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¡Ven a mi cariño, que no sufre mudanza; a mi amor, que nunca cesa! Bebe de mi copa, que no se agota, el néctar supremo que no enfada ni amarga, que no disgusta ni embriaga. ¡Contempla, desde la ventana de mi castillo, no el claro de luna y el mar, que son cosas bellas y por eso imperfectas, sino la noche vasta y maternal, el esplendor indiviso del abismo profundo!

En mis brazos olvidarás el propio camino doloroso que te ha traído a ellos. ¡Contra mi seno no sentirás ya el propio amor que hizo que lo buscases! Siéntate a mi lado, en mi trono, y eres para siempre el emperador indestronable del Misterio y del Graal, coexistes [440] con los dioses y con los destinos, en no ser nada, en no tener aquende y allende, en no precisar ni de lo que te falte, ni siquiera incluso de lo que te baste.

Seré tu esposa maternal, tu hermana gemela encontrada. Y casadas conmigo todas tus angustias, reservado a mí todo lo que en ti buscabas y no tenías, tú mismo te perderás en mi substancia mística, en mi existencia negada, en mi seno en el que los dioses se desvanecen. [»]

¡Señor Rey del Desapego y de la Renuncia, Imperador de la Muerte y del Naufragio, sueño vivo errando, fastuoso, entre las ruinas y los exilios [441] del mundo!

¡Señor Rey de la Desesperanza entre pompas, dueño doloroso de los palacios que no le satisfacen, maestro de los cortejos y de los aparatos que no consiguen apagar la vida!

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[440] Lectura dudosa.

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[441] «estradas» (caminos).