La gran noticia era que un yate se había hundido lejos de la costa en un extraño accidente. El yate era propiedad de un hombre de negocios griego, un billonario, y todos los del barco estaban desaparecidos. Naturalmente las hermanas de Rikki no querían que ella se adentrara en el océano hasta que fuera declarado seguro, lo cual la hacía querer reír. ¿Cómo podía considerarse alguna vez seguro salir al mar?
Sabía que ellas suponían que no estaba trabajando debido al hundimiento del yate. No lo consideraba mentir ya que no les había dado hechos que no habían preguntado. Pero ya no podía respirar, tenía que salir de la casa e ir donde pudiera ver el océano y simplemente empaparse de él. Eso significaba dejar a Lev solo y desprotegido. Su principal preocupación era siempre el fuego.
Se sentó en el borde de la cama y empujó el pelo de él hacia atrás. Las sombras sobre su mandíbula se habían convertido en los inicios de una verdadera barba.
– He de dejarte un ratito.
Sabía que estaba consciente. Nunca se le acercaba mientras estaba dormido, pero sus ojos estaban cerrados.
No los abrió, pero le cogió la muñeca, los dedos un grillete, impidiendo el movimiento. La asombraba como podía hacer eso, saber exactamente donde estaba su brazo aún cuando tenía los ojos cerrados. Y ella siempre le miraba a la cara, sin siquiera pestañear. Él ni siquiera le había echado una pequeña mirada, pero no la había echado en falta.
– No.
– Tengo que ir, sólo por poco tiempo. He de comprobar las afueras y que no haya nadie alrededor. Creo que es seguro. Cerraré la puerta cuando salga.
Pudo decir que fue una lucha para él el abrir los ojos lo suficiente para mirarla. El impacto de esa mirada azul provocó una sacudida en los alrededores de su estómago.
– ¿Volverás?
– Vivo aquí. -Se avergonzó instantáneamente. Él parecía necesitar que le confortaran. ¿Por qué era tan difícil para ella?-. Pronto. No dispares a nadie mientras estoy fuera.
– Coge una de mis pistolas.
Pudo ver la preocupación en sus ojos y eso causó algún tipo de debacle en su corazón. Las reacciones físicas la asustaban, especialmente las reacciones físicas a los hombres. Daniel había sido un excelente submarinista que la había ayudado a perfeccionar sus habilidades de buceo. Habían pasado tanto tiempo juntos que parecía una progresión natural involucrarse. Pero no había pasado tiempo con él fuera del bote. Habían hablado sobre el futuro, buceado juntos, pero la única vez que habían ido a la pequeña casa flotante alquilada de ella para pasar la noche, un fuego se lo había llevado.
– ¿En qué estás pensando?
Ella examinó su cara, sus ojos, sin estar segura de qué estaba buscando exactamente. No quería que él muriera, no en un fuego y no debido a ella.
– Rikki, necesito saberlo.
– ¿Por qué?
– Pareces triste. Disgustada. ¿Puse yo esa mirada allí?
No se pudo controlar. Con la mano libre, alisó el ceño de su rostro.
– No. Sólo estoy preocupada por dejarte.
Los dedos de él se movieron sobre su muñeca y resbalaron hacia abajo hasta la palma de su mano para allí trazar círculos.
– Soy un superviviente, Rikki. Estaré aquí. La casa estará aquí también. Ve a hacer lo que tengas que hacer, pero vuelve a mí. No podré dormir hasta que estés de nuevo conmigo.
La asfixiante sensación fue profunda esta vez, y se levantó rápidamente, apartándose de él. Mientras los dedos resbalaban por su piel, el estómago dio una lenta voltereta. Retrocedió alejándose. Nadie nunca la había hecho sentir cómo Lev lo hacía, parecido a la reacción física como si te desgarraran las tripas. A veces, apenas podía respirar y era por eso por lo que tenía que salir de su propia casa. Él estaba forzando su salida con… con… esto.
Le miró enfurecida. El ceño fruncido. Su ceño más oscuro y aterrador de aléjate-de-mí-ahora. Debería de haberle intimidado. Esa mirada ensayada funcionaba siempre. Él sonrió. Sonrió. No sólo con diversión, sino con una mirada sensible y loca del tipo eres-tan-mona. Atravesó la habitación hasta la puerta.
– Olvidas la pistola.
– Yo no disparo a la gente -le recordó ella con un pequeño bufido y salió andando majestuosamente. Le oyó reírse, pero no se dio la vuelta.
El sonido de su risa era demasiado intrigante. Le provocaba pequeñas explosiones en las inmediaciones de su matriz. Realmente necesitaba salir de allí e ir a sentarse cerca del mar, respirar el aire fresco y escuchar a las gaviotas. Casi podía creer que era un hechicero que había lanzado algún tipo de hechizo sobre ella. En privado, podía admitir que le gustaba tocarle. Nunca tocaba a nadie. Y ciertamente no quería que nadie la tocase. Pero la sensación de las manos de Lev sobre su piel, el modo en que le rozaba con los dedos, era cautivador. La reacción de su cuerpo era aterradora a la vez que estimulante.
Se encontró casi reluctante a irse de la propiedad y dejarle. Salió y caminó alrededor de los árboles de la casa, dividiendo el área cuidadosamente en cuadrantes, buscando evidencias de una visita. Debería haber tenido un perro después de todo. Lo había considerado, pero tendría que cuidar de él y podría marearse en el mar ya que no le dejaría nunca solo en casa. Suspiró. Estaba dejando solo a Lev.
– Pero él tiene pistolas, Rikki -se recordó en voz alta-. Un perro no tendría una pistola.
Maldiciendo en voz baja, avanzó con decisión hacia su camioneta y condujo directamente hacia la carretera principal. Esta… esta indecisión… era la principal razón por la que no se había involucrado con nadie. Su vida era mucho más sencilla viviendo sola. Furiosa, preparó su mente para echarle en el momento… en el mismo momento… en que fuera capaz de irse.
Una sirena atrapó su atención, miró hacia atrás y soltó un fuerte juramento. Maldito hombre. Había hecho que acelerara. Y ahora iba a tener que hablar con un poli. Se estremeció mientras se apartaba a un lado de la carretera y esperaba sentada con los dientes apretados y su carné de conducir, los papeles del coche y el seguro a mano.
Reconoció a Jonas Harrington cuando éste se acercó a la camioneta. El corazón le palpitó y un gusto un tanto metálico invadió su boca. Le acercó silenciosamente los tres documentos.
– Rikki. ¿Estás bien?
Le había visto alrededor del pueblo cientos de veces en los últimos cinco años. Todo el mundo le conocía. Sabía que estaba casado con Hannah Drake. Tenía la boca tan seca que no podía asegurar que pudiera hablar. Asintió esperando que eso fuera suficiente, agarrando el volante tan fuerte que sus nudillos se volvieron blancos.
– Estabas acelerando más de lo normal en ti. ¿Pasa algo? ¿Están todas tus hermanas bien?
Ella tragó y asintió.
Le devolvió todos los papeles.
– Con nuestro pueblo siendo invadido por tantos periodistas, científicos e investigadores, tenemos que ser un poco cuidadosos. Vigila tu velocidad.
¿Periodistas? ¿Científicos? ¿Investigadores? Sus hermanas habían comentado que el yate que se había hundido pertenecía a un magnate naviero griego, pero sólo había prestado atención a la parte sobre que el dueño tenía un guardaespaldas. Estaba segura que Lev era el guardaespaldas. Eso explicaría su presencia en el mar, así como sus armas. Miró fijamente al frente manteniendo el fuerte apretón sobre el volante. Estaba agradecida de que Harrington no le hubiese puesto una multa, aún así envió una silenciosa oración para que se marchase.
– No he tenido la oportunidad de hablar con Judith pero quizás tú le entregarías un paquete. Ha estado trabajando en un caleidoscopio especial para Hannah. Es una sorpresa. -Apartó sus manos de la puerta y se esforzó en verla, los ojos ocultos por unas gafas oscuras pero con expresión amigable.
Tragó y asintió de nuevo, mirando al frente.