– Quizá. Y quizá me habrías disparado en este momento si fueras todo malo. Date un respiro y vete a la cama a dormir. Podemos resolver todo esto por la mañana.
Él parecía más pesado esta vez y una pequeña cantidad de sangre se deslizaba por el costado de la cabeza. Ella se mordió el labio. No debería haberle escuchado. Debería haber vencido su propia aversión a los hospitales y haberlo llevado allí.
– El cuarto de baño. Toda esa agua que me has estado metiendo empieza a sentirse.
Ella vaciló, casi asustándose. Su cuarto de baño estaba a sólo a unos pocos pasos, mientras que el cuarto de baño de huéspedes estaba al otro lado de la casa. Sus cosas. Por un momento no pudo respirar. Él le estaba invadiendo, por todas partes.
– Rikki, está bien si deseas que utilice el otro cuarto de baño. Puedo hacerlo.
Otra vez su voz la acarició con gentileza. La hizo sentirse pequeña y tonta por tener que tenerlo todo a su manera. No era como si tuviera una obsesión con los microbios, era que todo tenía que estar de cierta manera.
– Eso es ridículo, estamos aquí. -Se forzó a ayudarle a pasar por la puerta.
Una vez fuera del cuarto de baño, se inclinó contra la pared con el corazón palpitando y cada músculo tenso y protestando. Por un momento hubo caos en su cerebro. ¿Qué si tocaba sus cosas? ¿Desordenaba sus toallas? ¿Movía su dosificador de jabón? Podía sentir como el pulso le latía. Las cosas pequeñas podían hacerla estallar de ira. Había trabajado en ello, hecho ejercicios de respiración, pero aún así, cuando la gente interfería con sus cosas…
¿Y qué si eso era el tipo de cosas que hacía que su mente provocara fuegos en sueños? Estaba molesta, agotada y con alguien en su casa. Puso la cabeza entre las rodillas, sintiéndose enferma. Sabía que no debía fiarse de sí misma. Si un maniaco estaba allí fuera, destruyendo casas porque ella estaba en ellas, había colocado la vida de Lev en peligro.
¿Qué está mal? Puedo sentir tu malestar. Se vierte en oleadas.
Ella se tensó, enderezándose lentamente, echando una mirada alrededor. Era su voz otra vez, claramente su voz. Y sabía que ella estaba trastornada.
No hables conmigo en mi cabeza. Deliberadamente pensó las palabras en vez de decirlas en voz alta, insegura de qué esperar. ¿Realmente podían hablar entre ellos telepáticamente? Se sospechaba hacía mucho tiempo en Sea Haven que las Drake podían hablar una con otra, pero ella nunca había tenido una experiencia telepática, hasta que se había encontrado con Lev.
La puerta se abrió y él se apoyó en ella, los ojos azules vagaron sobre ella, buscando su expresión, sus ojos.
– ¿Estás bien? Sé que esto es difícil para ti.
Él era el que estaba herido. Ella frunció el ceño otra vez y deslizó el brazo a su alrededor.
– ¿Te lavaste las manos, verdad?
Su sonrisa la fascinaba.
– Sí, señora. Estoy a favor de la limpieza.
Él le gastaba bromas. Ella nunca había sido buena con ese concepto, aunque vivir junto a las otras mujeres durante los pasados cuatro años la había ayudado. Lexi era una bromista terrible, y tan joven como era, con el horrible pasado que tenía, todas la habían protegido tanto como pudieron. Si tomar el pelo era lo que necesitaba para enfrentarse al estrés, entonces incluso Rikki estaba dispuesta a aprender a tratar con aquello por ella. Rikki no se atrevió a levantar la mirada a esa cara mientras le llevaba al dormitorio. Se estaba acostumbrando a esa cara, a los ángulos y planos, las sombras y las cicatrices. Su cara le llamaba de la misma manera que hacía su cuerpo. Tenía miedo de que una vez se concentrara en ello, la capturara y le revelara lo extraño de su mente a él.
Remetió las mantas en torno a él.
– Debes dormir, Lev. Es muy tarde.
– No puedo.
Ella se encontró con sus ojos y el estómago le dio un salto, como si ella se hubiera dejado caer en un mar azul profundo. Él la estaba mirando. Era un hombre duro, marcado, un guerrero con un millón de armas. Sus ojos eran fríos, pero podía ver su confusión, su vulnerabilidad. Se dio cuenta exactamente de por qué le había traído a casa, por qué había corrido tal riesgo, que había visto en él. A ella misma. Estaba mirando a un hombre que estaba total, absolutamente solo. Estaba confundido y no tenía la menor idea de qué o quién era. Algo cambió dentro de ella. Se suavizó.
Blythe había encontrado a Rikki cuando estaba exactamente de la misma manera. Había estado completamente sola y tan confusa acerca de ella misma. Todavía no sabía si provocaba fuegos o si había sido responsable de las muertes de sus padres y la pérdida de tres casas. No tenía la menor idea de si había matado al único hombre que había amado nunca. Por todo lo que sabía era una asesina. Estaba aterrorizada de confiar en ella misma, mucho menos en alguien más. Justo como este hombre.
Se sintió realmente conectada a él de alguna manera que no podía romper. No podía abandonarle. Quizá era el pago por lo que Blythe y las otras habían hecho por ella. Todo lo que sabía era que no había manera de alejarse de él. Reconoció el peligro. Él muy probablemente podría ser lo que aparentaba, un asesino de alguna clase, pero de algún modo, eso no le parecía correcto.
Él había hecho dos cosas que resaltaban en su mente que eran un poco contrarias a su ser completamente malvado. No la había matado cuando obviamente había tenido la oportunidad y se había arrastrado de una silla de la cocina al suelo, causándose mucho dolor, para protegerla de una amenaza desconocida. Había observado que estaba preocupada por los intrusos y se había arriesgado a más daños y ciertamente a mucho más dolor para protegerla. Se podría haber protegido desde la cama. Nadie, nadie, jamás había hecho eso por ella antes.
– No tienes que preocuparte -le tranquilizó, mirándole directamente a los ojos-. Te vigilaré. Si algo sospechoso sucede, te despertaré. Duérmete.
– Me pides que confíe en ti.
Ella no pudo evitarlo. Había un mechón revoltoso de pelo que caía en medio de su frente. Se lo apartó con dedos suaves.
– He confiado en ti al traerte a casa, bajando al mar y dejándote solo en mi barco. Te dejé las llaves en mi camión. Sé que lo notaste. Te he devuelto todas tus armas.
– No confiaste en mi cuando vino la mujer.
– Blythe. Su nombre es Blythe y se lo debo todo. Puedo correr el riesgo con mi vida, pero no con la suya. Todo lo que digo es que has venido a casa conmigo. Déjame vigilarte esta noche y mañana puedes volver a ser quienquiera que seas.
Los ojos azules se movieron por su cara como si memorizara cada detalle y miraran más profundamente, bajo la piel, detrás de los ojos, más profundo todavía, como si juzgara la verdad de lo que decía.
– ¿Cómo dormirás?
Los dedos de Rikki abandonaron de mala gana su cara.
– Estás en mi casa. En mi cama. Es más seguro que esté fuera de la casa y permanezca despierta y no te puedo explicar por qué.
Le tocó a él fruncir el entrecejo.
– Pero mañana hablarás de esto conmigo.
Ella se encogió de hombros, sin comprometerse a nada y no dispuesta a mentir. ¿Qué diría? ¿Quizás soy una psicópata? Pero él pensaba que él lo era también.
– Buenas noches, Lev. Si me necesitas, tendré la puerta de la cocina abierta.
Rikki apagó la luz del dormitorio y le dejó. O se quedaba dormido o no, pero al menos podría descansar. Arrastró una manta sobrante del armario para la ropa blanca e hizo una cafetera antes de salir al porche y sentarse en el balancín. Era la silla más confortable y planeaba pasar la noche allí.
Siempre hacía frío por la tarde y la niebla ya cubría los árboles y los jardines, serpenteando en el patio hasta que apenas pudo distinguir las flores y matorrales durmientes. Adoraba la sensación de la niebla sobre la piel, esas gotas de niebla que envolvían la noche en un velo mojado de plata. Se acurrucó debajo de la manta, recogiendo los pies, un poco inquieta.