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Un decorativismo interior se me acentúa como el modo superior y esclarecido de dar un destino a nuestra vida. Si mi vida pudiese ser vivida en paños de Arras del espíritu, yo no tendría abismos que lamentar.

Pertenezco a una generación -o más bien a una parte de generación- que ha perdido todo el respeto por el pasado y toda creencia o esperanza en el futuro. Vivimos por eso del presente con la gana y el hambre de quien no tiene otra casa [429]. Y, como es en nuestras sensaciones, y sobre todo en nuestros sueños, sólo sensaciones inútiles, donde encontramos un presente, que no recuerda ni al pasado ni al futuro, sonreímos a nuestra vida interior y nos desinteresamos con una somnolencia altiva de la realidad /cuantitativa/ de las cosas.

No somos tal vez muy diferentes de aquellos que, por la vida, sólo piensan en divertirse. Pero el sol de nuestra preocupación egoísta está en el ocaso, y es en colores de crepúsculo y contradicción como nuestro hedonismo se crea escrúpulos.

Convalecemos. En general, somos criaturas que no aprendemos ningún arte u oficio, ni siquiera el de disfrutar de la vida. Extraños a convivencias prolongadas, nos aburrimos en general de los mejores amigos después de estar con ellos media hora; sólo ansiamos verlos cuando pensamos en verlos, y las mejores horas en que los acompañamos son aquellas en que sólo soñamos que estamos con ellos. No sé si esto indica poca amistad. Por ventura no lo indica. Lo que es cierto es que las cosas que más amamos, o creemos amar, sólo tienen su pleno valor real cuando son simplemente soñadas.

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[429] Mantenemos la palabra «casa», que puede ser errata, pero proponemos su sustitución por «cosa».