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Le puso en una silla y salió al porche de la cocina, dejando la puerta abierta como le había dicho. Miró a Blythe salir del coche.

– ¿Te has divertido?

Gritó lo bastante fuerte para que Lev no pudiera fallar en darse cuenta de que era, de hecho, su hermana y de que podía apartar el arma.

– Estaba preocupada por ti. Traté de llamarte al móvil varias veces. Te dejé cuatro mensajes en el contestador.

Blythe cerró la puerta y subió la escalera. Alcanzó a Rikki y la abrazó.

Rikki trató de devolverle el abrazo. No le importaba que Blythe la tocara, pero siempre se sentía incómoda, insegura de que hacer, así que generalmente se quedaba de pie y esperaba que acabara, sintiéndose ridícula. Reconoció que Blythe estaba afligida.

– Lo siento. Nunca pienso en verificar mis mensajes y no tengo ni idea de donde está el móvil.

Echó una mirada alrededor como si lo fuera a encontrar en un parterre.

Blythe subió al porche y se dejó caer en su silla predilecta.

– Hubo una ola inmensa, Rikki, salió de ningún lugar. Las Drake la pararon, pero tuve miedo de que te hubiera atrapado en alta mar cuando vino.

– Me atrapó. Golpeó mi barco -admitió Rikki.

Mantenía su cuerpo entre Blythe y la puerta, permaneciendo recta y asegurándose que Lev no tuviera un disparo si se sentía tan inclinado a disparar. No iba a colocar a Blythe en peligro.

Blythe palideció, los suaves ojos castaños se abrieron de par en par mientras miraba a Rikki en busca de daños. Rikki no pudo impedir que la mano vagara al cuello para cubrir los moratones que tenía allí.

– Estaba a punto de bajar para otra carga cuando golpeó, así que tenía el equipo puesto. No fue nada.

– Por supuesto que lo fue. Dime que sucedió.

Rikki se encogió de hombros.

– Me tiró del barco y bajé aproximadamente diez metros. Me empujé el regulador en la boca y estuve bien.

Blythe sacudió la cabeza.

– Cariño, no puedes seguir zambulléndote sola. Necesitas un tender.

– Si hubiera tenido un tender en el barco, no habría tenido el traje ni el tanque, y habría estado en el agua conmigo. En vez de mi propia supervivencia, habría tenido que pensar en alguien más. No tengo que preocuparme por nadie cuando estoy allí. Si algo sucede, dependo de mí misma. Cuéntame sobre la boda -agregó para cambiar de tema.

Blythe sonrió inmediatamente.

– Ha sido tan hermoso. Todos acabaron por casarse. Jonas y Hannah tuvieron que acompañar a todos. Elle y Jackson despegaron con rumbo a su luna de miel. Creo que van a viajar por Europa. Creo que todos salieron para su luna de miel a excepción de Jonas y Hannah porque ellos ya han tenido la suya.

Rikki frunció el entrecejo un poco ante la mención de Jonas y Hannah. Jonas Harrington era el sheriff local y siempre la ponía inquieta. Le había atrapado mirándola unas pocas veces y había tenido la sensación de que había excavado en su pasado y la vigilaba en caso de que hubiera algún fuego. Quizá sólo estaba paranoica, pero permanecía tan lejos de él y sus ayudantes como podía.

– ¿Alguna otra noticia? -incitó.

– Creo que Joley quizás esté embarazada -dijo Blythe-, pero es sólo una suposición.

Esas no eran exactamente las noticias que Rikki buscaba.

– ¿Os habéis divertido?

Blythe asintió.

– Todos preguntaron dónde estabas. Lexi bailó a rabiar. Esa chica es asombrosa en la pista de baile. Ojala pudiera aprender sus movimientos. -Se rió suavemente, los ojos brillantes con orgullo-. Ella y Lissa han sido muy populares esta noche. Todos querían bailar con ellas.

Rikki sonrió. Lissa y Lexi tendían a ser el centro de atención dondequiera que estuvieran. Nadie podía evitar mirarlas. Estaba tan orgullosa de ellas como Blythe.

– Pareces cansada, Rikki -dijo Blythe-. Deberías estar en la cama.

Rikki se encogió de hombros.

– Siempre me preocupo hasta que todas estáis a salvo en casa.

Era una concesión mezquina admitirlo, pero con Blythe estaba a menudo más comunicativa que con cualquier otra. Había algo maternal en Blythe y Rikki había olvidado lo que eso era. Blythe podía arrancarle emociones cuando nadie más podía.

Blythe le dio una sonrisa que provocó un débil resplandor dentro de Rikki.

– Sé que lo haces. Las otras han compartido el coche. Están ya en sus casas y a salvo. Vete a dormir.

Rikki no tenía la menor idea de cómo iba a hacer eso, pero se las arregló para encogerse de hombros despreocupadamente y saludó cuando Blythe se dirigió de vuelta al coche. Rikki esperó hasta que el coche se alejó sin peligro antes de volver adentro. Las luces estaban apagadas, pero cuando miró a la silla donde había colocado a Lev, pudo ver que estaba vacía. Asustada, echó una mirada alrededor del cuarto, el corazón palpitando.

Estaba boca abajo en el piso, en un ángulo desde donde habría podido disparar a Blythe mientras estaba sentada en la silla. Rechinando los dientes cerró la puerta y echó el cerrojo antes de atravesar a zancadas el cuarto para pincharle en las costillas con el pie.

– Eres realmente molesto. Hablo en serio.

– Te dije exactamente qué hacer y no escuchaste -dijo con brusquedad, su tono impaciente-. Ha dolido una barbaridad gracias a tu incapacidad para poner atención.

Ella siseó mientras el enojo se mezclaba con la adrenalina.

– Atendí, cretino. No acepto órdenes de ti ni de nadie más. No se me ocurrió que estarías tan decidido a dispararle a alguien que correrías el riesgo de hacerte más daño. Juro, que si haces una cosa más para fastidiarme esta noche, pondré tu lamentable culo de vuelta a mi camión, te llevaré a los precipicios y te tiraré. Ahora levanta.

Él la miró durante mucho rato. Los ojos de ella estaban ardiando, los suyos helados. Se miraron el uno al otro una eternidad, Rikki trataba de seguir airada, lo cual generalmente era bastante fácil de hacer. Estaba o feliz o triste o enojada, nunca había un intermedio para ella. En este momento estaba confundida. Él era un hombre tan fuerte, duro como los clavos. Obviamente tenía dolor al estar extendido en la manta, desnudo, con el arma en la mano. No había girado el arma hacia ella, aunque le amenazara. Y había tirado la manta sobre el piso en vez de envolverse para permanecer caliente.

El corazón le saltó. Aún en su estado debilitado, él la había visto. Había visto su necesidad de tener todo en su casa de cierta manera. Estar tumbado desnudo en el suelo no estaba bien. Bien… quizá podría hacer una excepción en su caso. Estudió su cuerpo. Perfectamente simétrico. Cada músculo definido. Cincelado. Como una escultura. La piel fluía sobre la armazón de los huesos y músculos. Huesos grandes, densos y fuertes. Parecía una de esas imágenes que había visto de los antiguos habitantes de Olimpia, guerreros todos ellos, luchadores en un tiempo cuando era necesario. Miró el modo en que los músculos se movían bajo la piel cuando cambió de posición, el arte del movimiento y la fluida gracia la fascinaban.

– Rikki.

Su voz la asustó. Había estado tan atrapada en el flujo de músculos bajo la piel, que había olvidado que estaba haciendo. ¿Qué había estado haciendo? Parpadeó, enfocándole de nuevo.

– Aunque aprecio el hecho de que te guste mi cuerpo, podría utilizar un poco de ayuda para levantarme.

– ¿Qué? -Aún a sus propios oídos sonaba confusa.

La voz de él se suavizó. Se volvió suave, casi seductora.

– Ven aquí.

Ella sintió la respuesta instantánea de su cuerpo a su tono, casi como si la hipnotizara. Realmente había dado un paso adelante sin pensar, sin consentimiento, una respuesta enteramente natural a su citación. Le frunció el entrecejo.

– ¿Quién eres?

– Ojala pudiera decírtelo. Lo que soy, Rikki, quienquiera que sea, no es una buena cosa.

Ella deslizó el brazo alrededor de su espalda y utilizó los músculos de las piernas, perfilados por luchar contra las corrientes submarinas del océano para empujarse y ayudarle a ponerse de pie.