Era la pregunta obvia. Lynley no se sentía muy inclinado a responderla. La inquietud le afligió de nuevo. No quería descubrir la culpabilidad de John Corntel, pero aún menos deseaba descubrirla en el laboratorio.
La puerta se abrió y la sargento Havers entró. Llevaba un paraguas que no parecía haberla protegido mucho de la lluvia, porque su chaqueta exhibía grandes manchas húmedas sobre los hombros y la espalda, los pantalones estaban salpicados de agua y el cabello mojado se amoldaba a su cráneo como una gorra.
– Simon -saludó a St. James con un cabeceo antes de hablar a Lynley-. Estaba con los analistas de la policía de Horsham cuando les ordenaron que volvieran a Cissbury, así que me fui con ellos. Me pareció lo mejor en aquel momento.
– ¿Qué ha ocurrido?
Havers les relató brevemente el ataque sufrido por Jean Bonnamy, la sangre, el rastrillo y los estragos de su rostro, la fractura de cráneo, los desgarrones del cuello, el dedo que había perdido, seccionado por el rastrillo, el pánico de su padre que le produjo otra apoplejía de inmediato.
– Como ella tardaba en volver de coger leña para el fuego, el hombre marcó el número de emergencias. Fue lo único que se le ocurrió. Jean está en el hospital de Horsham. Seguía inconsciente cuando me marché.
– ¿Qué dicen los médicos?
Havers movió la mano de un lado a otro.
– Pende de un hilo, inspector. Tanto puede salvarse como no.
– Dios mío.
– Eso no es todo -dijo Havers.
Lynley la miró con fijeza y mordió el anzuelo.
– ¿Qué más?
– Vi su coche ahí fuera y entré en el patio a buscarle. Entré en el comedor. Todo el mundo hablaba de lo mismo. Chas Quilter ha desaparecido. Nadie le ha visto desde la una.
– Por lo visto, desapareció después de comer -dijo Havers, mientras alzaban los paraguas para protegerse de la lluvia. Se dirigían hacia la residencia Ion, adaptando su paso a la marcha más lenta de St. James-. Desde entonces no le ha visto nadie, al menos.
– ¿Quién le vio o habló con él por última vez?
– Brian Byrne, evidentemente. Justo después de la clase de química de la tarde. Chas le pidió que le comunicara a Emilia Bond que iba a la enfermería a buscar una aspirina. Después de la clase, Brian fue a la enfermería para saber cómo se encontraba Chas, pero no estaba allí.
– ¿Brian no dio la alarma, después de lo que le pasó a Matthew Whateley?
– Al parecer empleó las horas siguientes en buscar a Chas. Afirma que Chas estaba preocupado por problemas personales… Brian no sabe cuáles son o no lo quiere decir, y yo tengo mi propia opinión al respecto. En cualquier caso, se lanzó a la búsqueda sin contar con nadie más. No dijo a nadie que Chas había desaparecido hasta que todo el mundo se dio cuenta durante la cena. Yo supongo que le estaba protegiendo, a la espera de que apareciese.
– ¿Dónde vio a Chas por última vez? -preguntó St. James.
– Al salir del comedor. Brian ya se iba y Chas le estaba esperando en la escalera. Dijo que se sentía enfermo, y Brian afirma que tenía un aspecto fatal. De todos modos, también podría ser una pantalla para protegerle si ha huido y se ha metido en problemas. O de protegerse a sí mismo, a fin de cuentas. Si sospechaba que Chas se proponía huir, tendría que haberlo comunicado a un profesor.
– ¿Cuál ha sido la reacción de Lockwood? -preguntó Lynley.
Una violenta ráfaga de viento les azotó. La sargento Havers agarró el paraguas con fuerza.
– No supo que Chas había desaparecido hasta la hora de cenar, como todo el mundo.
– Y la junta de gobierno se reúne esta noche, un estudiante ha sido asesinado y un segundo ha desaparecido. Debe de ser un déjà vu de la peor especie para Lockwood.
– Estaba ensayando el papel de Salomé cuando le vi hace un momento. Quiere su cabeza en bandeja de plata, inspector. Ya sabe. De todos modos, no es un déjà vu. -Tuvo que alzar la voz para hacerse oír sobre la lluvia y el viento-. Las circunstancias son idénticas. Se utiliza la enfermería como excusa y luego se produce una desaparición, pero no me parece que esta circunstancia reproduzca la desaparición de Matthew Whateley. He hablado con Daphne.
Entraron en Ion por la puerta este, que les condujo a la sala de descanso. Agitaron sus paraguas, se quitaron los abrigos y los dejaron sobre el respaldo de varias butacas andrajosas. St. James encendió una lámpara. Lynley cerró la puerta que daba al pasillo. Havers se escurrió el agua del pelo y pataleó para calentar sus pies.
– Por lo visto, Daphne se topó de nuevo con Clive Pritchard anoche. Iba desde la biblioteca a Galatea cuando Clive salió de detrás de un árbol y le pegó un susto de muerte. Le dio un achuchón. Se apretó contra ella para que le notara bien el paquete. Lo mismo que le vimos hacer antes de la clase de alemán. Estaba muy dispuesta a hablar de él. -Havers sacudió la cabeza.
– Ella conocía la existencia de la cámara que hay encima de la habitación de secar la ropa, desde luego. No sabía en qué edificio se encuentra, pero sabía que la cámara existía. No es ningún secreto para los alumnos. Corre un cierto número de leyendas relacionadas con los viejos desvanes. Fantasmas, espíritus, monstruos y cosas que vagan por las noches. La mierda de siempre.
– Sin duda fomentada por la administración para evitar que los alumnos los buscaran -comentó St. James.
– Sin duda -replicó Havers-, sólo que en este caso no funcionó. A juzgar por lo que Daphne me contó, sólo hay un chico que ha utilizado la cámara de Calchus de forma regular durante los dos últimos años. El único problema es que no se trata de Clive Pritchard, aunque estoy segura de que Daphne habría preferido echarle el muerto encima a él.
– Si no es Clive, ¿quién es?
– Chas Quilter.
– Chas…
– El mismo. Admito que estaba preparada para oír que Clive era nuestro hombre, pero creo que también estaba preparada para saber que era Chas. Daphne aludió ayer a su hipocresía. Es lo único que dijo en aquel momento, pero ahora que Chas ha desaparecido, ha hablado hasta por los codos. Parece que se lo montaba con una pájara dos o tres veces a la semana, sobre todo durante el último trimestre del curso pasado. La chica ya no está en el colegio, y Daphne no supo decirme si Chas había encontrado una sustituta. En mi opinión, hay cantidad de damitas que se presentarían muy gustosas como voluntarias.
– ¿Incluyendo a Daphne?
– ¿Una mujer desdeñada? -Preguntó Havers-. No lo creo. Es una inadaptada, inspector. Sabe que Chas Quilter, o cualquier otro tío, no la mirará más de una vez. Combine esos dos hechos y ya tenemos a una chica, de esas en las que nadie se fija, que ve y oye más de lo que piensan los demás. Ya sabe a qué me refiero.
– ¿El tipo de persona delante de la cual la gente habla porque proyecta una apariencia de sumo desinterés? -preguntó St. James.
– Como un mueble. Sí, creo que sí. Daphne oye cosas. Ve cosas. Se las guarda.
– Nadie se ve libre de habladurías en un colegio como éste -dijo St. James a Lynley.
– Sobre todo si las habladurías se refieren al sexo -añadió Havers-. Los adolescentes tienen otros intereses, por supuesto, pero nada resulta más atractivo que el quién se está tirando a quién. Si Chas Quilter utilizaba esa cámara para tirarse a jovencitas durante el último trimestre, lo más lógico es imaginar que continúa haciéndolo. Y probablemente con mayor éxito, porque esta vez es el prefecto superior. Lo cual explica por qué los alumnos mayores no le tienen demasiada simpatía. Si no para de quebrantar las normas, no puede exigir a los demás que las cumplan.