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Por las montaneras y por los valles y por las márgenes (…) de (…) pantanos, cazan cazadores el lobo y la corza (…) y el pato salvaje también. Odiémoslos, no porque matan [447], sino porque gozan (y nosotros no gozamos).

Sea la expresión de nuestro rostro una sonrisa pálida, como de alguien que va a llorar, una mirada vaga, como de alguien que no quiere ver, un desdén esparcido por todas las facciones, como de alguien que desprecia la vida y sólo la vive para tener que despreciarla.

Y sea nuestro desprecio para los que trabajan y luchan y nuestro odio para los que esperan y confían.

(Fin)

30 Viaje Nunca Hecho

Fue por culpa de un crepúsculo de vago otoño por lo que partí para ese viaje que nunca hice.

El cielo -imposiblemente me acuerdo- era de un resto cárdeno de oro triste, y la línea agónica de los montes, clara, tenía una aureola cuyos tonos de /muerte/ le penetraban, suavizadores, en la /astucia/ de su contorno. Desde la otra amurada del barco (hacía más frío y era más de noche sobre ese lado del toldo) el océano temblaba hasta donde el horizonte este se entristecía, y donde, poniendo penumbras de noche en la línea /líquida/ y oscura del mar extremo, un hálito de tiniebla flotaba como una niebla en un día de calor.

El mar, me acuerdo, tenía tonalidades de sombra, de mezcla con fugas onduladas de vaga luz -y era todo misterioso como una idea triste en un momento de alegría, profético no sé de qué.

Yo no partí de un puerto conocido. Ni sé hoy qué puerto era, porque todavía no he estado allí. Tampoco, igualmente, el propósito ritual de mi viaje era ir en demanda de puertos inexistentes -puertos que fuesen tan sólo el entrar-hacia-puertos; ensenadas olvidadas de ríos, estrechos entre ciudades irreprensiblemente irreales. Pensáis, sin duda, al leerme, que mis palabras son absurdas. Es que nunca habéis viajado como yo.

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[447] «caçam» (cazan).