Sofocó la aprensión de tener un extraño en su casa, pero aún así, no podía calmarse. Dos veces caminó alrededor de la casa, deseando poder decidir si conseguir o no un perro. Airiana adoraba los animales y siempre fastidiaba a Rikki, y a todas las otras, acerca de conseguir perros para protección. Un perro era una cosa más por la que preocuparse si un fuego comenzaba de noche.
Sorbió café y miró a todos los lugares que había estudiado miles de veces. Las atalayas desde donde alguien podría ocultarse y espiar la casa y a su familia. ¿Cuán paranoico la hacía parecer el explorar todas las áreas y visitarlas regularmente para comprobar y buscar signos de si alguien la había estado vigilando? Suspiró y pateó la baranda con el pie desnudo. Muy paranoica, pero no iba a parar jamás. Era la única manera de que pudiera dormir de noche.
Capítulo 5
Las llamas subían por las paredes y se derramaban a través del techo, fuego líquido, corriendo como ríos por la casa, consumiendo todo a la vista. El rugido era fuerte, enojado, y las llamas se avivaron, mirando… buscando. El infierno rojo y naranja giraba en gigantescas bolas, mientras el viento se precipitaba de pared a pared, la conflagración se avivaba. El calor llenó los cuartos y grandes agujeros negros aparecieron en las paredes. Pedazos cayeron del cielo mientras el infierno ardía más caliente.
¡Agua! ¡Ven a mí! Ayúdame. ¡Agua!
Lev despertó, el arma en el puño, el corazón palpitando desenfrenado, la cabeza latiendo, pero sobre todo le dolía la palma izquierda, se sentía como si alguien la hubiera atravesado con un cuchillo. Podía oír el sonido del agua a su alrededor, en el cuarto de baño, la cocina, afuera, incluso en el techo. Se forzó a sentarse, enjuagando las gotas de sudor que le punteaban la frente con el brazo. ¿Qué demonios pasaba? El eco de esa voz de mujer aterrada todavía reverberada por su mente.
Su cerebro no se sentía tan borroso. Tenía un enorme dolor de cabeza, pero podía pensar. Su sueño… No, el de ella. Rikki. Estaba soñando, o más precisamente, teniendo una pesadilla y de algún modo le estaba proyectando la pesadilla a él. Apretó la palma contra la pierna mientras respiraba para alejar los últimos restos de calor y fuego que le rodeaban.
Luchando por ponerse de pie, se tambaleó al cuarto de baño y cerró el grifo de la ducha y el lavabo. El lavabo estaba lleno y el agua se había derramado al suelo, así que dejó caer una toalla sobre el desastre y fue hacia la cocina. El sonido de agua corriendo le empujó otra vez mientras bajaba por el vestíbulo, abrió una puerta para encontrar el cuarto de la ropa sucia. El agua corría en la lavadora. La apagó, divisó su ropa pulcramente doblada en la secadora y sacó los vaqueros, se abotonó apresuradamente un par de botones mientras iba a la cocina.
El suelo estaba inundado y el agua caía en cascada desde el fregadero, el grifo estaba al máximo. Lo cerró y salió fuera. En lo alto, los cielos se habían abierto y el agua se vertía, concentrándose principalmente sobre la casa y el patio. Miró a los árboles circundantes y vio que llovía, pero no con la misma fuerza que alrededor de la casa, alrededor de Rikki.
Estaba profundamente dormida, acurrucada en una hamaca y envuelta en una manta, una expresión de temor le cruzaba la cara mientras lloraba de modo suplicante, con las palmas hacia arriba, hacia el agua. Su pequeña buzo de erizos estaba atada definitivamente a un elemento, y a uno fuerte.
– Ven aquí, lyubimaya moya. -La alcanzó. Era tan ligera que aún en su estado debilitado, no dudó si tendría problemas para llevarla. La apretó contra su pecho desnudo, susurrándole cuando comenzó a luchar-. Voy a meterte dentro. Puedes traer la lluvia contigo si quieres, pero eso no va a hacer muy bueno para tu casa.
Ella levantó las pestañas y allí estaba. Él sintió la sacudida por todo su cuerpo, la sensación de ahogarse en un mar sensual. Le sonrió.
– Te llevo adentro. Si sigues meneándote, ambos acabaremos en el suelo.
– No me gusta que nadie me toque.
– Lo sé. -No hizo ningún movimiento para bajarla. La lluvia ya estaba amainando. La llevó a la casa y pateó la puerta para cerrarla detrás de él, notando que los pies desnudos de Rikki estaban cubiertos de cicatrices de quemaduras que le subían obviamente bajo el dobladillo de los vaqueros-. ¿Estás preocupada porque alguien le prenda fuego a tu casa?
Ella estudió su cara largo rato, él pensó que no iba a contestarle.
– Sí.
La palabra salió de mala gana y por primera vez, ella apartó la mirada. Él la llevó con cuidado por la cocina. El piso estaba mojado y necesitaba que lo fregaran. Ella no lo advirtió. Estaba demasiado ocupada tratando de no tocarle el pecho desnudo o luchando para que la soltara. Él fingió no advertir su dilema, escogiendo en su lugar averiguar lo que ella no le decía. Lo que fuera, era importante.
La puso en la cama y se hundió a su lado, reclinando deliberadamente su peso contra ella. No tenía que fingir debilidad. Sus piernas eran de goma y la palma, maldita fuera, dolía como una hija de puta. Apretó el pulgar en el centro, pero antes de poder utilizar energía curativa, ella se estiró y le tomó la muñeca, atrayendo la mano hacia ella. Tenía ese pequeño ceño que él encontraba tan atractivo en el rostro.
– ¿Te duele la mano? -Frotó la yema del pulgar sobre la palma, trazando círculos imaginarios-. Soñé que te dolía la mano.
El dolor se fue en el instante que el pulgar le acarició la piel. Estaba acostumbrado a sucesos extraños, tenía muchos dones psíquicos, pero nunca había tenido una conexión con otro ser humano, por lo menos creía que no. Se había golpeado la cabeza con mucha fuerza y no recordaba gran cosa de su vida. Sólo imágenes de violencia, un instinto visceral que le decía que alguien le quería muerto, pero estaba bastante seguro que habría recordado algo como esto.
Sus extrañas reacciones a ella se sentían completamente extrañas, pero correctas. Sabía que no tenía sentido, pero en este momento, nada lo tenía. Necesitaba estar con ella. Necesitaba quitarle ese temor de los ojos. Él… necesitaba.
– Soñabas que la casa estaba ardiendo. Esta casa. -Entraría en el asunto del agua más tarde. Ahora podía darle paz. Cerró los ojos y se concentró, permitiendo que su mente se expandiera, se estirara, buscara la energía de otros. No pudo encontrar a nadie cerca de su casa. Si había habido alguien cerca, no habían dejado huellas de sí mismos atrás, lo cual era difícil de hacer-. Estamos solos, Rikki. No puedo decirte cómo lo sé, pero lo sé. Como el modo en que tú manipulas el agua, yo sé si alguien está cerca.
Su revelación debería haberla hecho sentir más segura, pero en vez de eso pareció acorralada. Sólo por un momento. Él captó un destello de terror en sus ojos y luego la expresión quedó en blanco, lejana, como si hubiera limpiado su mente como si fuera una pizarra. Oyó como cambió su respiración, sólo por un momento, una rápida inhalación y luego exhaló, un aliento lento que reveló su agitación.
– ¿Qué hora es? -preguntó-. Tengo que limpiar.
– Casi las cuatro. Lo que necesitas es acostarte y descansar.
Ella murmuró entre dientes algo incoherente y salió del cuarto. Él la pudo oír fregando el piso de la cocina. Se le ocurrió que esta no era la primera, ni la última vez que hacía esto. Entonces los fuegos eran una pesadilla recurrente. Y temía que alguien comenzara uno. Estaba descalza y había visto las cicatrices de quemaduras en los pies cuando la llevó, su mente ya catalogaba cada espiral y arista.
Suspiró y se pasó la mano por la cara, luego se sentó en el borde de la cama, frotándose la palma con el pulgar pensativamente mientras la lluvia golpeaba el techo y ella restregaba el suelo de la cocina. Esas quemaduras no eran accidentes entonces. No era de extrañar que trabajara bajo el agua. Era donde se sentía segura. Las piernas y los pies probablemente dolían cuando caminaba sobre tierra, pero en el agua era más fluida. Él sabía que las cicatrices harían que la piel se sintiera tensa y estirada, así que andar podía ser doloroso.