A ti puedo concebirte madre, adorándolo, porque nunca te has manchado ni del horror de ser fecundada ni del horror de parir.

¿Cómo no adorarte si sólo tú eres adorable? ¿Cómo no amarte si sólo tú eres digna del amor?

Quién sabe si soñándote yo no te creo, real en otra realidad; si no serás mía allí, en un distinto y puro mundo donde sin cuerpo táctil nos amemos, con otra manera de abrazos y otras actitudes esenciales de posesión(es)? ¿Quién sabe, incluso, si no existirás ya y no te he creado ni te he visto apenas, con otra visión, interior y pura, en otro y perfecto mundo? ¿Quién sabe si mi soñarte no ha sido el encontrarte simplemente, si el amarte no ha sido el pensar-en-ti, si mi desprecio por la carne y mi propio asco del amor no han sido la oscura ansia con que, ignorándote, te esperaba, y la vaga aspiración con que, desconociéndote, te quería?

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[413] Lectura dudosa

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[414] Lectura dudosa. (En el original, «punge».)