– El temor huele.
El corazón de Rikki saltó.
– Si piensas que tengo miedo de ti, te equivocas -contestó ella-. No tengo gente en mi casa y pensé que podía pedirle a una de las otras que tratara contigo pero me di cuenta de que no puedo hacerles eso.
– Así que estás pegada a mí.
– Algo así.
Supo que sonaba malhumorada y menos que amable, pero él había irrumpido en su mundo. Su hogar era su santuario y él lo había invadido.
– ¿Cuándo dices que no tienes personas en tu casa, significa eso literalmente, verdad?
– Sí. -Ahora sonaba triste-. Ni siquiera me gusta hablar con la gente.
Él podría muy bien saber que no iba a ser ninguna clase de enfermera tranquilizadora.
– ¿Puedes encontrar alguna clase de aspirina?
Ella se encogió de hombros y atravesó el dormitorio hacia el baño principal. Todas las medicinas estaban guardadas en su cuarto de baño personal. Tenía un cuarto de baño de huéspedes, siempre meticulosamente limpio, pero nadie jamás lo había utilizado. Aún así, no guardaría sus medicinas personales en el cuarto de baño de huéspedes. Encontró el bote y sacó dos píldoras. Nunca bebía agua en el cuarto de baño tampoco, así que tuvo que entrar a la cocina para conseguir el agua. Se lo pasó sin decir una palabra, o darle cualquier explicación de qué o por qué hacía algo. Su opinión sobre ella no importaba. Tenía sus maneras de hacer las cosas y encajaban bien con ella.
Como siempre cuando abría el grifo, el agua pareció ser una corriente plateada de brillante belleza. Podía ver la perfección en cada gota cristalina individual. No podía resistirse a tocar, a permitir que el agua cayera en cascada sobre sus manos, su piel y se fundiera con ella de esa manera consoladora, como guantes vivientes. Giró las manos con las palmas arriba y permitió que el agua golpeara el centro exacto de la palma izquierda, donde la débil y perturbadora marca había desparecido, pero la sensación parecía permanecer, como si hubiera sido marcada de alguna manera bajo la piel.
El agua no sólo apaciguaba la palma, sino que era sensual, fluyendo sobre la piel como seda. Sintió una conmoción entre las piernas, un latido de calor, una ráfaga de fuego por las venas. Los senos le dolieron. Unas pequeñas sensaciones de excitación, ligeras como plumas, como dedos vagando por los muslos.
¿Qué demonios estás haciendo?
Oyó la voz claramente en su cabeza. La voz de él, espesa con deseo, con la misma necesidad que corría por todo su cuerpo.
Jadeando, sacó las manos del agua que corría. Escuchó el eco de su jadeo desde el otro cuarto. Por un momento su cuerpo latió con un deseo tan agudo que no pudo pensar claramente. El sentir lo era todo. Sensaciones de necesidad, de lujuria, de deseo desesperado inundaron su mente. Captó una imagen de él lamiéndole el muslo hasta la cadera, la lengua saboreando las gotitas de agua que le bajaban por la pierna. ¿El deseo de él? ¿El suyo? No podía estar segura. Sólo sabía que nunca había experimentado tal necesidad y estaba relacionada con un completo extraño.
Todavía podía sentir los músculos dentro de su cuerpo, duros y definidos, él se había sentido como terciopelo sobre acero. De algún modo las yemas de los dedos le habían absorbido dentro de ella, para que viviera y respirara en ella. Miró alocadamente por la cocina y por primera vez desde que había entrado, su hogar ya no era su refugio. Apretó el pulgar con fuerza en la palma y salió corriendo bruscamente al porche donde podía respirar. Puso la cabeza entre las rodillas, sintiéndose un poco débil.
– ¿Rikki?
Giró la cabeza sin levantarla, todavía agachada y con los ojos cerrados. Inmediatamente sintió como si cayera en él, como si se convirtiera en parte de él. Lev estaba envuelto en una manta y estaba balanceándose en la puerta. Gotas de sudor le punteaban la frente y su piel parecía gris.
Carraspeó.
– ¿Estás bien?
Él parecía jodido, pero le estaba preguntando si estaba bien. Se enderezó lentamente, sin romper el contacto visual. Dudaba que pudiera haberlo hecho aunque lo hubiera intentado. Era una prisionera ahora, conectada a él, una parte de él, y no tenía ni la menor idea de qué hacer con ello.
– No lo sé. ¿Y tú?
Él sonrió inesperadamente, un destello breve de dientes blancos, aunque los ojos azules no cambiaron de expresión.
– Me duele le cabeza. -Sus ojos se calentaron entonces-. Y también el cuerpo. Lo que sea que estabas haciendo, se sentía como si me tocaras… íntimamente.
Ella apretó el pulgar con más fuerza en el centro de la palma.
– Debes volver adentro antes de que te caigas.
– Ven conmigo.
Ella suspiró.
– Es difícil.
– Porque no permites a nadie en tu hogar.
La manta resbaló y ella vislumbró la larga y firme columna del muslo antes de que la subiera. Él había dicho hogar, no casa. Su descripción le llegó adentro.
– Vamos. -Ella dio un paso acercándose y le deslizó el brazo alrededor de la espalda, permitiendo que se reclinara sobre ella-. Vuelve a la cama. Te daré alguna aspirina. ¿Puedes comer algo?
– No. Todavía me siento mareado. Creo que me llevé un golpe bastante feo en la cabeza.
Cerró la puerta detrás de ellos y la atrancó.
– Buena cosa que tengas la cabeza dura. -Miró la puerta y luego a él-. ¿Estás preocupado por los visitantes? No es como si tuviera muchos.
– Tu familia.
Asintió.
– Sí, mis hermanas vienen pero, generalmente, no entran en la casa. Blythe viene a veces por la mañana a por café y se sienta en el porche conmigo. Sólo abren la puerta y me llaman.
– No querría disparar a nadie por accidente.
Ella le frunció el ceño mientras le bajaba a la cama.
– Sigue con esas amenazas y tiraré tus armas al pozo.
– ¿Creíste que eso era una amenaza? -Su voz era dulce-. Te daba una advertencia. No tengo ninguna pista de qué demonios me ha pasado. Sólo una sensación de peligro y un instinto muy grande de supervivencia. Realmente no desearía herir a nadie que te importe.
Ella pudo ver la sinceridad en sus ojos, pero no se fiaba de sus motivos. Era más probable que estuviera emitiendo una advertencia, así que mantendría a todos lejos de él y así podría ocultarse sin preocuparse. En su casa. Su ceño se profundizó cuando le ayudó a sostenerse en una posición sentada. Remetió las sabanas en torno a él con la misma atención meticulosa a los detalles con que hacía todo lo demás.
Esperó hasta que se tomó la aspirina y bebió el agua antes de hablar otra vez.
– Puse tu munición extra debajo de la cama. Tienes bastante para comenzar una pequeña guerra.
Lev estudió su cara. Tenía un pequeño mentón terco. Decidió empujarla un poco más. Ella no le había echado todavía.
– No permitas que sepan que estoy aquí.
– ¿Mis hermanas? -Le dio ese pequeño ceño que él ya había empezado a buscar-. Yo no miento a mis hermanas.
– No te pido que mientas. ¿Preguntarán si tienes un hombre en tu casa?
Tocó con la punta del pie una mota imaginaria en el piso de madera.
– No.
– Entonces no tenemos ningún problema, ¿verdad? Debería estar fuera de aquí pronto.
– Ni siquiera puedes andar por ti mismo. -Levantó la mano para que no hablara-. Pensaré en ello. -Continuó mirándole a través del velo grueso de sus pestañas-. ¿Vas a explicarlo?
– ¿Explicar qué? No puedo recordar mi propio nombre.
– Por qué oí tu voz en mi cabeza. Y no me digas que no sucedió. Puedo ser extraña, pero no oigo voces.
Sus ojos eran tan negros y brillantes como la obsidiana. Estaba fascinado. Advertencias de tormenta.