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Impersonal. Repitió la palabra en silencio una y otra vez. Ella habría hecho lo mismo por cualquiera que necesitara ayuda. Tendría que matar a cualquier hombre al que tocara de esta manera. Su cuerpo debería haber estado relajado, no preparado para tomar posesión del de ella. Era agudamente consciente de cada movimiento. De su respiración. Del balanceo del cabello. El latido del corazón. Las manos se movían sobre sus músculos, apretando hondo, acariciando y deslizándose. Sabía que estaba enteramente centrada en lo que hacía, no en él, y que Dios les ayudara a ambos, quería que le notara a él.

Necesitaba que le viera como un hombre, no algún condenado proyecto de mascota. O peor. Quizá estaba atrapada en el modo en que las gotas de aceite caían sobre su piel del mismo modo en que parecía estar enteramente concentrada en el agua.

Reunió su fuerza, empujó el dolor al fondo de su mente y cambió el peso, aliviando la monstruosa erección que ella no podía dejar de advertir. A ella le tomó un momento alzar la mirada de las pantorrillas que masajeaba. Detuvo las manos bruscamente y la oyó inhalar sorprendida. Él se dio la vuelta, necesitando verle la cara, los ojos.

Ella se empujó para alejarse y abrió los ojos de par en par, las largas pestañas velaron su expresión. Cuando fue a alejarse, levantó las manos, con las palmas hacia fuera, defensivamente, como si le estuviera advirtiendo que se alejara. Los instintos largamente enterrados y quizá incluso desconocidos tomaron el control. Él agitó la mano, empujando aire hacia la palma izquierda. Las chispas bailaron entre ellos, plata y oro, como luciérnagas diminutas. Ella gritó y se sostuvo la mano, ese ceño pequeño atrajo la atención de Lev a la suave boca.

– Déjame ver.

– ¿Qué has hecho?

– No lo sé. Déjame ver.

Su mirada cayó a la pesada erección y los ojos se volvieron tempestuosos.

– Aleja eso.

Allí estaba otra vez, ese impulso de sonreír.

– No es un arma. Y tú lo pones allí. Tú lo quitas.

– Bien, hemos averiguado una cosa sobre ti, ¿no? -Agarró la manta con fuerza y la lanzó sobre él, cubriendo la pesada erección-. No has tenido sexo en mucho tiempo.

Estaba tan cerca que él le atrapó la muñeca y le giró la palma herida, atrayendo la mano más cerca para inspeccionarla. Dos marcas débiles, unos círculos que se entrelazaban uno con el otro. Presionó la yema del pulgar sobre las marcas y frotó en un movimiento circular.

– Si crees que te he traído a casa para que puedas tener sexo, has escogido a la persona equivocada. Yo no hago ese tipo de cosa con cualquiera.

Los dedos se tensaron en torno a la mano.

– Me alegro de oír eso. -Movió el pulgar y los círculos se desvanecieron, dejando sólo una rojez débil. En vez de remordimiento por marcarla, sintió una extraña satisfacción. La soltó y dejó que sus ojos se cerraran. El masaje había sacado los últimos vestigios de frío de sus huesos y le había dejado agotado.

– Habla conmigo desde la puerta cuando debas despertarme. Asegúrate que estoy alerta antes de entrar.

– ¿Qué sucedió con ”estás a salvo”? -preguntó en voz alta y enviándole otro ceño, salió a zancadas, dejándole dormir.

Capítulo 4

Sus hermanas tenían que volver pronto a casa. Rikki caminaba de un lado a otro en el porche delantero. ¿Cuánto tiempo duraba una recepción de todos modos? ¿Iban a estar bailando toda la noche? Se frotó la palma que picaba en el muslo y luego la apretó con fuerza contra la tripa. ¿Qué demonios la había poseído para traer a alguien a casa y meterle dentro? Debía haber estado loca. Nadie permanecía en su casa. No podía quedarse aquí dentro con él. Tenía que sentarse fuera y deseaba tener un café. No iba a entrar a hacerse uno tampoco.

Se metió el pulgar en la boca y lo mordisqueó. ¿Y qué si él necesitaba algo? ¿Qué si gruñía? En su cama. Ajjjj. Las repercusiones de su tonta decisión eran abrumadoras. Era un completo extraño y más probablemente un maniaco homicida, a juzgar por sus armas y sus reflejos. Caminó de un lado para otro, resoplando de furia y murmurando entre dientes maldiciones y amenazas contra él.

No era ni siquiera seguro tenerlo en casa. Si Blythe y las otras tenían razón y ella no era una sociópata, entonces alguien trataba de matarla y a cualquiera que viviera con ella. O, ella odiaba tanto a la gente cercana que trataba de matarlos quemándolos vivos y luego no lo recordaba. De cualquier manera, no era un buen escenario.

Se dio la vuelta y fulminó la puerta. No podía entrar en su propia casa. Un hombre. Un hombre con una muy grande… Enterró la cara en las manos. ¿Por qué tenía ella que pensar en esa parte de su anatomía? Debería estar pensando en lo loco que estaba, en sus cicatrices y cómo las había conseguido, o en sus armas y lo que eso significaba.

Había pensado en él desnudo mientras se duchaba y se lavaba la cabeza. Su cuerpo había reaccionado ante su recuerdo. Había sentido como comenzaba el rubor en la tripa y le subía por el cuello. Unos dedos de conocimiento se arrastraron por su espina dorsal y sintió un hormigueo sobre los muslos. Su matriz latió con necesidad. Su amada agua, en vez de envolverla como una manta y consolarla, se había sentido sensual en la piel.

Había enjuagado meticulosamente su traje de neopreno y lo había colgado, fregando el cuarto de baño y la ducha después de usarla, y luego puso la ropa en la secadora. Había caminado por el salón de un lado a otro mientras las paredes se acercaban cada vez más y sus pulmones no podían conseguir suficiente aire. Para escapar al conocimiento de él desnudo en su cama, había huido de su propia casa desesperada.

Se apretó la palma de la mano contra la frente. ¿En qué demonios había estado pensando al traerle a su casa? Nadie entraba en su casa, eso no pasaba. Bien, Blythe lo hacía, para conseguir su café, pero siempre, siempre lo bebía en el porche. Nunca corría riesgos. No con las mujeres que habían creído en ella, que le habían ofrecido una familia, que la querían a pesar de todos sus defectos.

Se mordió el pulgar. ¿Dónde estaban? ¿Por qué no estaban en casa? Blythe tenía que volver a casa y salvarla de su propia estupidez. Quería a Lev fuera de su casa ahora. El ir y venir duró horas. Finalmente se dio cuenta de que tenía que ir a comprobarlo. No había nada más en ello. Si tenía suerte, estaría muerto ya y entonces no tendría más que resolver cómo sacarle. Quizá le tirara de vuelta al mar.

Sintiéndose un poco regocijada con ese pensamiento, cuadró los hombros, echó un largo vistazo alrededor y se armó de valor para volver adentro. En el momento que entró en la casa, sintió su presencia. Parecía llenar cada cuarto. La casa olía al aceite de Lexi, un débil olor a almendras y limón. Rikki se frotó el puente de la nariz y después de un momento de indecisión desechó las gafas de sol. La casa estaba a oscuras y él probablemente estaba dormido. Sabía que llevaba las gafas como una armadura y para evitar que los demás se sintieran incómodos con su mirada directa. La manera en que él la miraba a los ojos…

Resopló con furia y se movió tan en silencio como fue posible hacia la puerta del dormitorio. Él ocupaba toda la cama. Su respiración era uniforme, pero de algún modo, supo que fue instantáneamente consciente de su presencia. Como un depredador. La intranquilidad que crecía dentro de ella estalló en una pelota inmensa de bilis. Iba a tener que quedarse con él. Aquí. En su casa. Esa era la consecuencia de su estupidez.

No se atrevía a entregárselo a una de sus hermanas, ni siquiera a Blythe. Era demasiado peligroso. Apretó las puntas de los dedos sobre las sienes. ¿Qué estaba mal en ella? Realmente no tenía instintos de supervivencia como las otras personas. Aunque sus "hermanas" le tomaran el pelo con que era paranoica, actuaba sin pensar en las cosas. Este hombre nunca podría ir a la casa de Blythe con sus armas y sus reflejos. Rikki era responsable de él, no las otras. Tenía que proteger a las otras.