– ¿Y después del jerez? ¿Qué pasará?
Lynley dejó de fingir.
– No lo sé, Helen. Tal vez me contarás tu viaje. Tal vez te hablaré de mi trabajo. Si se hace tarde, tal vez cocinaremos huevos revueltos, se nos quemarán y los tiraremos por la ventana. O tal vez pasaremos la noche juntos. No lo sé. Es lo único que se me ocurre. No lo sé.
Lady Helen vaciló. Miró a la sargento Havers y a su madre. El grupo de gente que las rodeaba iba disminuyendo. Lynley sabía que la joven deseaba acercarse a Barbara, sabía que él también debería estar entre aquel grupo, y no esperando a que la mujer amada le dijera algo, cualquier cosa, indicativo acerca del futuro. Se sentía irritado consigo mismo. Había colocado de nuevo a Helen en una situación insostenible. Su necesidad de saber, de conseguir una decisión instantánea, la apartaría de él una y otra vez.
– Oye, lo siento -dijo con brusquedad-. Lo dije sin pensar. Parece algo crónico en mí. ¿Lo dejamos correr y vamos a hablar con Barbara?
Lady Helen pareció aliviada.
– Sí, vamos.
Ella le cogió por el brazo y se encaminaron hacia el grupo congregado bajo el dosel de plástico.
– Tommy -dijo lady Helen al cabo de un momento, en tono pensativo-, soy terriblemente aficionada al jerez, ¿sabes? Siempre lo he sido.
– Lo sé, por eso había pensado…
– Lo que quiero decir es que sí. Probaré ese jerez. Me gustaría hacerlo esta noche.
Su vacilación había sido una llamada a la cautela. Lynley se negó a malinterpretar sus palabras.
– ¿Y después del jerez? -se limitó a preguntar.
– No lo sé. Es lo único que se me ocurre, como a ti. ¿Te conforma de momento?
No le conformaba. Nunca le conformaría. Sólo la certidumbre le satisfaría. Pero tardaría en llegar.
– Me conforma -mintió-. Por ahora.
Se reunieron con Deborah y St. James. Esperaron para hablar con Barbara. Lynley extrajo todo el placer que pudo de sentir la mano de Helen sobre su brazo. El contacto de sus hombros, la presencia de la joven a su lado, el sonido de su voz, le proporcionaron cierta satisfacción. No era todo cuanto deseaba de ella. Nunca sería suficiente. Pero sabía que, de momento, debía serla suficiente.
Elizabeth George
Los ingleses la llaman la reina Elizabeth.
Susan Elizabeth George nació el 26 de febrero de 1949 en Warren, Ohio. Sus padres eran Robert Edwin y Anne Rivelle George. Pasó su infancia en California del Norte y vive actualmente en Huntington Beach, cerca de Los Ángeles, apenas a un kilómetro del Pacífico. Se casó el 28 de mayo de 1971 con Ira Toibin, del que se divorció en noviembre de 1995.
Cursó sus estudios en California y después enseñó inglés clásico durante 13 años en diversos institutos de California. En 1981, fue nombrada Profesora del Año por el Departamento de Educación del condado de Orange. Ahora se ha consagrado plenamente a la escritura (sin embargo cada martes realiza en su casa un seminario de escritura para un pequeño grupo de estudiantes). Su anglofilia reivindicada, (de la que ella misma remonta su origen a un viaje de estudios a Inglaterra dedicado a Shakespeare, cuando era adolescente) ha dado lugar a 11 novelas que tienen como marco Gran Bretaña. Allí viaja regularmente (posee un piso en Londres) con el fin de rastrear las localizaciones necesarias para sus novelas y refinar su documentación con sus contactos de Scotland Yard.
Impregnada de la cultura inglesa, esta americana ha adquirido un conocimiento profundo de Inglaterra, cuya historia, civilización, cultura, costumbres… le son actualmente tan familiares como las de su país natal.
Elizabeth George llega a representar tan magníficamente el ambiente y color local “británico”, que la intriga puede desarrollarse tanto en el medio cerrado de las “escuelas privadas” ( Licenciado en Asesinato) como en el Londres bullicioso y multicultural de los años 90 ( Cenizas de Rencor).
Es igualmente brillante describiendo la sociedad contemporánea, que surge de la celda familiar ( El Padre Ausente), del mundo de los medios de comunicación y de la política ( La Justicia de los Inocentes), o incluso de la descripción de una comunidad étnica ( El Precio del Engaño).
Apasionada de la psicología (poseedora de un título en esta materia), dotada de un sentido agudo de la observación y de un fino espíritu de análisis, Elizabeth George sobresale también en el arte del retrato. Sus libros ponen en escena a una pareja que nos resultará muy conocida de ahora en adelante: el inspector Thomas Lynley, decimoctavo conde de Asherton y miembro destacado del Departamento de Investigación Criminal de Scotland Yard, y su fiel ayudante, la sargento Bárbara Havers, nacida de un seno humilde.
El modelo original del inspector Thomas Lynley se lo proporcionó Nigel Havers, noble y corredor en la película "Carros de Fuego". Le colocó a la sargento el apellido de "Havers" en memoria de este actor.
A Elizabeth George es reconocida en la actualidad como uno de los grandes autores de la literatura policíaca en los Estados Unidos, en Gran Bretaña y en numerosos países de Europa en los que ha publicado.