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– Pero te tenía a ti para salvarme.

Ella se puso de costado y apoyando el codo en la cama, sostuvo la cabeza en la mano para mirarlo.

– Cualquier otro habría luchado contra mí. Esperaba que trataras de luchar por el aire, pero estuviste tranquilo, respiraste conmigo y permitiste que subiéramos a la superficie, descomprimiendo por el camino. Eso no es sólo excepcional, es categóricamente raro. Incluso los buzos experimentados pueden asustarse. Requirió mucho valor.

– Y entonces arranqué tu radio. La arreglaré para ti.

– Puedo arreglar mi propia radio. No estoy segura de que supieras que estabas haciendo en ese momento.

Ese era el problema. Había sabido exactamente que hacía, había sopesado las ventajas y las desventajas de matar a la mujer que le había salvado la vida. ¿Qué clase de hombre hacía eso? No uno bueno.

– Sé que no te gusta que la gente te toque, Rikki, pero…

Los dedos ya estaban en su cara, trazando cada ángulo, acariciando la suavidad de la piel, memorizando los detalles.

Ella contuvo la respiración, pero no se apartó, como si presintiera la profunda necesidad dentro de él. Lev no comprendía su conexión con ella y dudaba que ella lo hiciera. En este momento, declararon una tregua y aceptaron que estaba allí. Él tenía que conocer su cara íntimamente, tan íntimamente como pensaba conocer su cuerpo, pero en este momento, esto era suficiente. Trazar su cara e imprimirla para siempre en su cerebro.

Ella sonrió de repente. Lo sintió a través de los dedos antes de distinguir su expresión. El cuerpo se le agitó en respuesta.

– Ni siquiera sabes si puedes arreglar mi radio.

– No -contestó-, no lo sé. Pero puedo desarmar un arma y montarla de nuevo en segundos.

– Puedo ver que serás de gran ayuda en la granja.

Tan pronto como las palabras escaparon, él pudo decir por la manera que se tensó que la esperanza de que él se quedara con ella había sido enteramente subconsciente. Ahora que había dicho el pensamiento en voz alta, dándole vida a la idea, se retiró de vuelta a su mundo, lamentando probablemente haber expresado la sugerencia.

La satisfacción se deslizó en su interior, una callada felicidad que raramente, si acaso alguna vez, había experimentado. Sólo estar en su presencia le hacía sentirse diferente, más vivo, más sensual, más hombre y menos asesino. Yacer a su lado debería haber accionado cada alarma en su cuerpo. Había tenido sexo, generalmente gran sexo, pero era una herramienta, y nunca estaba cómodo después. Ciertamente nunca se tumbaba en una cama en una posición medio vulnerable y pensaba en dormir con otro ser humano vivo y respirando a su lado. Sabía que era completamente extraño para todos los instintos de supervivencia que tenía, pero la deseaba allí. El pensamiento de ella durmiendo fuera, lejos de él, le molestaba a un nivel primitivo que no podía explicar, no a ella y ciertamente no a sí mismo.

Mantuvo los ojos fijos en los de ella.

– Estaba pensando en ayudarte en el barco más bien.

Él vio la sorpresa, el rechazo instantáneo. Ella sacudió la cabeza. Y ese ceño adorable regresó, así que él no pudo evitar alisar con los dedos las pequeñas líneas entre sus ojos. Se rió suavemente.

– Puedo ver que estás completamente en contra de la idea.

– Nadie, y quiero decir nadie, sube a mi barco.

– Puedo comprender eso. Pero… -le puso el dedo sobre los labios fruncidos, imaginándose que le besaba los dedos. El pensamiento fue fugaz, pero lo bastante vívido para hacer que el calor inundara su cuerpo. No parecía tener control alrededor de ella-. Por razonable que eso fuera, yo ya he estado en tu barco.

– Arrancaste mi radio.

– Que pienso arreglar -indicó-. ¿Qué es un tender?

Sintió su sorpresa.

– ¿Un qué? -repitió, pero lo había oído la primera vez.

Él esperó en silencio, pero ella se había puesto terca. Suspiró y aunque iba a correr un riesgo, le frotó el mentón en la oscuridad con la yema del pulgar. Luego le acarició los labios. Ella estaba definitivamente frunciendo el entrecejo y eso le hizo sonreír.

– ¿No es ningún gran secreto, verdad? Dijiste que tu hermana Blythe te había pedido que no te zambulleras sola. Dijo que necesitabas un tender. ¿Qué es eso?

– Alguien que me volvería loca. Se ocupan del barco y el equipo, una especie de vigilancia mientras un buzo está bajo agua. Necesitan un permiso y tienen que saber lo que están haciendo. Entrené a una pareja pero les eché después de un par de zambullidas. Eran molestos. No enrollaban mis mangas de la manera correcta. Y hay una manera correcta. Hazlo mal y se enredan.

Ahora que había declarado su opinión sobre el tema, él podría ver que era muy hostil respecto a la idea. No se lo había revelado a Blythe, pero ella no tenía intención de bucear con alguien vigilándola. Tuvo la vaga idea de que él podría cambiar eso.

– Blythe piensa que es necesario.

– Escuchaste mi conversación con Blythe.

– Por supuesto. ¿Esperarías menos?

Abrió la boca y entonces bruscamente la cerró.

– No quiero a nadie en mi barco y eso te incluye. Tocarías mis cosas.

– Aprenderé a no hacerlo.

El ceño se profundizó y entrecerró los ojos.

– No lo harás. Harás lo que te dé la gana. Eres uno de esos hombres.

– Si yo no sé qué clase de hombre soy, ¿cómo podrías saberlo tú?

– Porque hasta ahora, has estado en mi barco, en mi casa, has tocado mis cosas, dormido en mi cama y probablemente desearás comida. Eres exigente.

La risa se derramó, asustándole. Una risa verdadera. En voz alta. Sonó oxidada pero no importaba. Él se sorprendió del sonido, la sensación, la libertad que sentía con ella para reír.

– Supongo que tienes razón acerca de eso.

Ella le miró fijamente, los ojos tan negros, allí en la noche con la luna oculta detrás de las nubes, parecía misteriosa y evasiva, como la tormenta en lo alto.

– Eres malditamente hermosa -dijo, antes de poder detenerse-. Nunca he conocido a una mujer como tú.

Una sonrisa lenta curvó la boca de Rikki. Lev se dio cuenta de que, como él, no sonreía a menudo.

– ¿Cómo lo sabrías? No puedes recordar a quién has conocido y a quién no. Pero en todo caso, gracias. Nadie jamás me dice esas cosas.

Una sombra le cruzó el rostro y él recordó al prometido, el hombre que había muerto en un fuego.

– Cuéntame algo sobre él. Su nombre. Que hacía. Cómo le conociste. -Cómo había muerto y por qué temes tanto haber comenzado los fuegos.

Ella parpadeó, pareció asustada.

– He oído eso. Lo que estabas pensando. Eres telepático. Y me has convertido en rara, como tú. Bien… quizá ya era un poco rara, pero ahora soy peor de lo que ya era. ¿Voy a oír los pensamientos de todos? ¿Puedes oír mis pensamientos?

– Tú no me los proyectas. Y eso fue un accidente. No tenía intención de que oyeras eso, pero honestamente estoy interesado.

Rikki recostó la cabeza en la almohada y miró fijamente al techo, su boca era un conjunto de líneas tercas. El sonido de la lluvia, que golpeaba el techo y las ventanas, pareció drenar la tensión en ella. Él podía decir que ella lo estaba escuchando y mientras lo hacía, sus dedos comenzaron a reaccionar, golpeando contra la pierna. Ella no pareció notarlo, atrapada en el hechizo de la lluvia que caía.

Lev permaneció silencioso, dándose cuenta de que esto era parte de la naturaleza de Rikki. Ciertas cosas, especialmente las que tenían que ver con agua, supuso, la sacaban de sí misma y se concentraba completamente en lo que captaba su atención, desconectando de todo lo demás a su alrededor, incluido él. Su primer pensamiento fue volver a atraer la atención, pero antes de poder hablar, ella levantó la mano y empezó a tejer pautas en el aire, justo como él había hecho cuando dirigió la energía sanadora, aunque sus diseños eran más como los de un director de orquesta.