Suspiró y se empujó las gafas a la nariz. Se había quedado en el barco tanto como era posible. El barco y el equipo estaban tan limpios como podía. Había inspeccionado el compresor de aire y las mangas, y ahora, si no había un cadáver en el asiento de su camión, tendría que encarar la música y hacer algo con él. Mejor el cadáver. Si ninguna de su familia estaba en casa, estaría pegada a él, y no tenía absolutamente ni idea de qué hacer con él porque nadie, nadie, entraba en su casa mientras se encontraba en ella.
Blythe era la única persona a la que dejaba entrar y no podía estar dentro mientras Blythe estuviera. Se empujó el pulgar en la boca y lo mordisqueó, frunciendo el entrecejo a medida que avanzaba de vuelta al camión. Se paró fuera durante un momento, respirando, armándose de valor para entrar en unos confines tan cerrados. Él estaba en su camión. Eso era casi tan malo como que estuviera en su casa. Comenzaba a desear no haberlo sacado nunca del agua.
Mordiéndose el labio con fuerza, abrió la puerta. Lev estalló fuera de la manta, envolviendo ambas manos alrededor de su cuello y sujetándole la cabeza al asiento. Ella no podía moverse, no podía respirar. La furia la sacudió antes que el pánico la dominara. Los dedos eran como alfileres de acero, cortándole el aire. Su mundo comenzó a volverse negro y pequeñas estrellas estallaron en su cerebro. De repente, él la dejó ir. Ella resbaló al suelo, tosiendo, agarrándose la garganta, jadeando desesperadamente en busca de aire.
Las gafas habían salido volando. Cuando, por fin, pudo respirar, le fulminó, se encontró con sus ojos. Él parecía más confuso que nunca, no arrepentido, confuso. Y maldito fuera, ella era la única sin ninguna gracia social, o por lo menos sabía lo bastante para saber que él debería estar sintiendo toneladas de remordimiento.
– Sal inmediatamente de mi camión -gruñó, estirándose para coger las gafas oscuras y empujárselas sobre la cara. Evitó frotar las marcas que sabía tendría en la garganta. Se sentía hinchada y apretada. Él podría haberla matado fácilmente. Reconoció que podría haberlo hecho en segundos. El conocimiento no la mantuvo menos enojada.
– Lo siento.
– Sal. Fuera.
En vez de obedecerle, retrocedió en el asiento para darle espacio. Ella se sentó en la tierra un momento, jurando.
– ¿Todo bien? -preguntó Ralph. Estaba en la plataforma, frunciendo el entrecejo, las manos en las caderas.
El color barrió por su cara, lo pudo sentir mientras trepaba para ponerse de pie. Ralph bizqueó, tratando de ver dentro del camión. Ella miró a Lev. Estaba encorvado, la cara oculta, la manta alrededor de él.
– Sólo me he resbalado en la grava -gritó y subió al camión. Arrancó el motor sin mirar a Lev y levantó una mano hacia Ralph antes de salir del parking. Contó hasta cien antes de mirar al pasajero silencioso.
– ¿Estás loco? Porque si lo estás, dilo. Te dejaré caer en cualquier sitio al quieras ir y se acabó.
– Dije que lo sentía. Fue un reflejo. -Tiritaba continuamente debajo de la manta.
– Un reflejo. Ya veo. Matar personas es un reflejo.
La miró entonces, los ojos azules penetrantes a través de las gafas de sol.
– No te he matado.
Ella bufó.
– Lo has intentado.
– Si lo hubiera intentado, estarías muerta.
– Esa son dos veces.
– Dije que lo sentía y lo siento. La cabeza me está palpitando y al parecer no puedo ver la diferencia entre lo que es verdadero y lo que es alucinación.
– Entonces vete al hospital.
– No. También podrías matarme tu misma.
Rikki suspiró.
– No me tientes. -Paró en la señal de stop en lo alto de la colina y dio golpecitos al volante mientras consideraba qué hacer. Él era inestable, ninguna cuestión sobre ello, y ella no era enfermera pero… Suspiró otra vez y giró a la derecha hacia Sea Haven.
La granja estaba situada fuera de la Carretera 1. El viaje a la propiedad estaba bordeado de árboles de todas clases, inmensos gigantes. Incluso secoyas. Adoraba las secoyas, eran tan majestuosas y regias. Pensaba en ellas como centinelas que protegían el camino a la granja. La doble puerta era recargada. Lissa la había hecho, soldando y retorciendo el hierro en una obra de arte. Todas la adoraban. Una vez que la puerta se abrió, condujo lentamente, cerciorándose de cerrarla detrás de ella. Se concentro completamente en los alrededores, bloqueando a Lev mientras entraba en la granja.
Conocía cada árbol y arbusto. Sabía dónde estaba todo y si algo había sido perturbado, y siempre ponía atención a los detalles. Blythe le había advertido que era paranoica, pero antes de entrar en casa, Rikki siempre caminaba alrededor, rodeándola en busca de signos de alguien cerca. Huellas. Hojas aplastadas. Latas de gas. Queroseno. Algo inflamable.
Condujo a la casa de Blythe primero. Era la primera elección de deshacerse de Lev. Él necesitaba alguien fuerte, Blythe era práctica y vería a través de él si mentía, por lo menos eso esperaba ella. En su mayor parte sólo quería deshacerse del hombre. Supo en el minuto que paró delante de la gran casa que Blythe no había vuelto.
– Maldita sea -siseó-. ¿Cuánto tiempo lleva casarse? ¿Cinco minutos?
– ¿Quieres casarte? -preguntó, confuso.
– No. Deja que piense. Iba a encontrar a alguien que podría cuidar de ti. Blythe o Lexi son las mejores en que puedo pensar, pero… -No quería a Lexi cerca de este extraño. Era demasiado joven.
– Quiero quedarme contigo.
Ella le echó un vistazo rápido y enojado.
– Bien, no puedes. Nadie entra en mi casa. No me gusta.
Sus dientes castañetearon.
– Sólo un ratito, hasta que pueda averiguar qué está pasando. Ni siquiera sé mi propio nombre con toda seguridad.
¿Qué elección tenía ella? No había hecho ni una cosa bien todavía. ¿Pero cómo iba a arreglárselas al tener a alguien en su casa? ¿Su santuario? Ni siquiera sabía si era peligroso, pero adivinó que probablemente lo era. Si ella iba a provocar incendios, los comenzaría en sueños, cuando estaba bajo estrés. Tener a este extranjero en su casa sería definitivamente estresante.
– No sé qué hacer. -Por primera vez, comenzaba realmente a tener miedo-. Quizá podría calentarte. Puedes esperar a Blythe en mi casa.
– ¿Quién es Blythe?
– Mi hermana. Algo así. Es complicado.
Condujo a casa, mirando el camino, buscando vestigios de neumáticos.
– Quédate aquí -ordenó cuando aparcó el camión y saltó. Vaciló con la puerta abierta-. Si me pones una mano encima cuando regrese, asegúrate de matarme, porque no sobrevivirás si no lo haces.
Lev vio como apretaba la boca en una línea de advertencia. Pensó que parecía más tentadora que peligrosa. Le fascinaba. Ella no había chillado, ni una vez. No había reaccionado de ninguna de las maneras en que una mujer a solas con un asesino debería haber actuado.
– Quítate las gafas.
Ella retrocedió.
– ¿Por qué?
– Quiero verte los ojos.
– Estás realmente loco. -Comenzó a alejarse.
– Rikki.
Era la primera vez que la llamaba por su nombre y tensó los hombros. Giró la cabeza y le miró por encima del hombro.
– Necesito ver tus ojos. Tus ojos… me tocan.
Ella se humedeció el labio inferior con la lengua. Frunció el entrecejo, pero levantó la mano a las gafas, curvando allí los dedos durante un segundo mientras decidía si darle el gusto o no. Él se encontró conteniendo el aliento. Ella se quitó las gafas y él pudo respirar otra vez. Se encontró allí, en las profundidades insondables de esos ojos. El mar más profundo había vuelto a la vida y le miraba. Le encontraba. Le salvaba. Algo roto en su cabeza se arreglaba. Respiró hondo y asintió.