Christine Feehan
Ligada al agua
1º Hermanas del corazón
Capítulo 1
Las llamas subían por las paredes para esparcirse a través del techo. Naranja. Rojo. Vivas. El fuego la estaba mirando directamente. Podía oírlo respirar. Se alzaba, siseando y escupiendo, la seguía mientras se arrastraba por el suelo. El humo se arremolinaba en la habitación, asfixiándola. Permaneció abajo y contuvo la respiración tanto como fue capaz. Todo mientras las ávidas llamas se estiraban a por ella con apetito voraz, lamiéndole la piel, abrasando y quemando, chamuscándole las puntas del pelo.
Pedazos de escombros llameantes caían del techo al suelo y el cristal se rompió. Una serie de pequeñas explosiones detonaron a través del cuarto como lámparas estallando por el calor intenso. Se arrastró hacia la única salida, la pequeña puerta del perro en la cocina. Detrás de ella, el fuego rugía como si estuviera enfurecido por su intento de escapar.
El fuego brillaba como un muro danzante. Su visión se estrechó hasta que las llamas se convirtieron en un monstruo gigante, estirándose con largos brazos y una cabeza horrorosa y retorcida, arrastrándose detrás de ella por el suelo, su lengua aterradora le lamía los pies desnudos. Gritó, pero el único sonido que surgió, fue una tos terrible que la ahogaba. Se giró para encarar al enemigo, sentía su malevolencia mientras las llamas se vertían sobre ella, tratando de consumirla, tratando de devorarla por completo. Su chillido, finalmente, atravesó la terrible pelota que le bloqueaba la garganta y chilló su terror con un gemido agudo. Intentó gritar, rogar por que el agua llegara a ella, porque la salvaran, porque la empaparan en líquido fresco y calmante. A lo lejos el chillido de las sirenas creció más y más fuerte. Se tiró de lado para evitar las llamas.
Rikki Sitmore aterrizó con fuerza en el suelo al lado de la cama. Yació allí, con el corazón palpitando desenfrenadamente, el terror latiendo por las venas, su mente luchando por asimilar el hecho de que sólo era una pesadilla. La misma pesadilla vieja y familiar. Ella estaba a salvo e ilesa, aunque todavía podía sentir el calor del fuego en la piel.
– Maldita sea. -Manoseó el radio despertador, los dedos golpearon ciegamente en busca del botón para parar la alarma que sonaba como la alarma de sus sueños. En el silencio resultante, pudo oír el sonido de agua contestando a su grito de socorro, y supo por experiencia que todos los grifos de la casa estarían abiertos.
Se forzó a incorporarse, gimiendo suavemente cuando su cuerpo protestó. Las articulaciones y músculos dolían, como si hubiera estado rígida durante horas.
Rikki se limpió la cara empapada en sudor con la mano, se arrastró hasta ponerse de pie y obligó a su cuerpo dolorido a caminar de cuarto en cuarto cerrando grifos. Al final, sólo quedaron el lavabo y la ducha de su cuarto de baño. Mientras atravesaba el dormitorio, encendió la radio y la emisora costera inundó el cuarto con música. Hoy necesitaba el mar. Su amado mar. Nada funcionaba mejor para calmar su mente cuando estaba demasiado cerca del pasado.
En el momento que cruzó el umbral del cuarto de baño, los refrescantes colores marinos la rodearon calmándola instantáneamente. La pizarra verde bajo los pies hacía juego con las tortugas marinas que nadaban por un océano de brillante azul en las paredes.
Siempre se duchaba de noche para lavarse la sal del mar, pero después de una pesadilla especialmente mala, el agua sobre la piel se sentía como un lavado curativo a través de su alma. El agua en la ducha ya corría, llamándola y dio un paso en el cubículo. Instantáneamente el agua la calmó, empapándola hasta los poros, refrescante, su talismán personal. Las gotas en la piel se sentían sensuales, casi la hipnotizaban con la perfección de su forma. Se perdió en la claridad e inmediatamente se distrajo, yendo a otra realidad, donde todo el caos desaparecía de su mente.
Las cosas que ordinariamente herían, sonidos, texturas, cosas diarias que otros daban por sentado eran apartadas con el sudor de sus pesadillas o con la sal del mar. Cuando estaba en el agua, estaba tan cerca de ser normal como jamás lo conseguiría y se deleitaba en la sensación. Como siempre, estaba perdida en la ducha, desapareciendo en el limpio y refrescante placer que le traía, hasta que, bruscamente el agua caliente se fue y la ducha se volvió fría como el hielo, asustándola y sacándola fuera del trance.
Una vez que pudo respirar sin ningún problema, se envolvió en una toalla y se arrastró dentro de sus pantalones de chándal sin mirar las cicatrices de las pantorrillas y pies. No necesitaba revivir esos momentos otra vez, aunque noche tras noche, el fuego regresara, mirándola, marcándola para morir.
Tiritó, subió el volumen de la radio para poder oírla a través de la casa y sacó su ordenador portátil, llevándolo por el pasillo a la cocina. El bendito café era la única respuesta a la idiotez. Comenzó a preparar el café mientras escuchaba la radio escupiendo las noticias locales. Se dejó caer en una silla, quedándose quieta, para concentrarse cuando llegó a la información del tiempo. Quería saber cómo se sentía su amante esta mañana. ¿Calmado? ¿Enojado? ¿Un poco tempestuoso? Se estiró mientras escuchaba. Mar tranquilo. Poco viento. ¿Un inesperado simulacro de tsunami?
No otra vez.
– Qué tontería -murmuró en voz alta, desplomándose con desánimo-. No necesitamos otro.
Habían tenido un tonto simulacro. Todos habían obedecido. ¿Cómo se había perdido ella que se había planificado otro en las noticias locales? Cuando realizaban simulacros de esta magnitud, siempre se anunciaban mucho. Por otra parte… Rikki se irguió, una sonrisa floreció en su cara. Quizá el simulacro de tsunami era la oportunidad que había estado esperando. Hoy era el maldito día perfecto para ir a trabajar. Con una advertencia de tsunami, nadie saldría al océano, tendría el mar para ella sola. Esta era la oportunidad perfecta para visitar su agujero submarino secreto y cosechar la pequeña fortuna en erizos de mar que había descubierto allí. Había encontrado el lugar hacia unas semanas, pero no quería zambullirse cuando otros podían estar por los alrededores para ver su tesoro oculto.
Rikki vertió una taza café y salió al porche delantero para disfrutar de ese primer sorbo aromático. Iba a hacer mucho dinero hoy. Quizá incluso suficiente dinero para devolver a las mujeres que la habían aceptado como parte de la familia, los gastos en que habían incurrido por ella. No tendría su amado barco si no fuera por ellas. Probablemente podría llenar el barco con sólo una hora de trabajo. Con suerte, la planta de procesamiento pensaría que los erizos eran tan buenos como ella pensaba y los pagaría a precio de oro.
Rikki echó una mirada a los árboles que brillaban a la luz temprana de la mañana. Los pájaros revoloteaban de rama en rama y pavos salvajes caminaban por el riachuelo distante donde había dispersado semillas para ellos. Un joven macho cabrío paseaba por la pradera, a corta distancia de su casa. Sentada allí, sorbiendo su café y mirando la fauna a su alrededor, todo comenzaba a asentarse, tanto en el cuerpo como en la mente.
Nunca se había imaginado que tendría alguna oportunidad en tal lugar, tal vida. Y nunca la hubiera tenido si no fuera por las cinco extrañas que habían entrado en su vida y la habían aceptado en las suyas. Habían cambiado su mundo para siempre.
Se lo debía todo. Sus "hermanas". No eran sus hermanas biológicas, pero ninguna hermana de sangre podía ser más cercana. Se llamaban a sí mismas hermanas del corazón y para Rikki, eso es exactamente lo que eran. Sus hermanas. Su familia. No tenía a nadie más y sabía que nunca lo tendría. Ellas poseían su lealtad implacable e inquebrantablemente.
Las cinco mujeres habían creído en ella cuando Rikki había perdido toda la fe en sí misma, cuando estava rota. La habían invitado a ser una de ellas, y aunque hubiera estado aterrorizada de llevar algo malvado con ella, había aceptado, porque era eso o morir. Esa única decisión fue la cosa más sencilla que jamás había hecho.