Выбрать главу

Capítulo 3

– Tengo que llevarte a mi camión, regresar y llevar la cosecha a la dársena de procesamiento. Alguien me habrá visto entrando, así que tenemos que darnos prisa.

La mujer se agachó sobre él, tratando de deslizar un brazo alrededor de su espalda. Lev le golpeó el brazo para alejarlo y la miró fijamente a los ojos, deseando que supiera que esto era asunto suyo.

– Si esto es una trampa, la mataré.

– Lo sé, tipo duro -respondió.

Había algo malo en su respuesta, en su voz, en esa mirada fija. Ella no le temía. Todos le temían. Le miraban y veían a un asesino. Ella se estiró a por él otra vez y él bloqueó el brazo. La exasperación cruzó su cara. Ni ira ni temor, sino la exasperación que uno podría sentir hacia un niño revoltoso. Ella se frotó el antebrazo.

– Escúchame, Lev. -Pronunció mal su nombre, pero le gustó el modo en que lo hizo rodar en la lengua-. Estamos a punto de tener compañía. Estoy intentando llevar tu lamentable culo al camión y sacarte fuera de la vista antes de que eso ocurra. Coopera conmigo o quédate aquí y permite que quienquiera que te esté cazando te dispare.

Él miró a esos ojos negros. Suaves, líquidos y sorprendentemente hermosos. ¿De dónde coño había salido ella? Era como una ninfa del mar, alzándose del océano para arrastrarlo fuera de la tumba acuática. Sacudió la cabeza ante esas puras tonterías. Él no leía cuentos de hadas y seguro como el infierno no creía en ellos y ella seguro como el infierno no hablaba como las princesas de los libros tampoco.

Asintió con la cabeza pero le hizo gestos para que fuera a su lado izquierdo, dejando libre la mano derecha. Era ambidextro, podía matar con igual precisión desde ambos lados, pero estaba débil y no iba a correr riesgos. Ella envolvió el brazo en torno a él y sorprendentemente, teniendo en cuenta cuán delgada estaba, la mujer era fuerte.

Las piernas de Lev eran como de goma, pero las forzó a moverse. Un pie delante del otro. Podía oírla respirar por el esfuerzo de soportar su considerable peso. Ella apenas le llegaba al hombro. Eso le hacía sentirse como menos que un hombre, inclinándose sobre ella de ese modo. Lo odiaba, odiaba la idea de estar tan indefenso que no tuviera elección. Murmuró para sí.

– ¿Estás jurando en ruso? -levantó la mirada mientras le ayudaba a llegar cerca del muele-. Pon las manos en el borde y por amor de Dios, no te caigas. Bajaré y te ayudaré en el muelle.

Pensaba que había estado jurando en silencio, no en voz alta. Eso sólo sirvió para recordarle que estaba muy ido. En realidad no estaba lo bastante golpeado para confiar en sí mismo. Agarró el borde, permitiendo que su mirada barriera el puerto. Estaba sorprendentemente vacío. Supo inmediatamente que no había estado aquí antes. Recordaba lugares, como mapas en la cabeza. Podía "ver" realmente cuadrículas, y una vez que había estado en algún lugar, el mapa se imprimía de forma indeleble en su mente. Por supuesto, no podía fiarse de su mente en este momento. Ni siquiera estaba absolutamente seguro de quien era, cuál de esas numerosas identidades era realmente la suya, o que se suponía que estaba haciendo.

La mujer subió al muelle y se estiró a por él. Había determinación en su cara y que Dios le ayudara… compasión. ¿Qué demonios era él? ¿Un perrito perdido? Mantuvo la cabeza baja, aunque no veía a nadie cerca ni poniendo atención. Ella caminó con él a un viejo camión mantenido, como su barco, en buenas condiciones. Apostaría a que si levantaba el capó, encontraría el motor brillando.

– Tengo que traer mi equipo y encargarme de la unidad. Si te llevo a casa y regreso, estaré haciendo algo extraordinario y alguien lo advertirá. Puedes tumbarte en el asiento mientras me ocupo de mi negocio. Permanece bajo la manta y fuera de la vista. La cosa es, que esto me va a llevar un poco de tiempo.

Trató de no parecer alarmado. Ya nadaba dentro y fuera de la realidad. Quería esconderse, salir de la vista, donde tenía una mejor oportunidad de reagruparse y sobrevivir.

– ¿Por qué tanto tiempo?

– Ellos levantarán las redes de mi barco, las pesarán y las pondrán en palés para que la carretilla las lleve al camión. Eso lleva tiempo, pero la mayor parte de los barcos no han salido así que no parece que tenga que esperar. Tendré que limpiar mi barco también. No puedo correr el riesgo de dejar espinas de erizos en la cubierta. Puedo blanquear mi equipo en casa.

Tenía sentido, pero todo lo que él quería hacer era cerrar los ojos y dormir. Necesitaba algún lugar seguro. Forzó un asentimiento.

– ¿Estás seguro que estarás bien? Puedo llevarte a un hospital…

– No. -Lo dijo firmemente-. Estaría muerto enseguida.

– ¿Estás seguro que alguien te busca?

Habían tratado de matarlo, ¿verdad? De otro modo, ella no habría tenido que arrastrarlo fuera del mar medio muerto. Se encogió de hombros y se concentró en entrar al camión sin caer de cabeza a sus pies.

Ella le ayudó a entrar y le entregó la manta. Él le agarró la mano, el pulgar trazó pautas circulares en medio de la palma.

– Díme tu nombre.

– Rikki. Rikki Sitmore. -Destelló una pequeña sonrisa-. Tengo apellido.

Él tuvo el impulso de sonreír. Había algo irresistible en ella. Quiso decirle que él tenía múltiples apellidos, pero se abstuvo.

– Trataré de darme prisa, pero tomará tiempo.

– Eso has dicho.

Rikki le hizo muecas, puso los ojos en blanco y cerró la puerta. Había razones por las qué ella no se acercaba a la gente, todos estaban locos. Le había sacado del mar, y si hubiera estado pensando en algo, le habría dejado allí. Ahora era su responsabilidad. Empujando las gafas de sol firmemente sobre su cara para que cubrieran su mirada directa, trepó a bordo del barco. Por alguna razón podía mirar directamente a Lev, y extrañamente, la manera en que le miraba no le había molestado como pasaba con la mayoría de las personas.

Encogiéndose de hombros, se empujó con el barco y se balanceó alrededor de los otros barcos atados a la dársena para llevar el suyo bajo la plataforma. El torno ya estaba en posición y Ralph bajó los ganchos para que ella conectara las redes a la escala.

– Has entrado temprano -dijo-. Acabo de llegar.

Ella se encogió de hombros.

– Nadie más salió hoy -dijo Ralph, garabateando en el papel y pegando el nombre del barco a los cajones blancos que llenó de erizos.

Rikki se sintió aliviada. Le gustaban los otros buzos y el pensamiento de esa monstruosa ola arrollándolos era aterrador.

– He visto que tenías compañía. ¿Algo malo?

Ella se tensó pero forzó un encogimiento de hombros casual.

– No -murmuró después de un largo silencio difícil. Los hombres estaban acostumbrados a sus respuestas tristes y raramente trataban de comprometerse con ella.

Se dio la vuelta rápidamente, dejándole que tratara con los cajones él mismo. Normalmente ella ayudaba, pero no quiso correr el riesgo de que le hiciera ninguna pregunta más. Condujo su barco de vuelta a su muelle y lo fregó meticulosamente como siempre hacía, perdiéndose en la tarea mientras el agua mecía al Sea Gypsy, meciéndole a ella suavemente. Se concentró completamente, no permitiendo nada en su mente excepto la pura sensación del barco, el cielo y las gaviotas rodeados por agua. Adoraba la manera en que las gotitas de agua brillaban en la cubierta como diamantes, los prismas de colores centelleantes, cada una hermosa y única. A veces, quedaba atrapada mirándolas durante largos espacios de tiempo. Tenía que forzar su mente a permanecer centrada en terminar lo más rápidamente posible, y tomaba disciplina no desaparecer en la rutina y fluir como hacía generalmente.

Cada red era guardada con cuidado, las mangas enrolladas del modo en que solía enrollarlas, un círculo flojo y preciso. Nadie jamás tocaba su equipo. No lo guardaban exactamente como se suponía que tenía que ir, lo cual era otra razón por la que no tenía un ayudante en su barco. Pero cómo podía explicarle a Blythe cuán incómodo era para ella, gente tocando sus cosas e intentando hacerlo bien, pero sólo volviéndola loca al no poner las cosas exactamente donde debían estar. Había una manera correcta y nadie parecía capaz de comprender eso.