Выбрать главу

Ella se puso las gafas de vuelta sobre la nariz y se alejó. Él no apartó los ojos mientras ella buscaba en el suelo que rodeaba su casa. Buscaba algo y era meticulosa con su inspección. Tenía un pequeño porche en el frente de su casa, y como su barco y el camión, estaba inmaculado. Se agachó y escudriñó la tierra cerca de una manga. La manga estaba envuelta alrededor de un cilindro muy pulcramente y había obviamente mucha manga, pero él no pudo distinguir ni una arruga en ella.

Desapareció en la esquina de la casa y él empujó la puerta para abrirla inmediatamente, su corazón se contrajo hasta que dolió. Por un momento tuvo miedo de que se parara. Había dolido de ese modo justo antes de que se le parara. Recordó el momento vívidamente. Había estado ahogándose en esos ojos, controlando el dolor, tan conectado que fue parte de ella, viviendo y respirando, y entonces ella había mirado hacia las profundidades oscuras, rompiendo el contacto. Inmediatamente el dolor había golpeado, violento y brutal, y el pecho se le apretó hasta que pensó que estallaría, y luego se hundió en la oscuridad. Vacío. Un vacío, frío, oscuro y despiadado.

No le gustaba perderla de vista, no cuando era su salvación, y eso no tenía sentido para él. Nada tenía sentido. Trató de dar unos pocos pasos cautelosos y tuvo que agarrarse a la puerta. El suelo se inclinó y el estómago dio bandazos.

– ¿Qué estás haciendo? ¿No te dije que esperaras?

Otra vez tuvo esa reacción extraña ante su tono irascible y quiso sonreír. No podía sacudir la cabeza porque quizás estallaría y si contestaba, vomitaría. Mantuvo los dientes apretados y se estiró ciegamente a por ella. Ella dio un paso hacia él y tomó su peso. Los dos casi se cayeron al suelo antes de que él lograra estabilizarse, utilizándola como muleta. Ella siseó y él esperó no haberle hecho daño. Rikki envolvió el brazo en torno a su cintura, murmurando para sí mientras caminaba hacia la puerta.

Otra vez tuvo el impulso de reír, lo cual era una locura cuando cada paso le ponía más enfermo. El suelo giró y unos pequeños cohetes le estallaron detrás de los ojos. Ella comenzó a temblar y a caminar más lentamente, reacia, cuando ganaron el porche.

– Quizá deberías sentarte en la silla aquí y descansar -sugirió ella.

– Tengo que acostarme. -Era verdad. E iba a tener que ser pronto.

Le oyó rechinar los dientes. Le sostuvo contra ella y desatrancó su puerta, la abrió de un empujón y lo llevó adentro. Él sintió su estremecimiento y procuró quitarle algo de peso, pero las piernas se convirtieron en goma. Rikki le mantuvo derecho con una fuerza sorprendente.

– Unos pocos pasos más y estarás en el dormitorio. Te tumbaré e intentaré quitarte la ropa mojada.

Sonó desapasionada, como si él no fuera un hombre. No pareció avergonzada por el pensamiento de quitarle la ropa, pero era un buzo y él sabía que ellos a menudo tenían que desnudarse con otros buzos a su alrededor. No le importaba que no estuviera avergonzada, pero le molestaba vagamente que no le viera como un hombre. Con su cabeza palpitando con tanta fuerza y el pecho tan tenso, no estaba seguro de nada, así que desechó la idea como idiota.

En el momento que se estiró en la cama, cerró los ojos y la dejó hacer. Ella encontró el cuchillo en una bota y el arma oculta en la otra. Había otro cuchillo atado a la pierna. Otra arma en el cinturón. Una tercera en el arnés. Otro cuchillo y tres pequeños puñales en lazos en su cinturón. Ella no dijo ni una palabra pero su respiración cambió. Inhaló varias veces bruscamente. Eso le hizo querer sonreír también. Encontró sus estrellas arrojadizas y dos cuchillos de lanzar, pero no vio los garrotes cosidos en su ropa.

– ¿Qué eres? ¿Alguna clase de asesino?

Él no contestó. Ella estaba tirándole de la ropa y supo el instante en que le vio como un hombre. Las manos se le paralizaron e hizo un simple sonido, una nota baja que él no pudo interpretar exactamente. Abrió los ojos y atrapó su mirada, los ojos enormes y hermosos, las pestañas abanicaban los pómulos salientes. Ella alzó la mirada y él sintió una sacudida física.

Ella carraspeó y tiró de sus vaqueros.

– Levanta.

Fue más difícil de lo pensó que sería. Su energía se había ido y su cuerpo se sentía como plomo. No podía controlar las continuas sacudidas. Ella tiró las ropas y le envolvió en mantas, encerrándole en un capullo cálido. Él encontró interesante que ella no dijera ni una palabra acerca de las numerosas cicatrices de su cuerpo.

Cuando se giró, le agarró la mano y esperó hasta que le miró.

– Necesito mis armas. Por si acaso.

– No me dispararás. O me apuñalaras. O me tiraras uno de esos chismes.

– No.

Ella bufó.

– ¿Cómo lo sabrías? No sabes lo que estás haciendo la mitad del tiempo.

– Tranquila.

Ella suspiró y empezó amontonar armas en la cama al lado de la almohada.

– Bien. Pero estaré realmente cabreada si tratas de matarme otra vez. Me quita años.

Él frunció el entrecejo mientras la miraba recoger la ropa y la manta húmeda que había sacado del barco. Ella no tenía ni un gramo de supervivencia. Él era un extraño. Ella tenía marcas de sus dedos en el cuello. Le había puesto un cuchillo en la garganta. Aún así, le había devuelto sus armas y le había dado la espalda como si fuera de poca importancia para ella. No tenía miedo de él, aunque Lev tenía la impresión de que tenía miedo de algo, quizá no temor exactamente, pero estaba preocupada o ansiosa.

La miró con ojos entrecerrados, manteniendo su respiración regular así que ella le descartó y llevó las ropas al cuarto de la ropa sucia. La oía pero no podía verla mientras ponía en marcha la lavadora. Entonces regresó, limpiando meticulosamente el piso de madera hasta que brilló. Debía haber calentado algunas mantas porque le quitó la manta y remetió dos más a su alrededor, todavía murmurando para sí.

Lev estaba ya lejos y confundido, porque comenzaba a encontrar ese hábito bastante adorable. Siempre que permaneciera concentrado en ella, no pensaba en el dolor o en qué demonios le había sucedido. O en quien le quería muerto. O a quien se suponía que tenía que matar. No la quería fuera de su vista. Se movía con una callada eficiencia que le recordó el modo en que el agua fluía. Ella ponía atención a los detalles y advirtió que inspeccionaba las ventanas del cuarto. Una vez pasó el dedo por el saliente y murmuró un poco para sí misma.

Dejó el cuarto y volvió con una taza de agua. Él pudo ver como el vapor se elevaba cuando se agachó sobre él.

– Si bebes esto, te ayudará a calentarte. Tengo que limpiarte la herida de la cabeza. Todavía sangras y es un desastre. -Deslizó el brazo bajo él y le ayudó a medio levantarse, permitiendo que tomara unos pequeños sorbos del agua caliente antes de reclinarle otra vez.

– Gracias.

Ella le miró con sus enormes ojos negros.

– Eres un desastre. Realmente deberías estar en el hospital.

Lev tenía la sensación de que ella le quería en el hospital, no porque pensara que podría morir sino porque le quería fuera de su casa, fuera de su cama.

– No puedo.

Ella le frunció el entrecejo y se frotó el puente de la nariz.

– ¿Eres malditamente terco, verdad?

Él pensó que eso era evidente y no merecía la pena contestar, así que se permitió desaparecer en sus ojos. Tenía hermosos ojos. Adoraba como de líquidos y suaves eran. Ella comenzó a alejarse y le agarró del brazo.

– No te vayas.

– No me gusta que la gente me toque.

Debería haberla soltado, pero en su lugar frotó las yemas de los dedos por el brazo desnudo. Su camisa estaba medio abotonada, y estuvo tentado de acariciarle el vientre plano sólo para conocer su textura.